Cuando algunas actividades se hacen adictivas
LA ADICCIÓN a sustancias y la adicción a actividades son como dos trenes que van en la misma dirección y por la misma vía.a Ambas tienen el mismo destino o propósito: mejorar el estado de ánimo y eclipsar los sentimientos dolorosos. Veamos algunos ejemplos de adicción a actividades.
La adicción al trabajo
La adicción al trabajo se ve como algo respetable. Al fin y al cabo, los laboradictos son excelentes empleados. No obstante, en su interior quizás no se sientan realizados. El trabajo puede servir tanto para distraer la atención de los sentimientos dolorosos como para buscar obsesivamente la aprobación de otros.
Tal como el hielo protege al patinador de ahogarse en el agua, la actividad protege al laboradicto de ahogarse en sus sentimientos. Al igual que el patinador, el laboradicto puede causar admiración en los que le contemplan. Pero todo es superficial. ¿Qué suele haber escondido debajo? Linda T. Sanford, consejera especializada en salud mental, escribe: “Cuando el laboradicto no está absorto en su trabajo, puede verse abrumado por espantosos sentimientos de depresión, ansiedad, ira, desesperación y vacuidad”.
La inherente compulsión de muchos laboradictos hace pensar que se trata de una característica arraigada desde hace mucho tiempo, posiblemente desde la infancia. Tal fue el caso de una mujer a la que llamaremos María. Desde los 6 años trató de ganarse el cariño de su padre alcohólico esforzándose por cocinar y hacer las tareas de la casa lo mejor posible. Ella dice: “Llegó a ser algo compulsivo. Pensaba que mi padre me amaría si hacía más o lo hacía mejor. Todo lo que recibí a cambio fueron críticas”.
María es ya una mujer adulta, pero sigue luchando con este modo de pensar erróneo. Confiesa: “Todavía me siento inútil en mi interior. Aún tengo la sensación de que debo ganarme el cariño, de que no valgo nada a menos que rinda. En las reuniones sociales me agoto cocinando y sirviendo, como si tratara de ganarme el derecho de estar presente”.
Las personas que son como María necesitan tener una visión equilibrada del trabajo. Es cierto que la Biblia encomia el trabajo diligente. (Proverbios 6:6-8; 2 Tesalonicenses 3:10, 12.) El propio Jehová Dios es productivo (Salmo 104:24; Juan 5:17), pero nunca compulsivo. Jehová no solo vio que sus obras creativas eran buenas una vez quedaron terminadas, sino también durante el proceso de creación. (Génesis 1:4, 12, 18, 21, 25, 31; compárese con Eclesiastés 5:18.)
El Obrero Maestro de Jehová Dios, su Hijo Jesús, también manifestó satisfacción personal en su trabajo. (Proverbios 8:30, 31.) Y Jesús prometió a sus seguidores que ellos igualmente hallarían refrigerio al trabajar con él. Aunque hicieron juntos una asignación de suma importancia, eso no les impidió descansar. (Mateo 11:28-30; Marcos 6:31; compárese con Eclesiastés 4:6.)
Quizás su padre o su madre le dieron a entender que su valía personal dependía de su rendimiento o que se le negaría el cariño hasta que se lo ganase. Le aliviará saber que Jehová no ve bien esta forma de educar a los hijos. Su Palabra aconseja: “Padres, no estén exasperando a sus hijos, para que ellos no se descorazonen [“no se acomplejen”, González Ruiz]”. (Colosenses 3:21.) Jehová no niega su amor hasta que la persona se lo gana. No ofrece su amor solo después que alguien empieza a amarle y servirle. Al contrario, la Biblia nos dice que “él nos amó primero”, sí, hasta tomó la iniciativa de amarnos “mientras todavía éramos pecadores”. (1 Juan 4:19; Romanos 5:6-8.) Además, Jehová no critica nuestros esfuerzos sinceros por hacer su voluntad. Por consiguiente, lo que motiva nuestro servicio a Dios es el profundo amor que le tenemos.
La teleadicción
Hay quienes consideran una adicción ver demasiada televisión. “De una manera no muy diferente a como sucede con las drogas o el alcohol —escribe Marie Winn en The Plug-In Drug (La droga que se enchufa)—, el uso compulsivo de la televisión permite al espectador aislarse del mundo real y entrar en un estado mental pasivo y agradable.”
Por supuesto, no hay nada malo en distraerse de las responsabilidades de la vida, siempre y cuando sea temporalmente. Pero algunos telespectadores no regresan nunca a la realidad. Cierto esposo que de pronto se quedó sin poder ver la televisión porque el aparato se había estropeado, confesó: “Me da la impresión de que durante todos estos años he tenido la voluntad completamente momificada. He vivido pegado al televisor sin poder soltarme”. Un joven llamado Kai describe una compulsión similar: “No quiero ver tanta televisión, pero no lo puedo evitar. La televisión me controla”.
Ver demasiada televisión obstruye la capacidad de pensar. La Biblia recomienda la reflexión meditativa, y para ello hace falta cierto grado de soledad. (Josué 1:8; Salmo 1:2, 3; 145:5; Mateo 14:23; Lucas 4:42; 5:16; 1 Timoteo 4:15.) Pero a muchas personas les asusta la soledad. Se ponen muy nerviosas cuando hay silencio. Temen encontrarse a solas con sus pensamientos. Buscan desesperadamente algo que llene ese vacío. Lo más cómodo para ellas es encender el televisor. Sin embargo, aun en el mejor de los casos, la televisión no es más que un sucedáneo de la vida real.
El juego compulsivo
El juego hunde sus raíces en la avidez. Pero el juego compulsivo suele ser mucho más que una cuestión de dinero.b “Necesitaba la ‘euforia’ para escapar de la realidad —dice Nigel—. Era exactamente igual que tomar una droga.” Para el jugador compulsivo, estar jugando ya es en sí una recompensa. Las consecuencias son irrelevantes. Nigel perdió sus amigos; otros pierden sus familias; muchos, su salud, y prácticamente todos, su dinero. Pero pocos lo dejan, pues no se trata de ganar o perder. Es el estar jugando lo que cambia el ánimo y produce una sensación semejante a la euforia que causan las drogas.
El juego puede distraer la atención de los problemas de la vida, pero no los elimina. Un hombre herido de gravedad necesita algo más que un calmante. Hay que curar sus heridas. Si ciertas heridas emocionales han llevado a una persona al juego, es necesario que las identifique y las cure. Aunque se requiere valor, a la larga compensa.
Cómo liberarse
Para liberarse de cualquier adicción, no se puede ignorar cuál es la angustia interna que muchas veces la alimenta. El adicto debe procurar atacar el origen del problema, y eso es muy difícil. “No se pueden dejar treinta años de drogas y alcohol así como así —dice un ex adicto—, especialmente si la adicción camuflaba un problema profundamente arraigado.”
Pero merece la pena liberarse de las adicciones. María, la trabajadora compulsiva mencionada antes, lo describe muy bien. “Por años —dice— estuve huyendo de cosas que me daba miedo afrontar. Pero ahora que me he encarado a ellas, es asombroso lo insignificantes que me parecen.”
Lo mismo han experimentado muchos de los que han conseguido vencer la adicción. En lugar de continuar como “esclavos del vicio”, han pedido en oración “el poder que es más allá de lo normal” para encararse con éxito al reto de vencer la adicción. (2 Pedro 2:19, La Biblia interconfesional. Nuevo Testamento; 2 Corintios 4:7.)
[Notas a pie de página]
a Es una cuestión muy controvertida determinar lo que puede calificarse de adicción y lo que no. Hay quienes prefieren catalogar de “compulsiones” a las actividades adictivas. En estos artículos analizamos el papel de las adicciones como “vías de escape” emocionales. En vista de que también puede recurrirse a algunas actividades con dicho fin, en este artículo nos referiremos a ellas como “adicciones”.
b A diferencia de la actitud de los cristianos con respecto al trabajo y la televisión, estos evitan por completo todo tipo de juego de azar. (Compárese con Isaías 65:11.) Si se desea más información, véase la revista ¡Despertad! del 8 de junio de 1992, páginas 3-11.
[Comentario en la página 9]
‘El término adicciones puede aplicarse a toda clase de comportamiento compulsivo.’
Dr. J. Patrick Gannon.
[Fotografía en la página 10]
Al laboradicto, el trabajo le parece más importante que la familia
[Fotografía en la página 10]
El juego cambia el ánimo y produce una sensación como la que causan las drogas