¿Es la felicidad verdadera un sueño irrealizable?
TODA persona normal desea sentirse feliz. Pero, ¿cuántas de las horas que usted está despierto están llenas de felicidad verdadera? ¿Podría usted decir verdaderamente que su vida es un deleite?
En el caso de la mayoría de las personas, las respuestas a esas preguntas indicarían un nivel de felicidad desilusionador. Especialmente en la actualidad, parece que muchas personas no experimentan los períodos de felicidad genuina tan frecuentemente como los experimentaban en otro tiempo. Se ve más a menudo que los rostros de trabajadores, viajeros, compradores y otros reflejan preocupación, tristeza o apatía; no felicidad.
Además, el paso de vida en nuestra generación es más rápido que en cualquier otro tiempo, y las presiones de la vida cotidiana son mayores. La gente halla que el tiempo huye velozmente a medida que tratan de hacer lo necesario. A menudo, cuando miran atrás después de muchos años, quedan consternados al descubrir que en el tropel de las cosas han extraviado la felicidad verdadera.
Un observador escribió: “La felicidad es el más raro, más apreciado y menos entendido estado del hombre.” No obstante, es relativamente fácil definir la felicidad. Según un diccionario, el sentirse feliz es ‘indicativo de placer, satisfacción, gusto grande o alegría.’
Es cierto, es fácil definir la felicidad en un libro. Pero el poseerla como una parte usual de la vida, ahora y en el futuro, a menudo parece ser un sueño irrealizable.
¿Es el dinero o la fama el camino?
Muchos pasan su vida en busca de dinero o fama. Les parece que el poseer esas cosas tal vez sea el camino a la felicidad. Pero ¿lo es?
Por supuesto, la pobreza rara vez hace que alguien se sienta feliz. A casi todos les parece que se sentirían más felices si fueran ricos en vez de pobres. Sin embargo, los hechos demuestran que, aunque la pobreza no trae felicidad, tampoco la traen las riquezas. Por eso, el escritor de un proverbio bíblico pidió prudentemente: “No me des ni pobreza ni riquezas.”—Pro. 30:8.
Uno de los hombres más acaudalados del mundo, que según se informa tenía más de mil millones de dólares, dijo que a pesar de su gran riqueza no se sentía feliz. En realidad, murió después de un período largo de abusar de su salud, y hasta se descuidó de su apariencia y pasó muchos años recluido de todos, salvo de unos cuantos criados.
Otro hombre igual de rico tuvo una serie de matrimonios desdichados durante su vida. Cuando se le preguntó qué le proporcionaba la mayor felicidad, en vista de su tremenda riqueza, pensó un rato y contestó: “Un paseo a lo largo de una playa buena, y luego meterme en el agua.” ¡Eso es algo que la persona más pobre a menudo puede hacer de balde!
Hizo eco a esto el suicidio de un cómico de televisión que, a la edad de solo veintidós años, tenía tanto fama como fortuna. El productor de su programa televisado declaró que el actor joven había “invertido todo en busca de la felicidad.” Pero no la halló. En lugar de hallarla se había entristecido cada vez más. Su tristeza giraba alrededor de la pregunta que hacía: “¿Cuál es mi lugar en la vida? ¿Dónde está mi felicidad?” Cuando el productor le dijo al actor: “Tu felicidad está aquí mismo; eres una estrella,” el actor respondió: “No, eso ya no representa felicidad para mí.” Más tarde, se suicidó.
Los problemas asociados con la acumulación de las riquezas demuestran la veracidad de la declaración bíblica: “Los que están determinados a ser ricos caen en tentación y en un lazo y en muchos deseos insensatos y dañinos, que precipitan a los hombres en destrucción y ruina. Porque el amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales.” La Palabra de Dios dice que como resultado de esa búsqueda de las riquezas el individuo a menudo queda “acribillado con muchos dolores.”—1 Tim. 6:9, 10.
Riquezas no son la solución
Hubo tiempo en que se pensaba que si se elevaba la norma de vida en un país, la gente se sentiría mucho más feliz. Sin embargo, es en los países más ricos que actualmente se halla la mayor cantidad de personas con problemas mentales.
Por ejemplo, un encabezamiento del U.S. News & World Report declaró: “Búsqueda de la felicidad... meta fugaz en los ricos Estados Unidos.” El artículo que lo acompañaba decía, en parte: “En una época en que aumentan las riquezas y el tiempo libre, los estadounidenses hallan que la felicidad es más fugaz que nunca. . . . para muchos estadounidenses, el mejor de los tiempos empieza a parecérseles como el peor de los tiempos.”
Se calcula que en los Estados Unidos diez millones de personas necesitan tratamiento para la depresión mental. Y la cantidad de niños que reciben tratamiento siquiátrico ha experimentado un aumento aterrador en años recientes.
Se ve, pues, que la busca frenética de “felicidad” por medio de riquezas materiales y fama, o por medio de excesos en recreo, bebidas alcohólicas, drogas o prácticas inmorales, no ha producido felicidad, sino cada vez más infelicidad.
Hasta muchas de las invenciones de este siglo, que en un tiempo fueron extensamente aclamadas, han llegado a ser la causa de infelicidad para muchos. Por ejemplo, los automóviles han producido, hasta cierto grado, gozo, pero también han dado por resultado tremendas congestiones de tráfico, frustración y contaminación. Además, en todas partes del mundo los automóviles matan a decenas de miles de personas cada año y lesionan a otros millones, lo cual causa tristeza incalculable.
Y la televisión, que pudiera haber servido de una vía importante para instruir e iluminar, no ha resultado ser edificante. ¡Una encuesta reciente indicó que en el hogar estadounidense de término medio se mira la televisión por seis horas y dieciocho minutos cada día! La encuesta reveló que gran parte de ese tiempo se pasa mirando programas llenos de odio, brutalidad, violencia e inmoralidad.
Hoy se preocupan por el mal efecto que todo eso puede tener en la mente, especialmente en el caso de los jóvenes. En una universidad de Washington, un sicólogo de niños calcula que para el tiempo que el niño estadounidense de término medio complete su instrucción en la escuela secundaria habrá visto 18.000 asesinatos en la televisión. Ciertamente eso no ayuda a edificar un espíritu de felicidad en la mente de los jóvenes.
Bueno, pues, ¿puede esperarse que haya felicidad verdadera en un mundo donde en cada generación se le da muerte a millones de personas en guerras, asesinatos y accidentes, donde el crimen aumenta vertiginosamente, donde los odios raciales y nacionales persisten y donde la enfermedad, vejez y muerte les sobrevienen a todos? ¿Es práctico considerar la felicidad como una posibilidad realizable ahora, o lo será algún día en el futuro?
Por más extraño que parezca en el mundo actual tan lleno de dificultades, la respuesta a estas preguntas es: Sí. La felicidad genuina es posible aun ahora hasta cierto punto, y la felicidad total puede ser una realidad en el futuro. Pero ¿cómo? ¿Dónde? ¿Bajo qué condiciones?