Los océanos, ¿quién puede salvarlos?
UN DÍA de otoño de 1988, nueve hombres y cuatro mujeres atados a sendas cuerdas de alpinismo saltaron a un tiempo de un puente de la ciudad de Nueva York. Cayeron a plomo unos veinte metros y quedaron colgados, inmóviles, a la espera. ¿Qué se proponían? Impedir el paso de una barcaza que iba a verter residuos en el océano. El resultado fue decepcionante, ya que la barcaza evitó encontrarse con ellos dando un rodeo por otra ruta y vertió los residuos como siempre. Los que protestaban finalmente fueron detenidos.
Hay muchas otras personas que luchan con tenacidad, aunque por medios legales, para evitar la muerte de los mares. Los tratados y las leyes sobre el tema han proliferado. Se han promulgado leyes que prohíben arrojar plásticos en el océano, y se ha prohibido a los petroleros verter sus grasientas aguas sobrantes. De este modo, se ha logrado limpiar algunos ríos y zonas costeras.
Sin embargo, se puede decir como resumen que los triunfos son pocos y los fracasos comunes. Los ecólogos temen que mientras resulte más barato verter residuos en el océano, siempre habrá quien evite cumplir las leyes, como la barcaza cargada de residuos mencionada antes evitó encontrarse con los que protestaban. Lamentablemente, lo que suele decidir estas cuestiones es el dinero, el afán de lucro. Proteger el medio ambiente da poco dinero y cuesta mucho.
¿Es Dios el culpable?
Sin embargo, para la revista Time el problema de la contaminación fue lo suficientemente urgente como para no elegir un “hombre del año”, y en su lugar, en el número del 2 de enero de 1989, nombrar a la asediada Tierra el “Planeta del año”. No obstante, llama la atención que estos artículos sobre las crisis del medio ambiente a menudo presentan puntos de vista muy escépticos con relación a la Biblia.
El artículo de la revista Time comenzó con una cita de Eclesiastés 1:4: “Una generación se va, y otra generación viene; mas la tierra siempre permanece”. “No, no siempre —comentó el autor del artículo—. Es probable que como máximo, la Tierra dure otros cuatro mil millones o cinco mil millones de años.” Más adelante, el mismo autor dijo que el mandato dado a la primera pareja humana de ‘sojuzgar la Tierra’ “podría interpretarse como una invitación a utilizar la naturaleza para su provecho. De modo que la diseminación del cristianismo, del que por lo general se dice que abrió el camino para el avance tecnológico, quizás haya esparcido al mismo tiempo las semillas de la desenfrenada explotación de la naturaleza”. La revista Life hasta llegó al punto de incluir la promesa bíblica de que “los mansos heredarán la tierra” en una lista de predicciones ridículas y falsas.
El denominador común de todas estas declaraciones es que se basan en la suposición de que o bien Dios no existe, no inspiró la Biblia o no tiene la sabiduría y el poder necesarios para gobernar a su creación y cumplir sus promesas. ¿Qué opina usted? ¿No manifiesta cierta arrogancia hacer estas conjeturas sin disponer de pruebas? Todo el que haya presenciado la impresionante fuerza y belleza del océano durante una tormenta ha visto con sus propios ojos la prueba de que sin ninguna duda Aquel que creó nuestro planeta es poderoso. Su sabiduría se evidencia en todo rincón de los océanos y en la vida que pulula en ellos.
Su mandato de ‘sojuzgar la Tierra’ no daba permiso al hombre para destruirla, sino que le confería un puesto de mayordomía, una responsabilidad de cuidarla y cultivarla. Al fin y al cabo, si al mandar a la humanidad que ‘sojuzgara la Tierra’ Dios se hubiese referido a que debíamos transformarla en el nido de suciedad y contaminación que casi es hoy, ¿por qué dio a Adán y Eva el paradisiaco jardín de Edén para que lo utilizasen de modelo? ¿Y por qué dijo Dios al hombre que “lo cultivara y lo cuidara” y con el tiempo extendiera sus límites, sojuzgando los “espinos y cardos” que crecían fuera de este modelo? (Génesis 2:15; 3:18.)
En realidad, hace mucho la Biblia hizo una notable predicción que solo podría aplicar a nuestra propia generación destructiva, a saber, que Jehová se propone “causar la ruina de los que están arruinando la tierra”. (Revelación 11:18.) La profecía bíblica indica que este tiempo está cerca.
No obstante, algunos culpan a Dios de la contaminación y señalan al hombre como la solución, la única esperanza. La razón indica lo contrario: la culpa la tiene el hombre y la solución no está a su alcance. No es nada nuevo culpar a Dios. Hace mucho tiempo, Proverbios 19:3 expuso el miope punto de vista del hombre: “La necedad del hombre le hace perder el camino, y luego el hombre le echa la culpa al Señor” (Versión Popular).
La mayordomía instituida en Edén hace unos seis mil años no es obsoleta. Cualquier persona de hoy día que respete al Creador puede manifestar dicha mayordomía si cuida Sus obras y no ensucia despreocupadamente el medio ambiente. Todos podemos ayudar a mantener limpios los océanos (véase el recuadro). No obstante, lo lamentable es que este sistema mundial está organizado de forma que si alguien no quisiera contribuir en absoluto a la contaminación de la Tierra y los mares tendría que hacerse ermitaño, vivir aislado en alguna zona deshabitada. Los que desean imitar a Jesús no tienen esa opción, ya que su ministerio no se lo permite. (Mateo 28:19, 20.)
De modo que la única esperanza de que la contaminación de los océanos termine por completo no está en nosotros, sino en Dios. Sus promesas están en absoluto contraste con los fracasos del hombre, puesto que nunca ha dejado de cumplir ni siquiera una de ellas. Por esta razón, las siguientes palabras de la Biblia nos sirven de gran consuelo: “Tú eres Jehová, tú solo; tú mismo has hecho los cielos, aun el cielo de los cielos, y todo su ejército, la tierra y todo lo que hay sobre ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú los estás conservando vivos a todos ellos”. (Nehemías 9:6.)
Pronto la Tierra y sus océanos y mares recuperarán una belleza duradera. Sí, este “principio y fin de todo”, esta “mina viva”, continuará existiendo para siempre. El Creador se asegurará de que así sea.
[Fotografía en la página 8]
“Hasta aquí puedes venir, y no más allá.” (Job 38:11.)
[Recuadro en la página 9]
LO QUE USTED PUEDE HACER
Cómo tratar los océanos con respeto:
◼ Cuando navegue o vaya de pesca, siga esta regla sencilla: vuelva con todo lo que se llevó. Esto aplica en especial a todo lo que sea de plástico. Trate de reducir la pérdida de sedal. Deshágase del aceite del motor cuando esté en tierra, no en el mar.
◼ En la playa aplica la misma regla. Trate de vigilar los objetos de plástico que se llevó: las bolsas de bocadillos, los plásticos que mantienen juntas las latas de refrescos, los utensilios de plástico y las botellas de cremas y lociones. Recuerde con qué facilidad se lleva el viento algunas de estas cosas si no se les pone algo encima. Antes de partir, mire bien a su alrededor y llévese la basura.
◼ Haga lo mismo cuando vaya de merienda a las orillas de los ríos o los lagos y cuando salga a pescar o navegar en ellos. Recuerde que contaminar un río ya es malo de por sí, pero que, además, lo que se echa en un río puede terminar en el mar y todavía hacer más daño.
◼ Obedezca las leyes de la localidad sobre la eliminación de residuos y el reciclaje.
◼ Cuando lave la ropa y friegue los platos, no use más detergente del necesario.
◼ El agua, al igual que el aire, es uno de los elementos esenciales para la vida. Respétela, no la contamine.