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  • Una señora que está que arde
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¡Despertad! 1990
g90 22/9 págs. 26-27

Una señora que está que arde

Por el corresponsal de ¡Despertad! en Italia

ALGUNAS veces pienso que soy un tanto insólita: delgada, de carácter seco y cuando me excito, hasta echo chispas. Soy tan impetuosa que en seguida estoy que ardo, y los que lo saben, sacan partido de mí. Pero no puedo evitar acalorarme, soy así por naturaleza. Lo cierto es que, si no me inflamo, la gente suele molestarse. Pero claro, hay una explicación: es que soy una cerilla.

¿No es cierto que quizás hay veces en que usted da por sentado que me tiene y solo repara en mí cuando no me enciendo o cuando la caja de cerillas está vacía? Pero me gustaría verle intentando encender fuego como en tiempos antiguos, frotando dos palos entre sí para hacer arder un montón de hojas secas o golpeando pedernal contra acero, con el riesgo de magullarse los dedos. Tanto en un caso como en otro, estoy segura de que agradecería disponer de una humilde cerilla.

El invento de la cerilla

La historia de mi familia está llena de experimentos para encontrar alguna manera práctica de encender fuego. Incluso en el siglo XVII, después de que el químico alemán Hennig Brand descubriera el fósforo, se seguía pensando en la posibilidad de inventar algo que facilitase la tarea de encender fuego. Pero el invento tardó más de lo que los científicos calculaban.

A principios del siglo XIX, el francés Jean Chancel inventó una pasta inflamable hecha de clorato potásico, azúcar y goma arábiga. Para encenderla, había que poner una pequeña cantidad en el extremo de un palito impregnado de azufre y ponerla en contacto con asbesto empapado en ácido sulfúrico. Desde luego, no era exactamente algo que uno llevaría en el bolsillo.

La primera cerilla de fricción, o “luz de fricción”, la inventó en 1826 un farmacéutico inglés llamado John Walker. Esta cerilla después llegó a conocerse por el nombre de cerilla-Lucifer, o simplemente Lucifer. ¿Por qué “Lucifer”? Porque así es como se traduce al latín la palabra griega fo·sfó·ros, cuyo significado es “que lleva la luz”. Y esa misma palabra griega se utiliza en 2 Pedro 1:19 con el sentido de “portador de luz” o “lucero”. Por eso, no es de extrañar que en algunos idiomas, como el español y el portugués, todavía se me llame “fósforo”.

Más o menos para el mismo tiempo que Walker inventó su cerilla, aparecieron en escena las “Prometheans” (palabra derivada del nombre de un titán de la mitología griega llamado Prometeo, que robó fuego del Olimpo y se lo entregó a la humanidad). Estas cerillas estaban a mitad de camino entre el invento de Chancel y la cerilla de tiempos modernos. Con el clorato potásico, el azúcar y la goma arábiga se hacía una mezcla que luego se envolvía en papel fino formando un rollo. En un extremo se colocaba una pequeña cápsula de vidrio llena de ácido sulfúrico. Al romperla, el ácido se combinaba con la pasta inflamable provocando la ignición. Durante sus viajes a bordo del Beagle por América del Sur, Charles Darwin causó bastante sensación en Uruguay rompiendo con los dientes la cápsula de vidrio de una Promethean, haciéndola arder. Estas cerillas no eran de fricción sino de reacción química.

Aproximadamente al mismo tiempo, un químico italiano llamado Domenico Ghigliano también estaba interesado en mi familia. Después de varios experimentos, preparó una pasta inflamable compuesta de sulfuro de antimonio y otros elementos que se solidificaban en el extremo de unos palitos. Al frotar ese extremo contra una superficie áspera, la pasta entraba inmediatamente en ignición.

Tanto el clorato potásico como el fósforo blanco, que para entonces se habían convertido en los principales componentes de la pasta, eran peligrosos y venenosos. Con el tiempo fueron reemplazados por dióxido de plomo (o por plomo rojo combinado con dióxido de manganeso) y por fósforo rojo. Estos cambios también ayudaron a eliminar algunas de las dificultades implicadas en su manufactura y uso.

Troncos de árbol convertidos en cerillas

¿Y de qué estoy hecha en la actualidad? Mi cuerpo corto, esbelto y seco puede que esté hecho de madera de abeto, de pino o de álamo blanco. Mi cabeza consiste principalmente en sulfuro de fósforo, clorato, óxido de hierro o de cinc, vidrio en polvo y goma o cola.

Desde luego, las cerillas somos una familia bastante variada, y las cajas en que venimos lo son aún más. Yo soy la cerilla común de cocina, pero en Italia es típica la cerilla de cera, o cerino, cuyo cuerpo está hecho de papel parafinado enrollado. También está la cerilla sueca, o de seguridad (sin fósforo en la cabeza y tan sofisticada que solo se enciende cuando se frota contra el raspador de fósforo que va adherido a la caja).

Nuestra fabricación se realiza básicamente en tres etapas: la primera tiene que ver con la preparación de mi cuerpo, el palito; a continuación, la mezcla de la pasta inflamable; y, finalmente, la unión de ambos elementos.

Para la primera etapa, se descortezan troncos de árbol y se reducen a millones de palos de cerilla, de sección cuadrada o rectangular. Por otra parte, para fabricar cerillas de cera, se hace pasar por una hilera una larga hebra de papel parafinado retorcido que luego se corta en trocitos de unos 2,5 centímetros.

La pasta para la cabeza está formada por diferentes sustancias químicas, y puede variar de un tipo de cerilla a otro. Para la etapa final, la de combinar las dos partes, se nos pone boca abajo en un entramado y nos van pasando por la cabeza un rodillo cubierto de pasta. Luego se nos deja secar y finalmente nos introducen en cajas. La superficie áspera con la que se nos enciende no es más que una capa de cola mezclada con vidrio en polvo que se ha aplicado al costado de la caja. Hubo un tiempo en que todo ese proceso se hacía a mano. Pero, por supuesto, ahora está mecanizado, y nos fabrican por millones.

Solo una palabra de advertencia: no nos deje al alcance de los niños. Como son muy curiosos y les gusta imitar a los mayores, antes de que usted se dé cuenta ya me están frotando la cabeza contra el costado de la caja, y como estoy que ardo, una simple llamita puede provocar un gran incendio. Así que, por favor, tengan cuidado conmigo.

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