Los jóvenes preguntan...
¿Por qué me siento tan solo?
Es sábado por la noche. El muchacho se sienta en su habitación y piensa en los chicos de la escuela que han ido a jugar a los bolos al centro comercial. Se había armado de valor para preguntarles si podía acompañarles; pero todavía resuena en sus oídos la risa burlona de ellos mientras iban alejándose.
El muchacho exclama: “¡Detesto los fines de semana!”. Sin embargo, en la habitación no hay nadie para contestarle. Hojea una revista y ve una foto de un grupo de jóvenes en la playa; arroja la revista contra la pared. Se le llenan los ojos de lágrimas. Aprieta los dientes contra el labio inferior, pero le siguen fluyendo las lágrimas. Incapaz de resistir más, se deja caer sobre la cama diciendo entre sollozos: “¿Por qué se me excluye siempre?”.
¿TE SIENTES a veces así: excluido del mundo, inútil y vacío? ¿Te has preguntado alguna vez: “Por qué me siento tan solo, y por qué me duele tanto”?
Si te sientes así, no te desesperes. Para muchas personas los años de la adolescencia son difíciles. Tal vez te sientas perdido e inseguro de ti mismo. No es de sorprender, pues, que durante los años de la adolescencia la soledad suela ser más difícil de soportar.
Pero aunque sentirse solo no es agradable, tampoco es ninguna enfermedad fatal. Un experto comparó la soledad al resfriado común, pues según dijo: “Es fácil de contraer, [...] raras veces es mortal, pero siempre es desagradable”. Sin embargo, hay maneras de vencerla.
¿Qué es la soledad?
Dicho sencillamente, la soledad es una señal de advertencia: el hambre te advierte de que necesitas alimento; la soledad te advierte de que necesitas compañerismo, apego, intimidad. Necesitamos alimento para encontrarnos bien. De igual modo, necesitamos compañerismo para sentirnos bien.
¿Has contemplado alguna vez un montón de ascuas fulgurantes? ¿Qué es lo que sucede cuando sacas un ascua del montón? Que su fulgor se apaga. Pero si luego vuelves a colocarla en el montón, fulgura de nuevo. De manera similar, los humanos no podemos “fulgurar”, o encontrarnos bien, si estamos mucho tiempo aislados. Es natural desear compañía.
Incluso Adán, el primer hombre, tuvo ese deseo. El libro bíblico de Génesis dice que Adán fue colocado en un entorno que satisfacía sus necesidades básicas. Había abundancia de alimento para comer, aire fresco para respirar, un río cristalino para bañarse, trabajo interesante que hacer y, sobre todo, disfrutaba de una estrecha relación con su Creador. Sin embargo, Jehová Dios dijo: “No es bueno que el hombre continúe solo”. Adán necesitaba a alguien semejante a él con quien comunicarse y con quien compartir sus sentimientos. Dios satisfizo esa necesidad por medio de darle a Eva. (Génesis 2:18-23.) Sí, la necesidad de compañerismo es una parte intrínseca de nuestro propio ser. Pero ¿quiere eso decir que siempre que estamos a solas nos tenemos que sentir solos?
A solas, pero sin sentirse solo
El ensayista Henry David Thoreau escribió: “Jamás encontré un compañero tan agradable como la soledad”. ¿Estás de acuerdo? Bill, de veinte años, responde “sí”. “Me gusta la naturaleza; suelo dar un paseo con mi pequeño bote por un lago. Estoy en el bote durante horas, completamente solo. Me da tiempo para reflexionar acerca de cómo estoy usando mi vida. De verdad, me encanta.” Rafael, de dieciséis años, añade: “En mi familia somos cuatro hermanos. Siempre hay alboroto en la casa. Tengo un hermanito de cuatro años y se pone muy tonto. A veces lo único que quiero es estar solo”.
Un poeta inglés hizo además la siguiente observación: “La soledad es la antesala de Dios”. Steven, de veintiún años, está de acuerdo con esta afirmación, pues dice: “Vivo en un gran edificio de apartamentos, y a veces subo al terrado simplemente para poder estar solo. Allí reflexiono un poco y oro. Es muy reconfortante”. Sí, si se usan bien, los momentos de soledad pueden proporcionarnos una profunda satisfacción. Jesús también disfrutó de tales momentos: “Muy de mañana, mientras todavía estaba oscuro, [Jesús] salió y se fue a un lugar solitario, y allí se puso a orar”. (Marcos 1:35.) Así, ¿a qué se debe que personas como Thoreau o Jesús no se sintieran solos aunque estaban a solas?
En primer lugar, porque ellos habían escogido estar solos. Y en segundo lugar, estuvieron solos únicamente durante un corto período de tiempo. Jehová no dijo: ‘No es bueno que el hombre esté momentáneamente solo’. Más bien, Dios dijo que no era bueno que el hombre ‘continuase’ solo. Los períodos prolongados de aislamiento pueden hacer que uno se sienta solo. Es por ello que la Biblia advierte: “El que se aísla buscará su propio anhelo egoísta; contra toda sabiduría práctica estallará”. (Proverbios 18:1.)
Soledad temporal
No obstante, hay veces en que el estar solo no es porque uno lo haya escogido. En esos casos, la soledad sí puede causar daño. Tal soledad a menudo nos viene impuesta por circunstancias que no podemos controlar, como el mudarnos a otro lugar, lejos de amigos íntimos.
Steven rememora: “Allí, donde yo vivía, James y yo éramos amigos más íntimos que si fuésemos hermanos. Cuando me mudé, sabía que iba a echarle de menos”. Steven hace una pausa, como si reviviese el momento de la partida. “Cuando tuve que subir al avión, se me hizo un nudo en la garganta. Nos abrazamos y partí. Sentí que había perdido algo precioso.”
¿Cómo se desenvolvió Steven en su nuevo entorno? Él dice: “Fue duro. Pasé momentos difíciles aprendiendo un nuevo oficio. Donde yo vivía, mis amigos me querían, pero aquí algunos de los compañeros con los que trabajaba me hacían sentirme como si yo no valiese para nada. Recuerdo que miraba el reloj, descontaba cuatro horas (que era la diferencia horaria) y pensaba en lo que James y yo podríamos estar haciendo en aquel momento. Me sentía solo”.
Cuando las cosas no van bien, a menudo sentimos nostalgia de tiempos mejores del pasado. Sin embargo, la Biblia dice: “No digas: ‘¿Por qué ha sucedido que los días anteriores resultaron ser mejores que estos?’”. (Eclesiastés 7:10.) ¿Por qué se da este consejo?
Por una parte, puede que haya un cambio y las circunstancias mejoren. Esa es la razón por la que los investigadores a menudo hablan de “soledad temporal”. Por ello Steven pudo vencer su soledad. ¿Cómo? “Algo que me ayudó fue el compartir mis sentimientos con alguien que se interesase en mí. Uno no puede vivir en el pasado. Me obligué a conocer a otras personas, a interesarme en ellas. Dio resultado; hallé nuevos amigos.” ¿Y James? “Estaba equivocado. El mudarme no puso fin a nuestra amistad. El otro día le llamé por teléfono. Hablamos y hablamos durante una hora y quince minutos... ¡aunque era una conferencia!”
Peter, de trece años, se encuentra en otra situación que puede producir soledad. Vive solo con su madre. Peter dice: “Regreso de la escuela y me encuentro solo. No tengo a nadie con quién hablar. Cuando mi madre regresa a casa después del trabajo, la situación es la misma. Está cansada y va a acostarse”.
Nancy, de dieciocho años, también vive con solo uno de sus padres. Además, tiene el desafío de asistir a una nueva escuela. Pero Nancy no se siente sola. Se resolvió a hacer nuevos amigos. Ella dijo: “Esto me ayudó a recuperar mi equilibrio”. Su soledad desapareció; únicamente fue temporal.
Sin embargo, a veces la soledad es el resultado de una tragedia. Bill relata lo siguiente: “Derek había sido mi amigo íntimo en Florida desde que teníamos once años; solíamos ir al centro comercial, a comer pizza y a jugar al fútbol juntos”. ¿Qué sucedió? Bill sigue diciendo: “Recibí una llamada telefónica un domingo por la noche; Derek se había ahogado. Fue un golpe tan duro que no pude aceptarlo. Posteriormente, hubo momentos en los que me sentía tan solo que marcaba el número de teléfono de Derek. El teléfono sonaba y sonaba, y entonces me daba cuenta: ‘Un momento, pero si Derek ya no está ahí’. No podía asimilarlo. Cuando se tienen diecisiete años se es demasiado joven para morir”.
La Biblia nos habla de una mujer llamada Noemí, la cual experimentó una tragedia similar. Con el paso del tiempo, murieron su esposo y sus dos hijos. Cuando, ya viuda, regresó a su tierra natal, dijo: “Estaba llena cuando me fui y con las manos vacías Jehová me ha hecho volver”. (Rut 1:21.)
Aunque el pesar por la pérdida de un ser amado quizás nunca desaparezca totalmente, la soledad puede desvanecerse con el transcurso del tiempo y por medio de desarrollar nuevas amistades. En el caso de Noemí, sus circunstancias cambiaron, y el desarrollar nuevos vínculos le ayudó a ‘restaurar su alma’. (Rut 4:13-15.) Además, uno puede hacer cosas en favor de otras personas. Jesús dijo: “Hay más felicidad en dar que en recibir”. (Hechos 20:35.)
Pero ¿y si aún así sigues sintiéndote solo? En este caso es posible que sufras de soledad crónica. ¿Qué es eso? Y ¿cómo puedes vencerla? Se dará respuesta a estas preguntas en un próximo número de ¡Despertad!