“¡Hay plata en Potosí!”
POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN BOLIVIA
En 1545, apenas doce años después de que Francisco Pizarro hubo sojuzgado el vastísimo Imperio inca, los españoles descubrieron a un joven indio que extraía a hurtadillas mineral de plata de un lugar secreto de un cerro andino situado en la actual Bolivia. Aquel lugar se llamaba Potosí. La noticia no tardó en divulgarse: “¡Hay plata en Potosí!”. A pesar de la proximidad del invierno, la gente se apresuró a establecer explotaciones privadas en la zona. El mineral era de una riqueza increíble: un 50% de plata pura. Al cabo de dieciocho meses, Potosí ya tenía 14.000 habitantes.
EL YACIMIENTO se encontraba en la ladera de un cerro que se eleva 4.688 metros sobre el nivel del mar, un lugar hostil y casi árido, muy por encima del límite de la vegetación arbórea. La riquísima mena se fundía en guairas, hornillos que aprovechaban la fuerza del viento para avivar las brasas hasta alcanzar la temperatura adecuada. Un cronista de la época dijo haber visto 15.000 guairas encendidas al mismo tiempo. Por la noche relumbraban como una constelación.
Al pie del cerro surgió sin orden ni concierto una ciudad de callejuelas tortuosas, cuya disposición buscaba el resguardo de los vientos helados. El historiador R. C. Padden escribió: “No hubo planificación ni ordenamiento; la razón principal fue, presumiblemente, que no se esperaba que durara mucho la plata”. Pero sí duró, pues el Cerro Rico —así se llamaba— contenía uno de los mayores yacimientos argentíferos que jamás se han hallado.
Se esclavizó a los indígenas
Los españoles soportaron grandes penalidades en su búsqueda de plata. A menudo escaseaba la comida y el agua estaba contaminada, a lo que se añadía el peligro de las minas. El intenso frío también era un obstáculo. Los que trataban de calentarse con carbón, a veces se intoxicaban con monóxido de carbono.
Pero los conquistadores no tardaron en descubrir un alivio a sus fatigas: la esclavización de los indígenas. El diario Bolivian Times, de La Paz, comentó: “Cuentan que murieron ocho millones de esclavos indios” en las minas de Potosí durante la época colonial. La crueldad, el trabajo excesivo y la enfermedad acabaron diezmando la población. No es de extrañar que en 1550 un cronista llamara a Potosí “la boca del infierno”.
Babilonia
En 1572, Potosí ya superaba en tamaño a las ciudades españolas. Se afirma que para 1611 tenía 160.000 habitantes y que igualaba en extensión a París y Londres. Era, asimismo, una de las ciudades más opulentas del orbe. La moda dictaba vestirse de seda rematada con encajes de oro y plata. Al parecer, no había artículo suntuoso que no pudiera adquirirse: sedas chinas, sombreros ingleses, calzas napolitanas, perfumes árabes... Los hogares potosinos se adornaban con alfombras persas, mobiliario flamenco, pinturas italianas y cristal veneciano.
Pero en la urbe, tan próspera como violenta, ocurrían a diario sangrientas pendencias en sus plazas y se multiplicaban los garitos y lupanares; Potosí se ganó el sobrenombre de Babilonia.
Una de las principales aspiraciones de los conquistadores españoles era implantar la fe católica en las Indias. Ahora bien, ¿qué justificación recibía la explotación esclavista a gran escala que realizaban los “cristianos”? Aunque hubo eclesiásticos que censuraron las injusticias, otros disculparon la esclavitud señalando que la tiranía española era menos dura que la incaica, que los indios eran una raza inferior propensa al vicio y que, por tanto, les convenía estar laborando las minas. Según otros, llevarlos a las minas era un paso necesario para convertirlos al catolicismo.
La historia, sin embargo, revela que los clérigos se contaban entre los personajes más adinerados de Potosí. El historiador Mariano Baptista dice al respecto: “La Iglesia como institución y sus representantes, individualmente, formaron parte con ventaja del círculo de explotación cuya base era sostenida por los indios”. Baptista cita a un virrey que en 1591 se quejó de la tendencia de los clérigos a “chupar la sangre a los indios con mucha más codicia y ambición que lo hacen los seglares”.
Se dilapida un tesoro
El aflujo de riquezas, permitió que España dejara de ser un país pobre y fuera durante algunos decenios la mayor potencia universal. Pero aquella situación privilegiada no perduró. Al comentar la razón por la que las riquezas no beneficiaron a España a largo plazo, el libro La España Imperial: 1469-1716, de J. H. Elliott, dice: “Las minas de Potosí proporcionaban al país riquezas incontables. Si hoy faltaba el dinero, mañana abundaría, cuando llegase a Sevilla la flota del tesoro. ¿Para qué planear, para qué ahorrar, para qué trabajar?”.
El tesoro potosino fue dilapidado, y toda aquella etapa estuvo marcada por las bancarrotas de la corona. Según una metáfora de la época, la flota del tesoro llegaba como lluvia de verano, que mojaba los tejados y se evaporaba con rapidez. Un funcionario del siglo XVII resumió así la raíz de la decadencia española: “El no ser rica [España] es por serlo”.
Durante el siglo XVIII, Potosí fue decayendo al agotarse la plata, si bien revivió al cobrar importancia el estaño. Aunque este metal ya no tiene tanta relevancia, Potosí sigue siendo un centro manufacturero y minero. Por otro lado, muchos turistas acuden a la ciudad a disfrutar de su encanto colonial. Observan sus ornamentadas iglesias, muchas de ellas vacías, como elocuente testimonio del cada vez menor interés que despierta el catolicismo.
Hoy día, Potosí es un triste recuerdo del terrible sufrimiento que se padeció por culpa de la avaricia, las intrigas políticas y los errores religiosos; un capítulo de la historia de Bolivia que se abrió con el grito: “¡Hay plata en Potosí!”.