Mi sueño de servir a Dios... cómo se realizó
EL 14 de noviembre de 1962 se convirtió en realidad para mí un sueño que abrigaba. Ingresé en el convento de la Orden Tercera de Franciscanos de Calais, en Santo Tirso, Portugal, para ser monja. Se podía decir que yo había pasado toda la vida preparándome para este momento. Mientras me despedía de mi padre a la puerta del convento, tanto la alegría de él como la mía saltaban a la vista.
Éramos una familia católica romana devota. Mi padre salía a trabajar en los campos con el rosario en el bolsillo, recitando sus oraciones. Todas las noches repetíamos el rosario juntos como familia.
Se esperaba que toda buena familia católica cediera un hijo o hija a la Iglesia. En nuestra familia, me escogieron a mí. Esto se consideraba un gran privilegio. Estudié diligentemente el catecismo. Me entrevisté con el obispo de Vila Real. Muchos de mis amigos y parientes más allegados ya eran monjas y sacerdotes.
La vida en el convento
Me sorprendió descubrir que no era fácil adaptarse a la vida en un convento. Nuestro alojamiento no era el problema. El dormitorio estaba dividido en secciones en las cuales había una cama, una mesa pequeña y una silla. Los largos períodos de silencio eran lo que realmente me presentaba un problema. Después de todo, yo estaba acostumbrada a la charla diaria y al ambiente animado de una vida de familia con tres hermanos y tres hermanas.
En el convento nos levantábamos diariamente a las 6:30 de la mañana y pasábamos la primera media hora haciendo oraciones en la capilla. De hecho, solo dedicábamos una hora a la semana a estudiar sobre religión con publicaciones de la Iglesia. El desayuno se tomaba en absoluto silencio, así como las demás comidas. Después íbamos a trabajar a diferentes departamentos.
Todos los días, después del almuerzo, teníamos una hora de recreación durante la cual podíamos hablar unas con otras. Pero no podíamos hacer ninguna referencia directa al nombre de nuestro pueblo natal. Teníamos que decir algo oscuro, como esto: “En cierto lugar . . .” Las cartas que recibíamos o enviábamos pasaban por una censura.
Después de un mes, me amoldé a la rutina y comencé a disfrutar de la vida del convento. Cuando quería hablar, hablaba con Dios. Consideraba un privilegio el ponerme todos los días el velo negro, el largo traje negro y el crucifijo. Estaba siguiendo concienzudamente una vida de devoción de acuerdo con el ritual de la Iglesia.
Una gran desilusión
Yo esperaba recibir un anillo cuando terminara el período de seis meses de mi condición de postulante. Esto significaría que había llegado a estar “comprometida,” por decirlo así, con Jesucristo. Luego, después de varios años, podría completar mi entrenamiento y hacer votos permanentes como monja.
Un día, mientras trabajaba en la lavandería, se me avisó que fuera a ver a la madre superiora. Ella me explicó de manera franca, pero bondadosa, que yo no podría continuar en el convento debido a mi salud. Había desarrollado bronquitis, y solo a las que tenían buena salud se les podía mantener en el convento. Me faltaron palabras para describir la conmoción que aquello me causó. Parecía que el sueño de toda mi vida se había hecho pedazos. Insistí en que tenía que haber algún arreglo que me permitiera quedarme. Pero las palabras de ella fueron terminantes; tendría que irme.
Después de mucho llorar, supe que mi padre estaba esperando afuera para llevarme a casa. La madre superiora trató de animarme diciéndome que podría rendir mucho servicio humanitario. Prometió hacer arreglos para conseguirme trabajo en el Hospital Santa María de Porto. Mi padre estaba furioso y dijo: “Si mi hija no puede ser monja, no va a ir a ningún hospital. Va a regresar a casa a seguir viviendo con nosotros.”
De regreso en mi hogar, mi celo por las tradiciones de la Iglesia continuó. Todavía me consideraba “novia” de Cristo, y continuaba siguiendo todos los ritos tal como observar días sagrados, el ayuno y la recitación de las oraciones. Besaba el crucifijo antes de acostarme cada noche. Si estaba lejos de mi hogar y la cruz del cuarto en que estaba se hallaba en la pared, me paraba sobre una silla, o hasta me trepaba sobre el tocador para poder besarlo. El deseo más importante de mi vida era servir a Dios.
La influencia de una prima
Finalmente fui a trabajar en Lisboa, la ciudad más grande de Portugal. Durante la temporada navideña de 1973 visité a una prima que vivía cerca de la ciudad. Ella tenía tres hijos con quienes yo me había encariñado mucho, y les llevé regalos. Fue en esta ocasión cuando ella me dijo gentilmente que estaba estudiando la Biblia con los testigos de Jehová. Yo había planeado pasar las vacaciones con ella el siguiente mes de mayo, pero ahora mi reacción fue que nunca volvería a visitarla. Por lo que había oído, los testigos de Jehová tenían “la peor religión de todas.”
Luego, sin embargo, volví a considerar el asunto y decidí ir como había planeado. Pero iba con un propósito claro en mente... ayudar a hacerla una buena católica de nuevo. Mi prima, sin embargo, demostró ser tan resuelta en sus propósitos como yo. Puesto que yo rehusaba leer toda literatura de los Testigos, ella trató de mostrarme varios pasajes en una traducción católica de la Biblia. Pero todavía yo dudaba que aquélla fuera una Biblia “legítima.” Por eso mi prima me animó a conseguir una que yo considerara “verdadera.” Se me hizo obvio lo mucho que ella deseaba que yo examinara personalmente la Biblia.
Un día, durante la última semana de mis vacaciones, mi prima me dijo que yo tendría que cenar sola, porque ella iba a una reunión de su congregación. Aunque yo le había presentado oposición en cada uno de los temas religiosos que habíamos considerado, sentí una enorme curiosidad por asistir a aquella reunión. Para sorpresa de ella, la acompañé al estudio de La Atalaya, y el programa me pareció muy interesante. De repente, me di cuenta de que conocía a varios Testigos, pues ellos habían visitado frecuentemente a mi prima durante mis vacaciones. Me parecieron personas amigables y percibí que entre ellos había un espíritu de “familia.”
Mi primera Biblia
Después de las vacaciones busqué en muchas librerías de Lisboa una Biblia católica, pero fue en vano. Finalmente compré una por medio de una orden religiosa. Me dirigí directamente a casa, y comencé a buscar en ella los textos bíblicos que mi prima me había dado; seguí en ello, absorta, hasta las cuatro de la mañana del día siguiente. Me asombró lo que la Biblia enseña acerca de las imágenes, la condición de los muertos y quién es Dios. Me pregunté: “¿Por qué no estudiábamos la Biblia en el convento? ¿Por qué no sigue la Iglesia las enseñanzas de las Santas Escrituras? ¿Por qué no había sido restaurado el nombre de Dios, Jehová, a su lugar apropiado?”
Inmediatamente dejé de usar imágenes en mi adoración. Después de considerar Hebreos 10:10, dejé de participar en la comunión. De julio a diciembre de 1974 estudié la Biblia por mi cuenta, aunque ahora usaba gozosamente las publicaciones de los Testigos.
Puesto que tenía un primo que era sacerdote prominente y presidente de la facultad de teología de la Universidad Católica de Lisboa, decidí visitarlo y ver cómo respondía a lo que yo estaba aprendiendo de la Biblia. Para mi asombro, él admitió que el uso de imágenes en la adoración no tenía apoyo bíblico. Sin embargo, presentó esta razón para el uso de ellas: “Los seres humanos son débiles y necesitan ayudas visibles; de otro modo, se olvidarían de Dios.” Concordó prontamente en que el nombre personal de Dios es Jehová, pero sostuvo, con flojo argumento, que el uso del término “Dios” es menos ofensivo para la mayoría de las personas. Me pareció interesante el hecho de que no me animó a dejar de estudiar con los testigos de Jehová. Sin embargo, intentó socavar la veracidad de la Biblia diciendo que se contradecía en muchas partes. Obviamente su fe no era muy fuerte.
Decisiones sabias
En diciembre de 1974 tomé una decisión: Pedí un estudio bíblico a los Testigos. Pocos días después, el 22 de diciembre, estuve entre las más de 39.000 personas que asistieron a una reunión especial en Lisboa para escuchar a los oradores visitantes, N. H. Knorr y F. W. Franz, miembros del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová. La reunión me impresionó mucho. Aquí estaba yo, en medio de tantas personas, todas estudiantes de las Santas Escrituras, y familiarizadas con sus enseñanzas. Esta es verdaderamente la clase de adoración que agrada a Dios, pensé yo, adoración “con espíritu y con verdad.”—Juan 4:24.
Comencé a asistir regularmente a todas las reuniones de la congregación. En febrero de 1975 comencé a salir de casa en casa y compartir con otros las buenas nuevas del reino de Dios en obediencia a lo que dice Mateo 24:14. En aquel tiempo verdaderamente dediqué mi vida a servir a Jehová Dios, basándome en un conocimiento exacto de la Biblia. Para simbolizar mi dedicación, me bauticé en la Asamblea de Distrito “Soberanía Divina” en el verano.
En noviembre comencé a servir de precursora, o trabajadora de tiempo completo de los testigos de Jehová. Dije a los ancianos: “Aquí estoy, lista para servir a Jehová. Así que me pueden enviar adonde deseen. Puedo ser precursora regular, precursora especial o misionera. Solo déjenme saber lo que piensen que sea mejor.”
En noviembre de 1977 me casé. Ahora, junto a mi esposo, me alegro de estar predicando las “buenas nuevas” aquí en Portugal. Tal como otros fueron pacientes y serviciales conmigo, así también yo me estoy esforzando diligentemente por abrir los ojos espirituales de muchos que todavía están atados a las tradiciones de la religión falsa.
Más bien que adoptar “una vida de contemplación y mortificación,” encontré que las palabras y el ejemplo de Jesús eran lo mejor, a saber: “Hay más felicidad en dar que la que hay en recibir.” (Hech. 20:35)—Contribuido.
“Cuando alguien está respondiendo a un asunto antes de oírlo, eso es tontedad de su parte y una humillación.” (Pro. 18:13) El estar dispuesto a escuchar razones y explicaciones es marca de la persona madura. Nadie tiene derecho a llamarse persona madura si no escucha los dos lados de un asunto.
[Ilustraciones en la página 25]
EL SUEÑO SIN CUMPLIRSE
¡SE REALIZA!