El fascinante mundo del traductor
En Bélgica, la campaña publicitaria de un fabricante norteamericano de automóviles estuvo a punto de fracasar cuando su lema que decía “carrocería hecha por Fisher” (en inglés, “Body by Fisher”) se tradujo “Cadáver hecho por Fisher.” Y, en Francia, los ejecutivos de una compañía productora de cierta bebida gaseosa experimentaron un verdadero estremecimiento cuando se dieron cuenta de que el anuncio que llamaba a su bebida “el refresco de la amistad” se tradujo de modo que decía que la bebida “arroja agua fría sobre la amistad.”
Relatos como éstos no son extraños en el mundo del traductor. Pero ponen de relieve lo difícil que es, y el reto que representa, el traducir de un idioma a otro. Sin embargo, en un mundo donde existen unos 3.000 idiomas, el traducir es imperiosa necesidad. Tanto la diplomacia internacional como el comercio, la educación, los viajes y un sinnúmero de otras actividades internacionales dependen del trabajo que realizan los traductores o intérpretes... hombres y mujeres que trabajan calladamente entre bastidores, y tratan de encauzar ideas e información a través de las barreras lingüísticas.
Escollos y peligros
Para la buena traducción se requiere más que simplemente conocer dos o más idiomas. Hay que entender a fondo la materia de que se trata para ser traductor profesional. El que va a especializarse en un nuevo campo tiene que aprender todo lo relacionado con la nueva esfera de actividad para evitar los escollos. Y siempre abundan los escollos. Por ejemplo, ¡un artículo que apareció en la edición danesa de la revista Reader’s Digest acerca del Egipto antiguo mencionó a Moisés y las 10 “tablas”! Parece que el traductor confundió “plagas” con “placas” y entonces confundió las 10 plagas con las tablas que contenían los Diez Mandamientos.
Aun términos sencillos presentan dificultad cuando se trata de traducirlos a otro idioma. Por ejemplo, la palabra danesa “benzin” no es “benceno,” “bencina,” ni “benzol” en español. Es lo que en Inglaterra llaman “petrol” y lo que en español llamamos gasolina. Por otro lado, lo que se llama “petroleum” en Dinamarca es parafina en Inglaterra y queroseno en castellano, y, por supuesto, a lo que en español llamamos parafina lo llaman cera en Gran Bretaña. Confunde, ¿verdad? Pero, para el traductor, son incontables los problemas de esta índole, muchos de los cuales no pueden resolverse ni con la ayuda de un diccionario.
Rara vez sucede que una palabra de un idioma abarque con toda exactitud el significado de la palabra que equivale a ella, si es que hay tal cosa, en otro idioma. A menudo el traductor tiene que seleccionar entre varias palabras con significado parecido y tomar en consideración la materia de que se trata, el contexto, el estilo y muchos otros factores. El hacer la selección correcta puede ser crucial. Hace unos años, sin estar al tanto de ello, un producto japonés adquirió mal nombre debido a que la persona que tradujo el folleto de instrucciones al inglés no se dio cuenta de la diferencia obvia que existe en inglés entre las palabras famous (que en inglés corresponde a “famoso”) y notorious (que en inglés no es simplemente notorio o conocido, sino que da a entender mala reputación).
Además, no se pueden pasar por alto las connotaciones que una palabra quizás tenga, es decir, con que la gente asocia una palabra en particular. Tome por ejemplo la palabra bíblica “Armagedón,” que el diccionario Webster (en inglés) define como “una batalla final y conclusiva entre las fuerzas del bien y las del mal.” (Revelación 16:16) Para expresar una idea semejante a ésta, los daneses usan la palabra Ragnarok y los alemanes Götterdämmerung, una expresión que Richard Wagner hizo famosa con la ópera que lleva el mismo título y cuyo nombre significa “ocaso de los dioses.” Pero al tratar un tema bíblico, un traductor no usaría ninguna de esas dos palabras para traducir “Har–Magedón,” en vista de lo estrechamente relacionadas que están éstas con el paganismo y la mitología.
Los modismos o expresiones idiomáticas y las figuras retóricas, en particular, son difíciles de traducir. Para ilustrar el punto: En un artículo que salió en ¡Despertad! acerca de los beneficios del caminar se ofreció este consejo: “Uno debería caminar como si se dirigiese a algún sitio y debería ser un ejercicio que se haga con regularidad.” Todo esto está bien... en español, por lo menos. Pero, al traducir al danés, “dirigirse a cierto sitio” es una figura retórica que significa más o menos lo mismo que decir en español: “visitar el retrete,” o el cuarto de baño. Menos mal que se notó la expresión y se corrigió antes de que se imprimiera el artículo.
¿Ciencia, o arte?
Una buena traducción no solo exige que el traductor use la mente; también están envueltos en ella su corazón, sus sentimientos y su experiencia. Por esta razón, todavía no ha sido posible fabricar una máquina que pueda hacer el trabajo de traducir satisfactoriamente, sin la ayuda de redactores humanos. ¿Por qué no? Porque los idiomas son sumamente complejos, y difieren uno del otro no solo en el vocabulario sino también en la gramática y en la ordenación de las palabras para formar oraciones. Así que el traducir significa mucho más que el simplemente tomar el idioma del cual se está traduciendo y hallar palabras con el mismo significado en el idioma al cual se va a traducir.
Hasta ahora, se está teniendo algún éxito en usar máquinas u ordenadores para traducir material científico o técnico. Esto se debe a que el estilo de esta clase de escritos es bastante parecido en todos los idiomas y a que el vocabulario es relativamente uniforme y limitado.
Cuando el escritor o el orador es un artista que realmente sabe emplear las palabras, no solo para transmitir información, sino también para expresar sentimiento, emoción, agudeza de ingenio y motivación, se precisa un artista igualmente capacitado para transmitir fielmente estos elementos en la traducción. Esto es cierto particularmente en el caso de la poesía, en la que los sentimientos y las ideas se expresan de manera precisa por medio de una selección de palabras y orden especial, por la rima y ritmo y por la construcción gramatical. Todo esto, y quizás hasta cómo se vea después de escrito sobre el papel, debe reproducirse en la traducción. Por eso, es casi inevitable que al traducir obras literarias de esta clase “se pierda algo en la traducción,” según reza el dicho. En los casos en que se afirma que la traducción es mejor que la obra original, por lo general se trata de obras que han sido refundidas, y no de traducciones.
El hecho de que el escritor o el orador no sea muy diestro de ninguna manera facilita el trabajo del traductor o intérprete. ¿Por qué no? Pues bien, hay una regla fundamental que el traductor tiene que recordar: El no es el autor; por eso, no está autorizado para “mejorar” el original. Su trabajo es transmitir, tan fielmente como sea posible, el pensamiento, el sentimiento y el humor de la obra original. Pero si el mensaje del original no está claro, ¿qué idea debe transmitir el traductor? Aun así, no debe sucumbir a la tentación de aclarar lo que está oscuro, de fortalecer lo que está débil ni de refinar lo que se ha escrito sin gracia. El restringirse así puede presentarle un verdadero desafío.
Lo ideal y la realidad
Se considera que lo ideal es que la traducción se apegue lo más fielmente posible al original. Sin embargo, en la práctica existe mucho desacuerdo en cuanto a qué se considera ser fiel al traducir. Algunos traductores sostienen que para que una traducción sea fiel es preciso que conserve la forma del original... el estilo particular, la selección de palabras y expresiones, las figuras retóricas, la estructura gramatical, etcétera. Pero, dadas las diferencias que existen en los idiomas, tal cosa es más fácil decirla que hacerla.
Tome, por ejemplo, la expresión “ser las niñas de sus ojos.” ¿Cree usted que en otros idiomas entenderían si se tradujera literalmente “niñas del ojo”? Aun cuando en todos los idiomas haya una palabra equivalente para “niña,” puede que en algunos idiomas la expresión no tenga ningún sentido y hasta parezca extraña a los lectores. Por otro lado, en algunos idiomas una expresión que tiene el mismo sentido que ésa es, “la manzana del ojo” y, en otros, “precioso como el corazón y el hígado de uno.” Pero, ¿es la prerrogativa del traductor hacer tales cambios para transmitir la idea al lector?
Estos problemas hacen que algunos traductores arguyan que el contenido del mensaje es más importante que la forma y que, a fin de conservar el contenido y para lograr que el lector responda o reaccione precisamente como lo haría si leyera la obra original, se debería cambiar la forma. Así que la cuestión es... ¿qué es lo importante: la forma, o el contenido? Ese es el dilema al que se enfrenta todo traductor.
¿Qué ayuda se puede obtener?
Si usted es traductor, o espera serlo, ¿qué puede hacer para prepararse para ello? Es obvio que, ante todo, tiene que conocer bien los idiomas con los que trabaja. Pero, ¿qué significa conocer bien un idioma? Puesto que el lenguaje y los antecedentes culturales de los que lo hablan son inseparables, un conocido traductor profesional europeo sugiere que el traductor debe cultivar “aptitud respecto a captar citas veladas, percibir los ecos amortiguados de la literatura clásica del idioma en cuestión, sus proverbios, sus dialectos.” Recomienda que “el que traduzca del inglés debe estar familiarizado por lo menos con la Biblia, las obras de Shakespeare, Alicia en el país de las maravillas y las poesías infantiles más conocidas” en ese idioma.
Usted también puede prepararse por medio de familiarizarse con las personas que se han de beneficiar de su traducción. Mézclese con ellas y hábleles. Escuche lo que ellas dicen y note su modo de pensar. ¿Podrán ellas entender palabras altisonantes o extranjerismos, o debería usted usar más bien expresiones con las cuales estén más familiarizadas?
Es muy provechoso leer buena literatura, tanto obras originales como traducciones. Puede ser muy instructivo el que usted compare una obra original con la traducción de ésta y de ese modo aprenda de los profesionales. Recuerde, también, que los idiomas no permanecen estáticos; antes bien, se desarrollan y cambian. Por eso el traductor tiene que estar alerta a las nuevas tendencias y al vocabulario nuevo.
Como es el caso con toda otra cosa, su traducción mejorará con la práctica. Sin embargo, para progresar, es de mucho valor contar con el consejo crítico y las sugerencias de alguien que sea experto en la materia. Y, por supuesto, es necesario que usted esté dispuesto a aceptar esas sugerencias y aplicarlas... humilde y pacientemente. El dominar las destrezas de un traductor es un proceso que nunca termina. Es muy parecido al arte. Hay cierto límite en cuanto a lo que se le puede enseñar a usted sobre traducción; lo demás depende de usted.