Los océanos, ¿preciado recurso natural, o cloaca mundial?
Tú, mar desnudo,
vives, mar, en el centro de la vida;
donde estés tú es el centro,
principio y fin de todo, mina viva.
Eres mar, lo desnudo, la belleza
desnuda.
Del poema El nuevo mar, de Juan Ramón Jiménez.
HUBO un tiempo en que era posible afirmar que los mares y los océanos eran una “mina viva”, que ‘vivían en el centro de la vida’ y eran la “belleza desnuda”. Hoy, sin embargo, el hombre se ha encargado de ensuciar esa “mina viva” hasta tal punto, que la muerte ronda por ella y lo feo y desagradable sustituyen a la belleza de antaño.
¿Ha estado alguna vez en la playa? Si es así, seguramente tiene gratos recuerdos de la ocasión: los destellos del sol en el agua, el arrullador y rítmico sonido de las olas al romper en la orilla, un baño refrescante, sus juegos con las olas... La evocación de estos recuerdos nos hace anhelar que llegue la próxima vez, ¿verdad? Pero quizás no haya una próxima vez. ¿Preocupante? Sí, aunque como los océanos hacen más que solo satisfacer nuestros sentidos, es posible que esta preocupación sea la menor de todas.
Por ejemplo: aspire profundamente. Según The New Encyclopædia Britannica, debemos a los océanos gran parte del oxígeno que respiramos. ¿Por qué? Esta enciclopedia dice que las aguas de este planeta, o más exactamente las algas que hay en ellas, suministran alrededor del noventa por ciento del oxígeno que respiramos. Otros calculan que tan solo el microscópico fitoplancton de los océanos provee hasta la tercera parte del oxígeno del planeta. Además, los océanos moderan la temperatura del globo terráqueo, mantienen una variedad increíble de formas de vida y desempeñan un papel crucial en los ciclos climáticos y pluviales de la Tierra. En resumen: los océanos son básicos para la vida en este planeta.
Una cloaca mundial
Sin embargo, para el hombre son más que eso, también son un vertedero de basuras. Las aguas residuales, los desechos químicos de las fábricas y las aguas cargadas de pesticidas que se escurren de las tierras de labor llegan al mar en barcazas o a través de ríos y tuberías. El hombre lleva mucho tiempo tratando los océanos como si fuesen una gigantesca cloaca. Lo que ocurre es que la cloaca ha empezado a avanzar hacia él. En los últimos años en todo el mundo se han tenido que cerrar playas turísticas muy conocidas debido a que el mar arrastraba la basura a la orilla y la dejaba en un estado repugnante.
Noticias de que en las playas de la costa oriental de Estados Unidos se empezaron a ver objetos relacionados con las drogas y desechos médicos —como vendajes manchados, agujas hipodérmicas y frascos de sangre, algunos contaminados con el virus del SIDA—, ocuparon grandes titulares en los periódicos. También hicieron su espantosa aparición excrementos, ratas de laboratorio muertas, el revestimiento interior de un estómago humano y cosas aún más desagradables, algunas de las cuales llegaron a ser bastante comunes.
La crisis ha alcanzado las playas del mar del Norte y del mar Báltico (en el norte de Europa), del Adriático y el Mediterráneo (en el sur de Europa) y hasta las orillas soviéticas del mar Negro y el océano Pacífico. Como las personas que se bañaban en esos lugares corrían el peligro de contraer una gran variedad de enfermedades, ha habido que cerrar al público algunas playas. El oceanógrafo famoso en todo el mundo Jacques Cousteau escribió hace poco que los bañistas de algunas playas del Mediterráneo se encaraban a treinta enfermedades, desde furúnculos hasta gangrena. Predijo que llegaría el día en que nadie se atrevería a meter en el agua ni los dedos de los pies.
Pero los desechos de la humanidad hacen más que cerrar playas y causar molestias a los bañistas. El daño que ocasionan ha alcanzado aguas más profundas.
Desde hace varios años la ciudad de Nueva York vierte sus residuos en el mar a 198 kilómetros de su costa. Los peces que los pescadores han capturado recientemente en desfiladeros submarinos situados a unos ciento treinta kilómetros de distancia presentan lesiones y aletas putrefactas, y los cangrejos y langostas tienen una enfermedad a la que llaman “puntos quemados”, agujeros en la concha que parecen haber sido hechos con soplete. Los funcionarios gubernamentales niegan toda conexión entre el vertido de desechos y los peces y crustáceos enfermos, pero los pescadores no ven el asunto del mismo modo. Un encargado de los muelles dijo a la revista Time que a los neoyorquinos se les va a “devolver su basura con el pescado que comen”.
Los entendidos opinan que la contaminación de los océanos se está convirtiendo a pasos agigantados en una pandemia, pues no se limita a las naciones industrializadas, sino que las menos desarrolladas también sufren su asedio, y por dos razones: la primera es que todos los océanos en realidad no son más que un enorme océano con corrientes que desconocen las fronteras, y la segunda es que las naciones industrializadas han utilizado a las más pobres como vertederos de sus desechos. Tan solo en los pasados dos años, Estados Unidos y Europa embarcaron unos tres millones de toneladas de desperdicios peligrosos hacia países africanos y de la Europa oriental. Además, en Asia y África algunos contratistas extranjeros construyen fábricas sin los sistemas necesarios para deshacerse de los desperdicios.
La plaga del plástico
El plástico ha sido para el hombre otro invento destructor. A veces parece que es imposible que la tecnología exista sin él, que es imposible sustituirlo; pero también es prácticamente imposible eliminarlo. Cuando el hombre termina de usarlo, le resulta difícil librarse de él. El plástico que se utiliza para agrupar seis latas de cerveza puede durar entre cuatrocientos cincuenta y mil años.
Como quizás ya haya adivinado, una manera frecuente de deshacerse de él es echándolo al mar. De hecho, en un reciente informe se calculaba que cada año se pierden o se arrojan en el mar unas 26.000 toneladas de embalajes y 150.000 toneladas de aparejos de pesca. Según U.S.News & World Report, “los barcos mercantes y de la Marina arrojan en el mar diariamente 690.000 envases de plástico”. Un experto calculó que hasta en medio del océano Pacífico hay unos cincuenta mil fragmentos de plástico por kilómetro cuadrado.
Como los océanos no pueden absorber todo este plástico, por lo general flota intacto hasta que el mar lo vomita sobre alguna playa, donde sigue destruyendo la belleza de la Tierra. Pero durante todo ese proceso también hace algo mucho más grave.
Un precio demasiado alto
Como ocurre con otros agentes contaminantes, el problema de los plásticos radica en su coste en vidas. Las tortugas marinas gigantes confunden las bolsas de basura que flotan en el agua con translúcidas y ondeantes medusas, su comida preferida. Al comerlas, se atragantan con ellas o se las tragan enteras. De una forma u otra, el plástico las mata.
Todo tipo de vida marina —desde las ballenas hasta los delfines y las focas— se enreda en los sedales y las redes de pescar abandonados. Las focas juegan a meter el hocico a través de aros de plástico y como no pueden sacarlo de nuevo o siquiera abrir la boca, mueren lentamente de hambre. Las aves marinas se enredan en los sedales y al tratar de soltarse, aletean frenéticamente hasta morir. Estos no son casos aislados, pues todos los años alrededor de un millón de aves marinas y de cien mil mamíferos marinos se asfixian con la basura.
La contaminación química también ha hecho aumentar el número de víctimas. El pasado verano el mar del Norte empezó a arrojar a sus orillas focas muertas. En unos meses desaparecieron unas doce mil de las dieciocho mil focas comunes que habitan en ese mar. ¿Qué las mató? Un virus. Pero ahí no acaba todo, pues los miles de millones de litros de desechos que se vierten regularmente en el mar del Norte y en el Báltico también hicieron su parte, ya que debilitaron el sistema inmunológico de las focas y ayudaron a que la enfermedad se propagase.
Aunque la contaminación se concentra en especial en el mar Báltico y en el del Norte, hoy día a un animal le resultaría difícil encontrar en los océanos algún lugar sin contaminar. En los últimos rincones del Ártico y el Antártico, se han encontrado en los tejidos corporales de los pingüinos, los narvales, los osos polares, los peces y las focas vestigios de productos químicos y pesticidas desechados por el hombre. Debido a lo cargados de toxinas que están los cadáveres de ballenas blancas —belugas— encontrados en el golfo de San Lorenzo, se les considera desperdicios peligrosos. En poco más de un año murieron alrededor del cuarenta por ciento de los delfines de la costa atlántica de Estados Unidos, y aparecieron en las orillas con llagas, lesiones y pedazos de piel que se les caían.
Se trata a golpes un delicado mecanismo
La contaminación oceánica tiene que pagar otro precio más. Da un golpe mortífero a los complejos ecosistemas, con resultados espantosos. Por ejemplo: los océanos están diseñados para evitar que se ensucien. Los estuarios y las marismas de las desembocaduras de los ríos son filtros eficaces, pues eliminan las sustancias perjudiciales del agua antes de que esta vaya a parar al mar. El propio océano tiene una tremenda capacidad de autorrenovarse y limpiar impurezas. Pero el hombre pavimenta las marismas, exige demasiado a los estuarios y al mismo tiempo vierte desperdicios en los océanos a mayor velocidad de la que estos pueden absorberlos.
Como las aguas residuales y las que se escurren de las tierras de labor fluyen hacia el mar sin ningún control, se produce una sobrealimentación de las algas, con lo que estas se multiplican y convierten en mareas rojas y marrones que reducen el oxígeno del agua y matan la vida marina en varios kilómetros a la redonda. Estas mareas están aumentando por todo el mundo.
El hombre ha llegado a contaminar de maneras que jamás se habían oído. Existe, por ejemplo, la polución térmica. La afluencia de desperdicios calientes, que hasta hace aumentar ligeramente la temperatura de las aguas de la zona, puede estimular el crecimiento de organismos que trastornan el ecosistema.
También existe la polución sonora. Según The New York Times, el hombre ha roto el silencio del mundo submarino con sus explosiones para llevar a cabo estudios sísmicos, sus perforaciones en busca de petróleo y sus enormes barcos. El ruido daña los sensibles órganos auditivos de los peces, las ballenas y las focas, quizás hasta afectando su capacidad de comunicarse entre sí. El libro Cosmos, de Carl Sagan, afirma que es posible que en un tiempo las ballenas oyeran los sonidos de baja frecuencia emitidos por otras ballenas a miles de kilómetros de distancia, como desde Alaska hasta la Antártida. Sagan calcula que la interferencia de ruidos artificiales ha reducido esa distancia a unos pocos centenares de kilómetros. ‘Hemos aislado a las ballenas unas de otras’, dice pensativamente.
En los océanos también se ilustra cuán entrelazadas han llegado a estar las diferentes crisis de la contaminación. Por ejemplo: debido al daño que el hombre ha causado a la capa de ozono de la atmósfera terrestre, más rayos ultravioletas llegan a los mares y matan el plancton que flota cerca de la superficie. Como el plancton absorbe el dióxido de carbono, su destrucción contribuye a la tendencia hacia un calentamiento mundial, el llamado efecto invernadero. Hasta la lluvia ácida entra en el cuadro, pues vierte el nitrógeno del hombre en las aguas del mundo, lo que quizás fomente el aumento de algas mortíferas. ¡Qué red tan enmarañada y peligrosa ha tejido el hombre!
Ahora bien, ¿no hay ninguna esperanza de solución? ¿Qué les sucederá a nuestros océanos? ¿Están condenados a degenerar hasta convertirse en inertes pozos negros de productos químicos y basura?
[Fotografía en la página 7]
Los vertidos de petróleo acaban con miles de vidas
[Reconocimiento]
H. Armstrong Roberts
[Recuadro en la página 5]
UNA PLAGA MUNDIAL
◼ En 1987 el 33% de todos los criaderos de mariscos de Estados Unidos tuvieron que cerrar por causa de la contaminación.
◼ El pasado verano una floración anormal de algas y mucha contaminación asediaron la isla alemana de Sylt, una isla turística del mar del Norte famosa desde hace mucho tiempo por sus limpias playas. Estas quedaron cubiertas por una capa de 90 centímetros de grosor de espuma maloliente.
◼ Los naturalistas estaban deseosos de visitar Laysan, una remota y deshabitada isla del Pacífico a 1.600 kilómetros de Hawai. Encontraron las playas cubiertas de plásticos y basura.
◼ Por todo el mundo, el hombre vierte cada año en los océanos unos seis millones de toneladas de petróleo, la mayor parte de las veces intencionadamente.
◼ Según el grupo ecologista Greenpeace, el mar de Irlanda contiene más residuos radiactivos que todos los océanos juntos. Cabe la posibilidad de que la contaminación haya contribuido a que en esas costas los índices de leucemia hayan aumentado en un 50%.
◼ Las playas de todos los países bañados por el océano Índico están plagadas de bolas de alquitrán procedentes del petróleo que vierten los petroleros.
◼ Redes barrederas perdidas o desechadas por la industria pesquera enredan y matan todos los años a unos treinta mil osos marinos del norte. Se calcula que tan solo los barcos asiáticos pierden 16 kilómetros de redes cada noche.
◼ Aunque el gobierno italiano afirmó que el 86% de sus playas estaban limpias, los ecólogos opinan que solo lo están el 34%. Alrededor del setenta por ciento de las ciudades situadas en la costa mediterránea vierten sus aguas residuales directamente al mar sin haberlas depurado.
◼ La contaminación de las aguas debida a la extracción de estaño en aguas próximas a la costa, las explosiones y el vertido de desechos desde tierra y desde los barcos ha dañado las veinte mil islas del sudeste asiático. ¿Qué precio se ha tenido que pagar? Especies en peligro de extinción, daños en los arrecifes coralinos y playas arruinadas por la grasa y las bolas de alquitrán.
◼ La revista brasileña Veja publicó un artículo titulado “Un grito por ayuda”, que trataba de la contaminación de las playas y las aguas costeras. Los culpables de esta situación son el vertido inadecuado de aguas residuales y la industrialización sin tomar las precauciones necesarias.