El capibara. ¿Un error, o una maravilla de la creación?
¿CÓMO se sentiría usted si alguien le llamase raro o tonto? ¿Ofendido quizás? Pues eso es precisamente lo que me han llamado algunas personas, entre ellas el evolucionista Charles Darwin. Imagínese, ¡una persona hasta dijo que soy “un error de la creación”! Aunque soy pacífico por naturaleza, esto me sienta muy mal. Por eso quiero salvar mi reputación. Voy a explicarle detalles de mi aspecto físico, mis gustos y mis temores, mis virtudes y mis defectos. Eso le permitirá decidir por sí mismo si soy un error o una maravilla de la creación.
El más grande del mundo
Perdóneme. Estoy tan alterado que olvidé presentarme. Soy el señor Capibara, de la Sudamérica tropical.a Los hispanohablantes me llaman también “carpincho” o “chigüiro”. Y estos son solo tres de los ciento noventa nombres que me han puesto. Aunque se me conoce principalmente como “el roedor más grande del mundo”.
Quizás le parezca que estoy fanfarroneando, pero no es así. Soy más o menos del mismo tamaño que una oveja. Colóqueme sobre una báscula y verá que la aguja en seguida marca 45 kilogramos. Mi hermana pesa 60 kilogramos o más. Y eso no es nada en comparación con un capibara hembra de Brasil que ha batido el récord de peso: nada menos que 90 kilogramos.
“El señor de la hierba”
Todo ese peso no significa que nos hartemos de comida poco nutritiva, pues somos totalmente vegetarianos, y comemos sobre todo hierba. Algunas veces hasta pastamos al lado del ganado doméstico. Los amerindios de antaño nos llamaban respetuosamente algo así como “el señor de la hierba”. Desde luego, esta designación es más razonable que la de “raros”.
También comemos plantas acuáticas, y cuando ustedes los seres humanos duermen, no podemos resistir la tentación de clavar nuestros incisivos de borde biselado en una jugosa sandía, un dulce tallo de caña de azúcar o una planta de arroz tierna.
De hecho, siempre nos encontrará mordisqueando algo, no porque seamos unos glotones, sino porque somos roedores. Como nuestros molares son de crecimiento continuo, la única manera de que los desgastemos es pasándonos la vida masticando y royendo.
Pero eso no quiere decir que comamos cualquier cosa. Como reconocen los biólogos, sabemos lo que comemos. Únicamente escogemos “plantas de elevado contenido en proteínas”, y, según ellos, somos “más eficientes a la hora de convertir hierba en proteínas que las ovejas y los conejos”. ¿Quién dijo que éramos tontos?
¿Un cerdo con aletas para nadar?
Admito que mi aspecto es, digamos, característico. Los ojos protuberantes, las orejas pequeñas y redondeadas, los orificios nasales contráctiles —todo ello situado en la parte superior de mi gran cabeza— dan a mi rostro una expresión de constante asombro. Hay quienes dicen que parezco “un conejillo de Indias gigantesco con una cierta similitud al hipopótamo”. Eso lo tolero, pero no concuerdo con el escritor que dijo que mi hocico de forma cuadrada parecía haber sido “tallado por un aprendiz a partir de un tronco de árbol inclinado”. Personalmente, la descripción que prefiero es: “Una cara cómica [con] ojillos de cerdito”.
Desde luego, no estoy emparentado con los cerdos, pero como tengo las patas cortas y robustas y el cuerpo rechoncho, me parezco un poco a ellos. Además, hace doscientos años, el botánico sueco Carl von Linneo me clasificó por error entre los cerdos. ¿Pero acaso ha visto usted alguna vez a un cerdo con aletas para nadar? ¡Claro que no! Sin embargo, eso es exactamente lo que el Creador me dio, y le aseguro que tener los dedos unidos por una membrana es muy práctico, porque me encanta el agua. Tanto es así, que debido a mi cuerpo con aspecto de cerdo y mi afición por el agua, me apodan “cerdo de agua”.
Mi secreto está en la grasa
Me gusta vivir cerca de charcas, pantanos, lagos, ríos y ciénagas, preferiblemente si están rodeados de bosques con abundante maleza. Y no solo porque me encanta el agua, sino porque la necesito para sobrevivir.
No obstante, hará unos trescientos años, nuestra afición por el agua nos trajo problemas en Venezuela. Los católicos romanos tenían prohibido comer carne durante la Cuaresma. Pero el pescado sí se podía comer. Así que la Iglesia católica declaró, para su conveniencia, que mis antepasados eran nada menos que ¡peces! Y hasta el día de hoy los venezolanos que se consideran creyentes católicos comen nuestra carne durante la Cuaresma sin remordimiento alguno.
Afortunadamente, algunos de mis antepasados escaparon. ¿Cómo lo consiguieron? No fue excavando madrigueras para esconderse, como hacen otros roedores. Nosotros, cuando nos vemos en peligro, corremos hacia el agua, nos zambullimos y huimos nadando fácilmente. Aunque mi cuerpo no tiene el perfil aerodinámico de otras criaturas acuáticas, soy un nadador excelente. ¿Sabe por qué? He aquí mi secreto:
Debido al volumen de mis capas de grasa, solo peso un poco más que el agua. Imagínese hasta qué punto soy un buen nadador, que, según un investigador, en el agua tengo la elegancia de un bailarín de ballet y mis movimientos son como una poesía. ¡Qué gran diferencia entre esta descripción y la de que soy “un error de la creación”!
Cuando me encuentro en apuros, la forma palmeada de mis pies me ayuda a propulsarme hacia adelante, lejos de mis enemigos. Nado bastante distancia por debajo del agua y puedo permanecer sumergido varios minutos. Luego, subo a la superficie con cuidado y me quedo a ras del agua, asomando solo los orificios nasales, los ojos y las orejas, como hace el hipopótamo. A mis enemigos —los perros salvajes, los jaguares, los caimanes, las anacondas y el hombre— les cuesta mucho localizar mis orificios nasales en medio de todas las plantas acuáticas. Pero como yo tengo el sentido del olfato muy desarrollado, sí descubro fácilmente la presencia de predadores.
El meterme en el agua también me protege del sol, pues la exposición constante a los ardientes rayos solares hace que la piel se me agriete y se me ulcere en seguida. Además, como mi pelaje —entre pardo rojizo y grisáceo— no es muy tupido, tengo la piel un tanto desprotegida. Por eso, a fin de controlar mi temperatura corporal, suelo quedarme sumergido en el agua o me revuelco en el fango para cubrirme con una capa de barro.
“Una coalición para amamantar”
¿Estamos alguna vez en tierra seca? Por lo menos mamá tiene que estar en tierra para dar a luz. Después de una gestación de aproximadamente cuatro meses, nacen de dos a ocho crías de casi un kilogramo cada una. Un observador comentó que su “brillante pelaje de un tono pardo más claro” les da un aspecto ‘más elegante’ que el de sus padres. La hembra empieza a criar cuando apenas tiene quince meses, y como puede vivir unos diez años, es capaz de parir un mínimo de treinta y seis crías a lo largo de su vida.
Los pequeños capibaras caminan detrás de su madre a las pocas horas de nacer. Sin embargo, nadar les cuesta más, porque al principio son un poco reacios a meterse en el agua. Hay que empujarlos, y una vez dentro, el chiquitín chapotea desesperadamente tratando de alcanzar a mamá o a otra hembra para subírsele a la espalda. Entonces mamá hace con gusto el papel de boya de salvamento. Pero a medida que la cría crece, le cuesta cada vez más mantener el equilibrio. Finalmente se cae rodando de la espalda de su madre y tiene que nadar por sí misma.
Las hembras adultas también cooperan a la hora de amamantar. Las madres no solo alimentan a sus crías, sino también a las crías sedientas de otras hembras. ¿Por qué? Forman “una coalición para amamantar”, explica Adrian Warren, productor de películas de animales, lo cual “puede incrementar las probabilidades de supervivencia” de los pequeños.
La conclusión
Somos mansos por naturaleza, y, por lo tanto, fáciles de domesticar. Se sabe de un granjero ciego de Surinam que utilizaba a un capibara como “perro guía”. Pero principalmente se nos cría por nuestra carne, que, según algunos, es muy sabrosa. En Venezuela, por ejemplo, hay haciendas donde crían a miles de capibaras para vender su carne, honor un tanto discutible. De todos modos, a estas alturas espero que ya habré empezado a gustarle, y no precisamente por el sabor de mi carne, sino por mi modo de ser.
Bueno, ¿qué opina? ¿Soy un error, o una maravilla de la creación? ¿Concuerda con Darwin, o conmigo? Desde luego, no quiero presionarle, pero no olvide que no es la única cosa en la que Darwin estaba equivocado.
[Nota a pie de página]
a El animal del que aquí se habla es el Hydrochoerus hydrochaeris. En Panamá vive una especie afín de menor tamaño.
[Fotografía en la página 23]
¿Raro? ¿Tonto? ¿No somos una pareja atractiva?
[Fotografía en la página 24]
Crían a miles de capibaras para vender su carne, honor un tanto discutible