La raíz psicológica
“HE HECHO todo tipo de pruebas y no parece haber ningún trastorno físico —le dijo amablemente el doctor a Elizabeth—. Creo que usted está gravemente deprimida, y por alguna buena razón.”
Elizabeth, que suponía que tenía algún trastorno físico, comenzó a preguntarse si el doctor estaría en lo cierto. Pensó en la lucha diaria que durante los últimos cinco años llevaba sosteniendo con su ingobernable y, a menudo, incontrolable hijito de seis años de edad, a quien más tarde se le diagnosticó una deficiencia en su capacidad de atención. “La tensión y la ansiedad de cada día, que no cesaban, le pasaron a mi estado emocional una abultada factura —reconoció Elizabeth—. Llegué a un punto en que me sentía desesperada y dispuesta al suicidio.”
Como Elizabeth, muchas personas deprimidas, se han enfrentado a una gran cantidad de tensión emocional. De hecho, en un destacado estudio realizado por George Brown y Tirril Harris, estos investigadores británicos hallaron que la mujer deprimida tiene una proporción de “grandes dificultades” —tales como la mala vivienda o relaciones familiares tensas— tres veces mayor que la no deprimida. Estas dificultades han ocasionado una “considerable y, a menudo, incesante angustia” por un período de por lo menos dos años. Experiencias duras en la vida, como la muerte de un familiar cercano o un amigo, una enfermedad o un accidente grave, malas y desagradables noticias, o la pérdida del empleo, han sido cuatro veces más comunes entre mujeres deprimidas.
No obstante, Brown y Harris encontraron que la adversidad por sí sola no causa la depresión. Mucho depende de la reacción mental, así como de la vulnerabilidad emocional de la persona.
“Todo parecía inútil”
Sara, por ejemplo, una esposa trabajadora y madre de tres niños, sufrió un tirón en la espalda en un accidente laboral. Su médico le dijo que tendría que restringir bastante su actividad física, pues se le había producido una fisura discal. “Pensé que todo mi mundo se venía abajo. Siempre había sido una persona activa, y me gustaba practicar deporte con mis hijos. Reflexioné en lo que esta pérdida significaría para mí, y pensé que nunca mejoraría. Perdí la alegría de vivir. Todo parecía inútil”, reconoció Sara.
Su reacción ante el accidente la indujo a pensamientos desesperanzados respecto a su vida en conjunto, y esto alimentó la depresión. Como dijeron Brown y Harris en su libro (Social Origins of Depression): “Esto [el incidente inductor, como el accidente de Sara] puede hacer que la persona piense que, en general, su vida carece de esperanza. Es esta generalización de la desesperanza lo que creemos que constituye el núcleo del trastorno depresivo”.
Pero, ¿por qué muchas personas se sienten incapaces de sobreponerse al daño que ocasiona una pérdida dolorosa y caen en una depresión profunda? ¿Por qué Sara, por ejemplo, fue tan vulnerable a esos pensamientos negativos?
‘Soy indigna’
“Siempre me ha faltado confianza en mí misma —dijo Sara—. Tenía muy poco amor propio, y me sentía indigna de cualquier atención.” Los dolorosos sentimientos relacionados con nuestra falta de amor propio son con frecuencia el factor crucial. “A causa del dolor del corazón hay un espíritu herido”, dice Proverbios 15:13. La Biblia muestra que un espíritu deprimido puede ser el resultado, no de presiones externas únicamente, sino de recelos internos. ¿Qué puede ocasionar el que se tenga tan poco amor propio?
Una parte de nuestro pensamiento queda configurado por la educación que recibimos. “De niña, nunca recibí elogios de mis padres —comentó Sara—. No recuerdo haber recibido nunca un cumplido hasta que me casé. En consecuencia, siempre procuraba la aprobación de otras personas. Tengo un miedo terrible a ser rechazada.”
La intensa necesidad que Sara tenía de ser aprobada por otros es un factor común entre muchos de los que han llegado a estar gravemente deprimidos. La investigación ha revelado que tales personas tienden a hacer depender su amor propio de la aprobación y el amor que reciben de otros, más bien que de sus propios logros. Justiprecian su valía personal en la medida en que resultan agradables o atraen la atención de otras personas. Según un equipo de investigadores, “perder ese punto de apoyo resultaría en una pérdida de amor propio, lo que contribuiría significativamente a desencadenar la depresión”.
Perfeccionismo
Una preocupación exagerada por lograr la aprobación de otras personas tiene a menudo manifestaciones inesperadas. Sara explica: “Me esforzaba por hacer todo a la perfección, de modo que pudiese lograr la aprobación que no había conseguido de niña. En mi trabajo seglar, procuraba hacer las cosas con toda precisión. Tenía que tener una familia ‘perfecta’. Me había configurado una imagen que debía mantener”. Sin embargo, cuando tuvo el accidente, le pareció que todo se había perdido. “Yo creía que gracias a mí la familia marchaba bien, y temía que si no podía desenvolverme, la familia se vendría abajo y la gente diría: ‘Es una mala madre y esposa’.”
Estos pensamientos condujeron a Sara a una depresión crónica. La investigación sobre la personalidad de los deprimidos manifiesta que su caso no es único. Margaret, quien también sufrió de una grave depresión, reconoce: “Me preocupaba lo que otros pensaran de mí. Era una perfeccionista, siempre pendiente del reloj y preocupada por tener las cosas organizadas”. Fijarse objetivos irreales o ser excesivamente concienzudo y, sin embargo, no poder satisfacer nuestras propias exigencias es la raíz de muchas depresiones. Eclesiastés 7:16 advierte: “No te hagas justo en demasía, ni te muestres excesivamente sabio. ¿Por qué debes causarte desolación?”. Procurar parecer casi “perfecto” ante otros puede ocasionar aflicción emocional y física. Las frustraciones también pueden redundar en una especie de autoinculpación destructiva.
“Es que no puedo hacer nada bien”
El que uno se culpe a sí mismo puede ser una reacción positiva. Por ejemplo: a una persona podrían robarle por culpa de andar sola por un vecindario peligroso. Ella podría reconocer que la culpa es suya por haberse metido en una situación como esa, y a partir de ese momento resolverse a cambiar y a evitar situaciones similares más tarde. Pero podría ir más allá, y culparse a sí misma por la clase de persona que es, diciendo: “Es que soy un descuidado, incapaz de evitarme a mí mismo problemas”. Este tipo de autoinculpación implica una censura de su personalidad y erosiona su amor propio.
Un ejemplo del efecto destructivo de la autoinculpación puede apreciarse en el caso de María, de treinta y dos años de edad. Durante seis meses había abrigado resentimientos hacia su hermana mayor debido a un malentendido. Una tarde puso a su hermana de vuelta y media por teléfono. Su madre, al saber lo que María había hecho, la llamó y la reprendió firmemente.
“Me enfadé con mi madre, pero estaba mucho más molesta conmigo misma porque me había dado cuenta del gran daño que le había hecho a mi hermana”, dijo María. Poco después de aquello, le gritó a su hijito de nueve años, que se estaba comportando mal. El niño se sintió muy desconcertado, y más tarde le dijo a su madre: “Mamá, gritabas como si hubieses querido matarme”.
María se sintió abatida. Dijo: “Me sentí como una persona horrible. Pensé: ‘Es que no puedo hacer nada bien’. Era todo cuanto podía pensar. Fue entonces cuando la depresión profunda realmente empezó”. Es evidente que su sentido de autoinculpación era destructivo.
¿Quiere esto decir que toda persona que sufre de una depresión profunda tiene poco amor propio? Naturalmente que no. Las causas son complejas y variadas. Aun cuando el resultado corresponda a lo que la Biblia llama “dolor del corazón”, hay muchas emociones que pueden ocasionarlo, entre las que se hallan: un enfado que no ha sido zanjado, el resentimiento, un sentimiento de culpa —real o exagerado— y las disputas con otras personas que aún están sin resolver. (Proverbios 15:13.) Todo lo mencionado puede degenerar en un espíritu herido o en depresión.
Cuando Sara se dio cuenta de que su actitud mental era la raíz de una buena parte de su depresión, al principio se sintió abatida. “Pero entonces experimenté una medida de alivio —comentó—, porque pude comprender que si mi actitud mental la había ocasionado, también podría remediarla.” Sara comentó que esta idea le creó cierta emoción; dijo: “Me di cuenta de que si yo cambiaba respecto a mi manera de ver ciertas cosas, mi vida se vería afectada para bien a partir de ese momento”.
Sara hizo los cambios necesarios, y su depresión se disipó. Así mismo, María, Margaret y Elizabeth vencieron en su lucha. ¿Qué cambios hicieron?
[Comentario en la página 10]
‘Al darme cuenta de que mi actitud mental era la causante de mi depresión, me sentí aliviada y reconfortada, porque entonces comprendí que podría remediarla.’
[Recuadro en la página 8]
La depresión infantil: “Quisiera no estar vivo”
Entrevista con el doctor Donald McKnew, del Instituto Nacional de Salud Mental, quien ha investigado este tema durante veinte años.
¡Despertad!: ¿Cuán extendido cree usted que está este problema?
McKnew: En un estudio reciente que se ha realizado en Nueva Zelanda con mil niños, se halló que, a la edad de nueve años, un 10% de los niños ya ha experimentado un incidente depresivo. Tenemos la impresión que de un 10 a un 15% de niños en edad escolar sufre trastornos en su estado de ánimo. Una cantidad más pequeña sufre de depresión profunda.
¡Despertad!: ¿Cómo puede usted determinar si el niño sufre una depresión profunda?
McKnew: Uno de los síntomas determinantes es que no encuentra satisfacción en nada. No quiere salir a jugar con sus amigos o estar con ellos. No se interesa en la familia. Se aprecia pérdida de concentración; no puede concentrar su atención ni siquiera en un programa de televisión, mucho menos en sus tareas escolares. Se observa en él un sentimiento de inutilidad, un sentido personal de culpa. Va diciendo de sí mismo que no vale o que nadie lo quiere. O bien no puede dormir, o duerme demasiado; o pierde el apetito, o come demasiado. Además, se le oye expresar ideas suicidas, como “quisiera no estar vivo”. Si se observara este conjunto de síntomas y duraran una o dos semanas, estaríamos ante un caso de un niño gravemente deprimido.
¡Despertad!: ¿Cuáles son los desencadenantes básicos de la depresión infantil?
McKnew: Cuando uno profundiza hasta aislar factores específicos en la vida de un determinado niño, probablemente halle que la causa principal sea una pérdida. Aunque por lo general se trata de la pérdida de uno de sus padres, puede tratarse también de un amigo, de parientes cercanos o hasta de un animal doméstico. Después de la pérdida de seres queridos, yo pondría la subestimación y el rechazo. Vemos a una gran cantidad de niños que son tratados injustamente, y a quienes sus padres hacen sentir pequeños e insignificantes. A veces a un niño se le hace servir de chivo expiatorio. Se le culpa de todo lo que va mal en la familia, sea la culpa suya o no. Por consiguiente, él se siente indigno. Otro factor es un trastorno en el estado de ánimo de uno de sus padres.
¡Despertad!: El libro Why Isn’t Johnny Crying? (¿Por qué Johnny no llora?), del cual usted es coautor, menciona que algunos niños deprimidos recurren a la droga y al alcohol, o hasta a un comportamiento delictivo. ¿Por qué?
McKnew: Creemos que ellos pretenden esconder su depresión hasta de sí mismos. A menudo, su manera de hacerle frente es por medio de mantenerse ocupados con otras cosas: el robo de coches, la drogadicción o la bebida. Estas son maneras de enmascarar lo mal que se sienten. De hecho, el tratar de ocultar su depresión es uno de los rasgos más evidentes que hace que la depresión infantil difiera de la de los adultos.
¡Despertad!: ¿Cómo puede usted determinar que se trata de depresión y no de un mal comportamiento del niño?
McKnew: Por medio de hablar con él y lograr que se abra, se encuentra a menudo la depresión. Y si esta se trata adecuadamente, su comportamiento mejorará. Aunque lo aparente pareciera ser otro síntoma, la depresión estaba ahí, encubierta.
¡Despertad!: ¿Cómo se logra que un niño deprimido se abra?
McKnew: En primer lugar, hay que escoger un tiempo oportuno y un lugar tranquilo. Luego, hay que hacer preguntas concretas, como: “¿Hay algo que te está molestando?”, “¿te sientes triste o melancólico?”, “¿estás disgustado?”. Si el niño ha sufrido la pérdida de un ser querido, se le podría preguntar, en función de las circunstancias: “¿Echas de menos a tu abuela tanto como yo?”. Ha de dársele una oportunidad de exteriorizar sus sentimientos.
¡Despertad!: ¿Qué le recomendaría usted a un niño profundamente deprimido que hiciera?
McKnew: Que hable con sus padres. Detectar la depresión es un asunto serio, ya que, por lo general, solo el niño sabe que está deprimido. Sus padres y sus maestros normalmente no lo aprecian. He visto adolescentes que han ido a sus padres y les han dicho: “Estoy deprimido, necesito ayuda”, y la han recibido.
¡Despertad!: ¿Cómo puede un padre ayudar a un niño deprimido?
McKnew: Si la depresión tiene un efecto debilitante, no debe tratarse en casa, como tampoco se trataría una pulmonía. Una depresión debilitante debe ser atendida profesionalmente, porque pudiera ser necesaria alguna medicación. Empleamos medicación en más de la mitad de los casos que tratamos, aun con niños a partir de los cinco años de edad. También tratamos de reajustar el modo de pensar del niño. Por estos medios, la depresión es sumamente curable.
¡Despertad!: Si no es una depresión debilitante, ¿qué pueden hacer los padres?
McKnew: Reflexionar sinceramente sobre sí mismos y su familia. ¿Ha habido alguna pérdida grave que ha de comentarse y considerarse con el niño? Cuando se pierde un ser querido, no minimizar la tristeza del niño. Ha de permitírsele que dé salida a su pesar. Den al niño deprimido una cantidad especial de atenciones, elogios y apoyo emocional. Pasen algún tiempo adicional únicamente con él. Comprometerse afectivamente con el niño es el mejor tratamiento que se le puede dar.