BIBLIA
Las Santas Escrituras, la Palabra inspirada de Jehová, es el libro que ha sido reconocido como el más grande de todos los tiempos debido a su antigüedad, su difusión universal, el número de idiomas a los que se ha traducido, su gran valor literario y su importancia trascendental para toda la humanidad. Es independiente de todos los otros libros, no imita a ninguno. Se mantiene por sus propios méritos, dando crédito de esta forma a su único Autor. Se distingue por haber sobrevivido a controversias más violentas que ningún otro libro, pues ha sido objeto del odio de muchos enemigos.
Nombre. La palabra “Biblia” se deriva, a través del latín, de la voz griega bi·blí·a, que significa “libritos”. Esta palabra, a su vez, proviene de bi·blos, término que hace referencia a la parte interior de la planta del papiro, de la que se hacía un papel primitivo. Los griegos llamaron “Biblos” a la ciudad fenicia de Gebal, famosa por el comercio de papiro. (Véase Jos 13:5, nota.) Con el tiempo, bi·blí·a llegó a significar un conjunto de escritos, rollos o libros, y, por fin, la colección de pequeños libros que compone la Biblia. Jerónimo llamó a esta colección Bibliotheca Divina.
Jesús y los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas se refirieron a la colección de escritos sagrados como “Escrituras” o “las santas Escrituras”, “los santos escritos”. (Mt 21:42; Mr 14:49; Lu 24:32; Jn 5:39; Hch 18:24; Ro 1:2; 15:4; 2Ti 3:15, 16.) Esta colección es la expresión escrita de un Dios que se comunica con sus criaturas, la Palabra de Dios, como lo ponen de relieve las siguientes frases bíblicas: “expresión de la boca de Jehová” (Dt 8:3), “dichos de Jehová” (Jos 24:27), “mandamientos de Jehová” (Esd 7:11), “ley de Jehová”, “recordatorio de Jehová”, “órdenes de Jehová” (Sl 19:7, 8), “palabra de Jehová” (Isa 38:4; 1Te 4:15) y ‘expresión de Jehová’ (Mt 4:4). En repetidas ocasiones se dice que estos escritos son las “sagradas declaraciones formales de Dios”. (Ro 3:2; Hch 7:38; Heb 5:12; 1Pe 4:11.)
Divisiones. El canon bíblico lo componen 66 libros, desde Génesis hasta Revelación. La selección de estos libros en particular y la exclusión de muchos otros es una prueba de que el Autor divino, además de inspirar su escritura, también cuidó la composición y conservación del catálogo sagrado. (Véanse APÓCRIFOS, LIBROS; CANON.) Treinta y nueve de los sesenta y seis libros que componen la Biblia, es decir, las tres cuartas partes, forman las Escrituras Hebreas, que en un principio se escribieron en dicho idioma, a excepción de pequeñas porciones escritas en arameo. (Esd 4:8–6:18; 7:12-26; Jer 10:11; Da 2:4b–7:28.) Los judíos combinaban varios de estos libros, de modo que solo ascendían a un total de 22 ó 24, aunque estos abarcaban exactamente la misma información que los 39 actuales. Asimismo, parece ser que tenían la costumbre de hacer tres subdivisiones de las Escrituras Hebreas: ‘la ley de Moisés, los Profetas y los Salmos’. (Lu 24:44; véase ESCRITURAS HEBREAS.) A la última parte de la Biblia se la conoce como las Escrituras Griegas Cristianas, así designada porque los 27 libros que la componen se escribieron en griego. La escritura, selección y ordenamiento de estos libros dentro del canon bíblico también demuestra la supervisión de Jehová de principio a fin. (Véase ESCRITURAS GRIEGAS CRISTIANAS.)
La subdivisión de la Biblia en capítulos y versículos (la Versión Valera tiene 1.189 capítulos y 31.102 versículos) no la efectuaron los escritores originales, sino que fue un recurso muy útil añadido siglos más tarde. En primer lugar, los masoretas dividieron las Escrituras Hebreas en versículos y después, en el siglo XIII E.C., se añadieron las divisiones de los capítulos. Por fin, en 1553 se publicó la edición de la Biblia francesa de Robert Estienne, la primera Biblia completa con la actual división de capítulos y versículos.
Los 66 libros de la Biblia forman una sola obra, un todo completo. Al igual que las divisiones en capítulos y versículos solo son ayudas convenientes para el estudio de la Biblia y no atentan contra la unidad del conjunto, lo mismo ocurre al dividir la Biblia según los idiomas en que nos llegaron los manuscritos. Por consiguiente, tenemos las Escrituras Hebreas y las Escrituras Griegas, a las que se ha añadido el calificativo “Cristianas” para distinguirlas de la Versión de los Setenta, la traducción al griego de la sección hebrea de las Escrituras.
“Antiguo Testamento” y “Nuevo Testamento”. En la actualidad es frecuente llamar “Antiguo Testamento” a las Escrituras redactadas en hebreo y arameo. Este nombre se basa en la lectura de 2 Corintios 3:14 que ofrecen la Vulgata latina y muchas versiones españolas. No obstante, en este texto la traducción “antiguo testamento” es errónea. La palabra griega di·a·thḗ·kēs significa “pacto” tanto en este versículo como en los otros 32 lugares en los que aparece en el texto griego. Por eso, varias traducciones modernas lo vierten correctamente “antiguo pacto” (BAS, NVI, Val, VP) o “antigua alianza” (BR, CJ, FF, NC). Pablo no se refiere a la totalidad de las Escrituras Hebreoarameas ni tampoco da a entender que los escritos cristianos inspirados compongan un “nuevo testamento (o pacto)”. El apóstol habla del antiguo pacto de la Ley registrado por Moisés en el Pentateuco, que solo es una parte de las Escrituras precristianas. Por esta razón dice en el siguiente versículo: “Cuando se lee a Moisés”.
De modo que no hay ninguna razón válida para llamar “Antiguo Testamento” a las Escrituras Hebreoarameas ni “Nuevo Testamento” a las Escrituras Griegas Cristianas. Jesucristo mismo llamó a la colección de escritos sagrados “las Escrituras” (Mt 21:42; Mr 14:49; Jn 5:39), y el apóstol Pablo la llamó “las santas Escrituras”, “las Escrituras” y “los santos escritos”. (Ro 1:2; 15:4; 2Ti 3:15.)
Autor. La tabla adjunta muestra que el único Autor de la Biblia, Jehová, se valió de unos cuarenta secretarios humanos o escribas para registrar Su Palabra inspirada. “Toda Escritura es inspirada de Dios”, es decir, las Escrituras Griegas Cristianas junto con “las demás Escrituras”. (2Ti 3:16; 2Pe 3:15, 16.) Esta expresión, “inspirada de Dios”, traduce la voz griega the·ó·pneu·stos, que significa “insuflada por Dios”. Al ‘respirar’ sobre hombres fieles, Dios hizo que su espíritu o fuerza activa actuase sobre ellos, dirigiendo así la escritura de su Palabra, de modo que la “profecía no fue traída en ningún tiempo por la voluntad del hombre, sino que hombres hablaron de parte de Dios al ser llevados por espíritu santo”. (2Pe 1:21; Jn 20:21, 22; véase INSPIRACIÓN.)
Este espíritu santo invisible de Dios es su “dedo” simbólico. Por eso, cuando los hombres vieron a Moisés ejecutar obras sobrenaturales, exclamaron: “¡Es el dedo de Dios!”. (Éx 8:18, 19; compárese con las palabras de Jesús de Mt 12:22, 28; Lu 11:20.) En una demostración similar de poder divino, el “dedo de Dios” dio comienzo a la escritura de la Biblia grabando los Diez Mandamientos en tablas de piedra. (Éx 31:18; Dt 9:10.) Luego, sería sencillo para Dios usar a hombres como escribas, aun cuando algunos de ellos fueran “iletrados y del vulgo” (Hch 4:13) o al margen de su ocupación, bien fueran pastores, labradores, fabricantes de tiendas, pescadores, recaudadores de impuestos, médicos, sacerdotes, profetas o reyes. La fuerza activa de Jehová puso las ideas en la mente del escritor y, en algunos casos, le permitió expresar la idea divina en sus propias palabras, por lo que en toda la obra se conjuga el estilo y la personalidad del escritor con una sobresaliente unidad de tema y propósito. De este modo la Biblia refleja la mente y la voluntad de Jehová, y es muy superior en riqueza y trascendencia a los escritos de cualquier hombre. El Dios Todopoderoso se preocupó de que su Palabra de verdad se escribiera en un lenguaje de fácil comprensión y que pudiera traducirse a casi cualquier idioma.
Ningún otro libro ha tardado tanto tiempo en completarse como la Biblia. Moisés empezó a escribirla en el año 1513 a. E.C. A partir de entonces, se siguieron añadiendo escritos sagrados a las Escrituras inspiradas hasta poco después de 443 a. E.C., cuando Nehemías y Malaquías redactaron sus libros. Luego hubo un intervalo de unos quinientos años, hasta que el apóstol Mateo escribió su relato histórico. Aproximadamente sesenta años más tarde, Juan, el último de los apóstoles, aportó su evangelio y tres cartas para completar el canon bíblico. Por lo tanto, se tardó un total de unos mil seiscientos diez años en escribir toda la Biblia. La totalidad de sus escritores fueron hebreos, parte del pueblo del que se dice que tuvo “encomendadas las sagradas declaraciones formales de Dios”. (Ro 3:2.)
La Biblia no es una colección inconexa de fragmentos heterogéneos de la literatura judía y cristiana. Más bien, es un libro en el que se percibe organización, de gran uniformidad y muy interrelacionado, que en realidad refleja el orden sistemático de su Autor, el Creador mismo. Los tratos de Dios con Israel, formalizados por un código completo de leyes, así como por regulaciones que regían hasta pequeños detalles de la vida en el campamento —cosas que más tarde tuvieron su paralelo en el reino davídico y también en la congregación cristiana del primer siglo—, reflejan y magnifican este aspecto de la Biblia relativo a la organización.
Contenido. Este Libro de los Libros revela el pasado, explica el presente y predice el futuro, algo que solo es capaz de hacer Aquel que conoce el fin desde el principio. (Isa 46:10.) La Biblia comienza con el relato de la creación del cielo y la Tierra en un tiempo pasado indeterminado y después ofrece una rápida descripción de los sucesos que prepararon la Tierra para la habitación humana. Luego se revela el origen del hombre con una explicación totalmente científica: la vida proviene únicamente de un Dador de vida; hechos todos ellos que solo podía explicar el Creador, ahora en el papel de Autor de la Biblia. (Gé 1:26-28; 2:7.) En el relato que da cuenta de por qué los hombres mueren se introduce el tema central de toda la Biblia: la vindicación de la soberanía de Jehová y el cumplimiento definitivo de su propósito para la Tierra mediante el Reino dirigido por Cristo, la Descendencia prometida; este tema estaba contenido en la primera profecía concerniente a ‘la descendencia de la mujer’. (Gé 3:15.) Pasaron más de dos mil años antes de que Dios volviese a hacer mención de esta promesa relativa a una “descendencia” cuando le dijo a Abrahán: “Mediante tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra”. (Gé 22:18.) Más de ochocientos años después, se le confirmó la promesa a un descendiente de Abrahán, el rey David, y con el transcurso del tiempo los profetas de Jehová mantuvieron viva la llama de esta esperanza. (2Sa 7:12, 16; Isa 9:6, 7.) Transcurridos más de mil años desde los días de David y cuatro mil desde que se dio la profecía original de Edén, apareció la Descendencia prometida, Jesucristo, el heredero legal al “trono de David su padre”. (Lu 1:31-33; Gál 3:16.) Magullado en la muerte por la descendencia terrestre de la “serpiente”, este “Hijo del Altísimo” proporcionó el precio del rescate que se debía pagar por el derecho a la vida que había perdido la descendencia de Adán por causa de este, y así suministró el único medio por el que la humanidad puede obtener vida eterna. Después fue levantado al cielo, donde tendría que esperar el tiempo señalado para arrojar a “la serpiente original, el que es llamado Diablo y Satanás”, abajo a la Tierra, antes de su destrucción eterna final. En consecuencia, el gran tema anunciado en Génesis, que se va desarrollando y concretando a través de la Biblia, alcanza una gloriosa culminación en los últimos capítulos de Revelación al aclararse el grandioso propósito de Jehová por medio de su Reino. (Rev 11:15; 12:1-12, 17; 19:11-16; 20:1-3, 7-10; 21:1-5; 22:3-5.)
Por medio del Reino dirigido por Cristo, la Descendencia prometida, se vindicará la soberanía de Jehová y se santificará su nombre. Siendo este el tema central de la Biblia, en ella se engrandece el nombre personal de Dios mucho más que en cualquier otro libro; el nombre aparece 6.979 veces en la sección de las Escrituras Hebreas de la Traducción del Nuevo Mundo, esto sin contar la forma abreviada “Jah” y las numerosas ocasiones que forma parte de otros nombres, como por ejemplo Jehosúa, que significa “Jehová Es Salvación”. (Véase JEHOVÁ [Importancia del Nombre].) No conoceríamos el nombre del Creador ni la gran cuestión relacionada con su soberanía que hizo surgir la rebelión edénica, si todo ello no se revelase en la Biblia. Tampoco conoceríamos el propósito de Dios en relación con la santificación de su nombre y la vindicación de su soberanía ante toda la creación.
En esta biblioteca de 66 libritos, el tema del Reino y el nombre de Jehová están entretejidos con información sobre otras muchas cuestiones. Las referencias que en ella se hacen a otras materias, como agricultura, arquitectura, astronomía, química, comercio, ingeniería, etnología, gobierno, higiene, música, poesía, filología y estrategia militar, son meramente tangenciales al desarrollo del tema bíblico, no tratados sobre tales disciplinas. No obstante, su contenido es un verdadero tesoro para los arqueólogos y paleógrafos.
Ningún otro libro puede compararse a la Biblia en lo que respecta a su exactitud como obra histórica y a su penetración en el pasado remoto. No obstante, tiene mucho más valor desde un punto de vista profético, de predicción del futuro, que tan solo el Rey de la Eternidad puede revelar con exactitud. Las profecías de largo alcance de la Biblia recogen la marcha de las potencias mundiales en el transcurso de los siglos e incluso el surgimiento y desaparición final de instituciones de la actualidad.
La Palabra de verdad de Dios es un libro práctico que libera a los hombres de la ignorancia, las supersticiones, las filosofías y las tradiciones humanas absurdas. (Jn 8:32.) “La palabra de Dios es viva, y ejerce poder.” (Heb 4:12.) Sin ella no conoceríamos a Jehová ni sabríamos de los maravillosos beneficios que resultan del sacrificio de rescate de Cristo, ni tampoco entenderíamos los requisitos que tenemos que cumplir a fin de conseguir vida eterna en el justo Reino de Dios o bajo su gobierno.
La Biblia es también un libro muy práctico en otros campos, pues da consejo apropiado a los cristianos acerca de cómo deben vivir en la actualidad, llevar a cabo su ministerio y sobrevivir al fin de este sistema de cosas que va tras los placeres y se opone a Dios. A los cristianos se les dice que “cesen de amoldarse a este sistema de cosas” rehaciendo su mente y no siguiendo la línea de pensamiento de las personas mundanas, lo que puede lograrse si se tiene la misma actitud mental de humildad “que también hubo en Cristo Jesús”, despojándose de la vieja personalidad y vistiéndose de la nueva. (Ro 12:2; Flp 2:5-8; Ef 4:23, 24; Col 3:5-10.) Esto significa desplegar el fruto del espíritu de Dios: “Amor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe, apacibilidad, autodominio”, de los que se ocupa extensamente la Biblia. (Gál 5:22, 23; Col 3:12-14.)
Autenticidad. Se ha acometido contra la veracidad de la Biblia desde muchas posiciones, pero ninguno de estos ataques ha logrado socavar ni debilitar su autenticidad en lo más mínimo.
Historia bíblica. Su integridad a la verdad queda demostrada en cualquier aspecto que se someta a prueba. Su historia es exacta y confiable. Por ejemplo, no se puede negar lo que explica sobre la caída de Babilonia ante los medos y los persas (Jer 51:11, 12, 28; Da 5:28) ni lo que dice sobre, por ejemplo, el gobernante babilonio Nabucodonosor (Jer 27:20; Da 1:1); el rey egipcio Sisaq (1Re 14:25; 2Cr 12:2); los gobernantes asirios Tiglat-piléser III y Senaquerib (2Re 15:29; 16:7; 18:13); los emperadores romanos Augusto, Tiberio y Claudio (Lu 2:1; 3:1; Hch 18:2), o los gobernadores romanos Pilato, Félix y Festo (Hch 4:27; 23:26; 24:27), así como tampoco es posible contradecir lo que dice sobre el templo de Ártemis de Éfeso y el Areópago de Atenas (Hch 19:35; 17:19-34). Lo que la Biblia declara sobre estos o cualesquiera otros lugares, personajes o acontecimientos es históricamente exacto en todo detalle. El arqueólogo W. F. Albright afirmó: “Generalmente se ha regresado a un aprecio de la exactitud de la historia religiosa de Israel, tanto en general como respecto a detalles de los hechos”. (Véase ARQUEOLOGÍA.)
Razas y lenguajes. Lo que la Biblia explica sobre las razas y lenguajes de la humanidad también es verídico. Todos los pueblos, sin importar su estatura, cultura, color o idioma, pertenecen a una misma familia humana. No puede probarse que sea falsa la división triple de la familia humana en las razas jafética, camítica y semítica, todas descendientes de Adán y Noé. (Gé 9:18, 19; Hch 17:26.) Sir Henry Rawlinson dice: “Si tuviéramos que guiarnos por la mera intersección de las sendas lingüísticas, e independientemente de cualquier referencia al registro de las Escrituras, aún tendríamos que fijar en las llanuras de Sinar el foco del que irradiaron las diferentes líneas”. (The Historical Evidences of the Truth of the Scripture Records, de G. Rawlinson, 1862, pág. 287; Gé 11:2-9.)
Enseñanza práctica. Las enseñanzas, doctrinas y ejemplos de la Biblia son sumamente prácticos para el hombre moderno. Los principios justos y las elevadas normas morales de este libro lo distinguen de todos los demás. La Biblia no solo da respuesta a cuestiones importantes, sino que también contiene muchas directrices prácticas que, si se siguieran, contribuirían de modo importante a elevar la salud física y mental de la población de la Tierra. Suministra principios sobre lo propio y lo impropio con relación a tratos comerciales (Mt 7:12; Le 19:35, 36; Pr 20:10; 22:22, 23), laboriosidad (Ef 4:28; Col 3:23; 1Te 4:11, 12; 2Te 3:10-12), conducta moral limpia (Gál 5:19-23; 1Te 4:3-8; Éx 20:14-17; Le 20:10-16), compañías edificantes (1Co 15:33; Heb 10:24, 25; Pr 5:3-11; 13:20) y buenas relaciones familiares (Ef 5:21-33; 6:1-4; Col 3:18-21; Dt 6:4-9; Pr 13:24). En cierta ocasión, el famoso educador William Lyon Phelps dijo: “Creo que el conocimiento de la Biblia sin una carrera universitaria es más valioso que una carrera universitaria sin el conocimiento de la Biblia”. (The New Dictionary of Thoughts, pág. 46.) Con respecto a la Biblia, John Quincy Adams escribió: “De todos los libros del mundo, es el que más contribuye a hacer a los hombres buenos, sabios y felices”. (Letters of John Quincy Adams to His Son, 1849, pág. 9.)
Exactitud científica. La Biblia tampoco se queda atrás en lo que respecta a exactitud científica. Ya sea cuando relata el orden progresivo de preparación de la Tierra para la habitación humana (Gé 1:1-31), cuando dice que la Tierra es esférica y que cuelga sobre “nada” (Job 26:7; Isa 40:22), al clasificar a la liebre como rumiante (Le 11:6) o al señalar que “el alma de la carne está en la sangre” (Le 17:11-14), la Biblia siempre resulta científicamente exacta.
Culturas y costumbres. La Biblia tampoco se equivoca en lo que tiene que ver con culturas y costumbres. En cuestiones políticas, siempre utiliza el título debido cuando habla de un determinado gobernante. Por ejemplo, dice que Herodes Agripa y Lisanias eran gobernantes de distrito (tetrarcas); Herodes Agripa (II), rey, y Galión, procónsul. (Lu 3:1; Hch 25:13; 18:12.) En tiempos romanos eran corrientes las marchas triunfales de los ejércitos victoriosos junto con sus cautivos. (2Co 2:14.) En la Biblia se hace referencia a la hospitalidad que se mostraba a los extraños, al estilo de vida oriental, al modo de comprar terrenos, a procedimientos legales relativos a contratos y a la costumbre de los hebreos y otros pueblos de circuncidarse; en todos estos detalles la Biblia es exacta. (Gé 18:1-8; 23:7-18; 17:10-14; Jer 9:25, 26.)
Franqueza. Los escritores de la Biblia demostraron una franqueza que no se observa en otros escritores de la antigüedad. Desde el mismo principio, Moisés informó con toda sinceridad de sus pecados, así como de los pecados y errores de su pueblo, y lo mismo hicieron los otros escritores hebreos. (Éx 14:11, 12; 32:1-6; Nú 14:1-9; 20:9-12; 27:12-14; Dt 4:21.) Tampoco se encubrieron los pecados de personajes destacados, como David y Salomón, sino que se informaron abiertamente. (2Sa 11:2-27; 1Re 11:1-13.) Jonás habló de su propia desobediencia. (Jon 1:1-3; 4:1.) Otros profetas mostraron asimismo esta misma franqueza. Los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas tuvieron el mismo interés por la información verídica que sus predecesores de las Escrituras Hebreas. Pablo habla de su anterior derrotero de vida pecaminoso. También se hace referencia a la debilidad de Marcos al abandonar la obra misional y se ponen al descubierto los errores que cometió el apóstol Pedro. (Hch 22:19, 20; 15:37-39; Gá 2:11-14.) Esta información franca y abierta permite confiar en la aseveración de la Biblia de que es honrada y veraz.
Integridad. Los hechos dan testimonio de la integridad de la Biblia. La narrativa bíblica está entretejida de forma inseparable con la historia de la época. Relata los sucesos con honradez, veracidad y de la manera más sencilla. La candorosa sinceridad y fidelidad de sus escritores, su celo ardiente por la verdad y su gran esfuerzo por reproducir los detalles con exactitud es lo que esperaríamos de la Palabra de verdad de Dios. (Jn 17:17.)
Profecía. Si hay un solo factor que pruebe por sí mismo que la Biblia es la Palabra inspirada de Jehová, ese es la profecía. Hay un sinnúmero de profecías de largo alcance en la Biblia que ya se han cumplido. Algunas de ellas se incluyen en el libro “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa”, págs. 343-346.
Conservación. En la actualidad no se sabe de la existencia de ninguno de los escritos originales de la Biblia. Sin embargo, Jehová se preocupó de que se hicieran copias de esos escritos originales con el fin de reemplazarlos. Después del exilio babilonio, se produjo una demanda cada vez mayor de copias de las Escrituras debido al crecimiento de muchas comunidades judías fuera de Palestina. Unos especialistas, copistas profesionales, satisficieron esa demanda y trabajaron con gran esmero en aras de la exactitud de sus copias manuscritas. Esdras fue uno de estos hombres, un “copista hábil en la ley de Moisés, que Jehová el Dios de Israel había dado”. (Esd 7:6.)
Por cientos de años se siguieron haciendo copias manuscritas de las Escrituras Hebreas y, más tarde, de las Escrituras Griegas Cristianas. También se hicieron traducciones de estos Santos Escritos a otros idiomas. Puede decirse que el primer libro de importancia que se tradujo a otro idioma fue las Escrituras Hebreas. En la actualidad se cuentan por miles los manuscritos y versiones de la Biblia. (Véanse MANUSCRITOS DE LA BIBLIA; VERSIONES.)
La primera Biblia impresa, la Biblia de Gutenberg, salió de la prensa en el año 1456. Hoy la distribución de la Biblia (completa o en parte) ha superado los cinco mil millones de ejemplares en mucho más de tres mil idiomas. No obstante, esto no se ha conseguido sin una fuerte oposición procedente de muchos sectores. En realidad, la Biblia ha tenido más enemigos que ningún otro libro. Varios papas y concilios hasta prohibieron su lectura bajo pena de excomunión. Miles de personas perdieron la vida por su amor a la Biblia y miles de ejemplares de este precioso libro fueron pasto de las llamas. Una de las víctimas de la lucha de la Biblia por sobrevivir fue el traductor William Tyndale, quien en una ocasión, mientras discutía con un clérigo, le aseguró: “Si Dios me hace merced de larga vida, haré que el muchacho que guía el arado sepa más de la Escritura que vos”. (Actes and Monuments, de John Foxe, Londres, 1563, pág. 514.)
En vista de esta violenta oposición, el honor y el agradecimiento por la supervivencia de la Biblia deben ir a Jehová, el Conservador de su Palabra. Este hecho confiere mayor significado a la cita que hace el apóstol Pedro del profeta Isaías: “Toda carne es como hierba, y toda su gloria es como una flor de la hierba; la hierba se marchita, y la flor se cae, pero el dicho de Jehová dura para siempre”. (1Pe 1:24, 25; Isa 40:6-8.) Por lo tanto, en este siglo XXI, hacemos bien “en prestarle atención como a una lámpara que resplandece en un lugar oscuro”. (2Pe 1:19; Sl 119:105.) El hombre cuyo “deleite está en la ley de Jehová, y día y noche lee en su ley en voz baja”, y que luego pone en práctica las cosas que lee, es el que prospera y es feliz. (Sl 1:1, 2; Jos 1:8.) Las leyes, los recordatorios, las órdenes, los mandamientos y las decisiones judiciales de Jehová contenidos en la Biblia son para él ‘más dulces que la miel’, y la sabiduría que se deriva de ellos, más deseable “que el oro, sí, que mucho oro refinado”, pues significa su misma vida. (Sl 19:7-10; Pr 3:13, 16-18; véase CANON.)
[Tabla de la página 353]
TABLA CRONOLÓGICA DE LOS LIBROS DE LA BIBLIA
(El orden en el que se escribieron los libros de la Biblia y el lugar que ocupa cada uno con relación a los demás son aproximados; algunas de las fechas y los lugares son inseguros. Abreviaturas: a. significa “antes”; d., “después”, y c., “cerca”.)
Escrituras Hebreas (a. E.C.)
Libro
Escritor
Fecha en que se terminó
Tiempo que abarca
Lugar donde se escribió
Génesis
Moisés
1513
“En el principio” a 1657
Desierto
Éxodo
Moisés
1512
1657-1512
Desierto
Levítico
Moisés
1512
Un mes (1512)
Desierto
Job
Moisés
c. 1473
Más de ciento cuarenta años entre 1657 y 1473
Desierto
Números
Moisés
1473
1512-1473
Desierto y llanuras de Moab
Deuteronomio
Moisés
1473
Dos meses (1473)
Llanuras de Moab
Josué
Josué
c. 1450
1473–c. 1450
Canaán
Jueces
Samuel
c. 1100
c. 1450–c. 1120
Israel
Rut
Samuel
c. 1090
Once años de la gobernación de los jueces
Israel
1 Samuel
Samuel, Gad, Natán
c. 1078
c. 1180-1078
Israel
2 Samuel
Gad, Natán
c. 1040
1077–c. 1040
Israel
El Cantar de los Cantares
Salomón
c. 1020
—
Jerusalén
Eclesiastés
Salomón
a. 1000
—
Jerusalén
Jonás
Jonás
c. 844
—
—
Joel
Joel
c. 820 (?)
—
Judá
Amós
Amós
c. 804
—
Judá
Oseas
Oseas
d. 745
a. 804–d. 745
Samaria (Distrito)
Isaías
Isaías
d. 732
c. 778–d. 732
Jerusalén
Miqueas
Miqueas
a. 717
c. 777-717
Judá
Proverbios
Salomón, Agur, Lemuel
c. 717
—
Jerusalén
Sofonías
Sofonías
a. 648
—
Judá
Nahúm
Nahúm
a. 632
—
Judá
Habacuc
Habacuc
c. 628 (?)
—
Judá
Lamentaciones
Jeremías
607
—
Cerca de Jerusalén
Abdías
Abdías
c. 607
—
—
Ezequiel
Ezequiel
c. 591
613–c. 591
Babilonia
1 y 2 Reyes
Jeremías
580
c. 1040-580
Judá y Egipto
Jeremías
Jeremías
580
647-580
Judá y Egipto
Daniel
Daniel
c. 536
618–c. 536
Babilonia
Ageo
Ageo
520
Ciento doce días (520)
Jerusalén
Zacarías
Zacarías
518
520-518
Jerusalén
Ester
Mardoqueo
c. 475
493–c. 475
Susa, Elam
1 y 2 Crónicas
Esdras
c. 460
Después de 1 Crónicas 9:44, 1077-537
Jerusalén (?)
Esdras
Esdras
c. 460
537–c. 467
Jerusalén
Salmos
David y otros
c. 460
—
—
Nehemías
Nehemías
d. 443
456–d. 443
Jerusalén
Malaquías
Malaquías
d. 443
—
Jerusalén
[Tabla de la página 354]
Escrituras Griegas Cristianas (E.C.)
Libro
Escritor
Fecha en que se terminó
Tiempo que abarca
Lugar donde se escribió
Mateo
Mateo
c. 41
2 a. E.C.–33 E.C.
Palestina
1 Tesalonicenses
Pablo
c. 50
—
Corinto
2 Tesalonicenses
Pablo
c. 51
—
Corinto
Gálatas
Pablo
c. 50-52
—
Corinto o Antioquía de Siria
1 Corintios
Pablo
c. 55
—
Éfeso
2 Corintios
Pablo
c. 55
—
Macedonia
Romanos
Pablo
c. 56
—
Corinto
Lucas
Lucas
c. 56-58
3 a. E.C.–33 E.C.
Cesarea
Efesios
Pablo
c. 60-61
—
Roma
Colosenses
Pablo
c. 60-61
—
Roma
Filemón
Pablo
c. 60-61
—
Roma
Filipenses
Pablo
c. 60-61
—
Roma
Hebreos
Pablo
c. 61
—
Roma
Hechos
Lucas
c. 61
33-c. 61 E.C.
Roma
Santiago
Santiago
a. 62
—
Jerusalén
Marcos
Marcos
c. 60-65
29-33 E.C.
Roma
1 Timoteo
Pablo
c. 61-64
—
Macedonia
Tito
Pablo
c. 61-64
—
Macedonia (?)
1 Pedro
Pedro
c. 62-64
—
Babilonia
2 Pedro
Pedro
c. 64
—
Babilonia (?)
2 Timoteo
Pablo
c. 65
—
Roma
Judas
Judas
c. 65
—
Palestina (?)
Revelación
Juan
c. 96
—
Patmos
Juan
Juan
c. 98
Después del prólogo, 29-33 E.C.
Éfeso o sus proximidades
1 Juan
Juan
c. 98
—
Éfeso o sus proximidades
2 Juan
Juan
c. 98
—
Éfeso o sus proximidades
3 Juan
Juan
c. 98
—
Éfeso o sus proximidades