El hacer la voluntad de Dios ha sido mi deleite
Según lo relató A. H. Macmillan
DESPUÉS de vivir sesenta y seis años tratando de hacer la voluntad de Dios, deseo decir que ha sido una vida deleitable. Me siento como aquel judío, David, que dijo: “En hacer tu voluntad, oh Dios mío, me he deleitado.” (Sal. 40:8) He visto crecer la organización de Jehová desde un principio pequeño, cuando me dediqué a Dios a la edad de veintitrés años en septiembre de 1900, hasta una sociedad mundial de personas felices que están proclamando celosamente sus verdades.
Pocos hombres en la organización de Jehová Dios han tenido el privilegio que yo he tenido. He vivido y servido como testigo de Jehová en tres épocas distintas de su historia. He tenido asociación estrecha con tres presidentes de la Sociedad Watch Tower y he presenciado el progreso del pueblo de Dios bajo sus administraciones. Aunque cada época fue tan distintamente diferente de las otras dos como es posible imaginarse, cada una ha cumplido su propósito en efectuar el propósito de Jehová y estoy convencido más que nunca antes, al ver que se acerca el fin de mi servicio a Dios en la Tierra, que Jehová ha dirigido a su pueblo y le ha dado exactamente lo que necesita al tiempo apropiado.
He visto venir muchas pruebas severas sobre la organización y pruebas de la fe de los que están en ella. Con la ayuda del espíritu de Dios sobrevivió y continuó floreciendo. He visto la sabiduría de esperar pacientemente en Jehová para aclarar nuestro entendimiento de cosas bíblicas en vez de perturbarnos a causa de un nuevo pensamiento. A veces nuestras expectativas de cierta fecha eran mayores que lo que autorizaban las Escrituras. Cuando estas expectativas no se cumplieron, eso no cambió los propósitos de Dios. Las verdades fundamentales que aprendimos de las Escrituras siguieron siendo las mismas. De modo que aprendí que debemos reconocer nuestros errores y continuar examinando la Palabra de Dios para más esclarecimiento. Sin importar los ajustes que tuviésemos que hacer de vez en cuando en nuestros puntos de vista, eso no cambiaría la provisión benigna del rescate y la promesa de vida eterna de Dios. De modo que no había necesidad de que dejásemos que nuestra fe se debilitara por expectativas no cumplidas o cambios de puntos de vista.
Recuerdo la ocasión en que fui orador en una asamblea en Saratoga Springs, Nueva York, en 1914. Hablé sobre el tema “El fin de todas las cosas se ha acercado, por lo tanto seamos sobrios, vigilantes y oremos,” Yo mismo lo creía sinceramente... que la iglesia “iba a casa” en octubre. Durante ese discurso hice esta observación lamentable: “Este probablemente sea el último discurso público que dé porque estaremos yendo a nuestra morada pronto.”
A la mañana siguiente 500 de nosotros regresamos a Brooklyn, donde los servicios darían fin a la asamblea. Muchos asambleístas se quedaron en Betel. El viernes por la mañana todos estábamos sentados a la mesa del desayuno cuando bajó el hermano Russell. Al entrar en el comedor por lo general titubeaba un momento y decía alegremente: “Bueno días a todos.” Pero esta mañana aplaudió vivamente y anunció felizmente: “Han terminado los tiempos de los gentiles; se les ha acabado el gusto a sus reyes.” El hermano Russell se sentó a la cabecera de la mesa e hizo unas cuantas observaciones, y luego bromearon conmigo afablemente.
El hermano Russell dijo: “Vamos a hacer algunos cambios en el programa para el domingo. A las 10:30 del domingo por la mañana el hermano Macmillan nos dará un discurso.” Todos se rieron de buena gana recordando lo que había yo dicho el miércoles en Saratoga Springs... mi “último discurso público.” Bueno, entonces, tuve que apresurarme para hallar algo que decir. Hallé el Salmo 74:9 (VA): “No vemos nuestras señales: ya no hay ningún profeta: tampoco hay entre nosotros alguien que sepa por cuánto tiempo.” Ahora, eso era diferente. En esa conferencia traté de mostrar a los hermanos que quizás algunos de nosotros habíamos sido un poco apresurados al pensar que íbamos al cielo inmediatamente, y lo que nos tocaba hacer era mantenernos ocupados en el servicio del Señor hasta que determinara cuándo algunos de sus siervos aprobados serían llevados a la morada celestial.
Aunque nuestras expectativas sobre el ser llevados al cielo no se cumplieron en 1914, ese año ciertamente vio el fin de los tiempos de los gentiles, como habíamos esperado. De modo que no todas nuestras expectativas para ese año pasaron sin cumplirse. Pero no estuvimos perturbados en particular por no haber tenido lugar todo como habíamos esperado, porque estábamos muy ocupados con la obra del Foto–Drama y con los problemas creados por la guerra.
SE PREVÉ LA EXPANSIÓN DE LA OBRA DE PREDICACIÓN
El hermano Russell comprendió que aunque algunos miembros individuales del rebaño espiritual quedaban en la Tierra, esto no modificaría ni afectaría el horario para poner fin al gobierno ininterrumpido de las naciones, o tiempos de los gentiles. Continuamente recalcó: “Lo que sigue ahora es el establecimiento del glorioso Reino en manos de este gran Mediador,” el Hijo de Dios. Este punto de vista hizo que surgieran en nuestra mente muchas preguntas. Una de las cuales fue cómo Mateo 24:14, acerca de la predicación mundial de las buenas nuevas del reino de Dios, se cumpliría.
Con respecto a esto recuerdo un incidente que ocurrió poco tiempo antes de morir el hermano Russell. Siempre empleaba la mañana desde las 8:00 a.m. hasta el mediodía en su estudio, preparando artículos de la revista Watch Tower y haciendo cualquier otra escritura que se necesitaba para investigación bíblica. Nadie se acercaba al estudio durante esas horas a menos que fuera enviado o tuviera algo muy importante. Unos cinco minutos después de las ocho, un mecanógrafo bajó corriendo las escaleras y me dijo: “El hermano Russell quiere verlo en el estudio.” Pensé: “¿Y ahora qué hice?” El ser llamado al estudio por la mañana quería decir que había algo importante.
Fui al estudio y él dijo: “Entre, hermano. Por favor camine hasta la sala.” Esta era una extensión del estudio. Dijo: “Hermano, ¿está usted tan profundamente interesado en la verdad como lo estuvo cuando comenzó?” Me quedé mirando sorprendido. Dijo: “No se sorprenda. Esa solo fue una pregunta introductoria.” Luego me describió su condición física, y yo sabía bastante en cuanto a diagnosis física para saber que él no viviría muchos meses más a menos que tuviera algo de alivio. Dijo: “Pues, bien, hermano, lo que quería decirle es esto. No puedo llevar a cabo la obra por más tiempo, y no obstante hay una obra grande que hacer. Oh hay una obra mundial que tiene que hacerse.” Me quedé allí por tres horas, y describió la extensa obra de predicación que hoy veo que el pueblo de Jehová está efectuando. Él lo discernió de lo que leyó en la Biblia.
Dije: “Hermano Russell, es irrazonable sobre lo que habla. No tiene sentido común.”
“¿Qué quiere decir, hermano?” preguntó.
“Usted va a morir y ¿va a seguir esta obra?” contesté. “Pues, cuando usted muera todos cruzaremos complacientemente los brazos y esperaremos ir al cielo con usted. Cesaremos entonces.”
“Hermano,” dijo, “si ésa es su idea, usted no discierne el punto en cuestión. Esta obra no es del hombre. Yo no soy importante para esta obra. La luz está brillando más. Hay una gran obra en el futuro.”
Estaba equivocado en cuanto a cruzar los brazos y cesar cuando él muriera. La obra continuó, y al pasar el tiempo comenzamos a trabajar más duro que antes. El grado de la obra que el pueblo de Jehová está haciendo hoy prueba cuán equivocado estaba yo. En efecto, esta obra no es del hombre.
Después de bosquejar el trabajo futuro, el hermano Russell dijo: “Ahora bien, lo que yo quiero es que alguien entre aquí para quitarme la responsabilidad. Todavía dirigiré la obra, pero no puedo atenderla como lo he hecho en el pasado.” De modo que hablamos de varias personas. Finalmente, cuando salí y pasé por una puerta corrediza para entrar en el pasillo, dijo: “Aguarde un minuto. Vaya a su cuarto y háblele al Señor sobre este asunto y venga y dígame si el hermano Macmillan aceptará este trabajo.” Cerró la puerta sin que yo dijera nada más. Bueno, yo creo que me quedé allí medio ofuscado. ¿Qué podría yo hacer para ayudar al hermano Russell en esta obra? Se requería un hombre que tuviera algunas habilidades de administración, y todo lo que yo sabía era predicar religión. Sin embargo, reflexioné en cuanto a ello y más tarde regresé y le dije: “Hermano, haré cualquier cosa que pueda. No me importa dónde me ponga.” De modo que me dejó encargado mientras fue a un viaje a California del cual nunca regresó.
El martes 31 de octubre de 1916 murió el hermano Russell mientras viajaba por tren a Pampa, Texas. ¡Qué golpe fue ése! Cuando leí el telegrama concerniente a su muerte a la familia Betel a la mañana siguiente en el desayuno, hubo gemido en todo el comedor. Bueno, seguimos de la mejor manera que pudimos, no sabiendo qué hacer. Traté de explicarles lo que me dijo el hermano Russell sobre la gran obra futura, pero dijeron: “¿Quién va a encargarse de ella?”
NUEVO PRESIDENTE ELECTO
Bueno, formamos un comité, un comité ejecutivo: El tesorero, el vicepresidente y yo, junto con el hermano Rutherford, que fue constituido presidente de la junta. Este comité mantuvo en marcha las cosas hasta que llegó la elección de oficiales en enero de 1917. La pregunta en cuanto a quién sería colocado en el puesto de presidente de la Sociedad Watch Tower se suscitó entonces. El hermano Van Amburgh se dirigió a mí un día y dijo: “Hermano, ¿qué piensa en cuanto a ello?” Contesté: “Solo hay una persona, sea que le agrade o no. Solo hay un hombre que puede encargarse de esta obra ahora, y ése es el hermano Rutherford.” Me cogió de la mano y dijo: “Soy de la misma opinión.” El hermano Rutherford no sabía lo que pasaba. No hizo ninguna campaña electoral por votos. Cuando llegó la elección fue electo presidente, y continuó así hasta su muerte el 8 de enero de 1942.
Conocí por primera vez al hermano Rutherford en 1905 cuando el hermano Russell y yo viajamos a través de los Estados Unidos. En Kansas City los hermanos se estaban preparando para agasajarnos. Le pidieron al juez Rutherford en Misuri que viniera y les ayudara. Todo lo que sabían sobre él era que tenía los Estudios de las Escrituras. Vino y agasajó al hermano Russell y a mí mismo y, como resultado, nos familiarizamos bien con él. Un poco después regresé por ese rumbo, y me detuve a visitar al juez Rutherford un día o dos. Debido a que sirvió por un tiempo como juez especial en el Decimocuarto Distrito Judicial de Misuri, era llamado comúnmente el “juez.” De modo que le dije: “Juez, usted debería estar predicando la verdad por aquí.”
“No soy predicador,” dijo. “Soy abogado.”
“Bueno, juez,” contesté, “le indicaré lo que puede hacer. Vaya y saque un ejemplar de la Santa Biblia y un grupito de personas, y enséñeles sobre la vida, la muerte y el más allá. Muéstreles dónde obtuvimos nuestra vida, por qué entramos en la condición de muerte y lo que significa la muerte. Tome las Escrituras como testigo, y luego termine diciendo: ‘He cumplido todo como dije,’ así como usted lo haría al jurado en un tribunal, y remáchelo en la conclusión.”
“Eso no parece muy difícil,” dijo.
Había un hombre de color que trabajaba en una pequeña granja que estaba junto a su casa de la ciudad, cerca de la orilla de la población. Allí había unas quince o veinte personas de color, y fue allí a darles un sermón sobre “La vida, la muerte y el más allá.” Mientras estaba hablando ellos seguían diciendo: “¡Alabado sea el Señor, juez! ¿Dónde aprendió usted todo eso?” Fue una ocasión feliz. Esa fue la primera conferencia bíblica que dio. Como presidente de la Sociedad dio por radio muchas más al mundo.
Solo un corto tiempo después, en 1906, tuve el privilegio de bautizarlo en San Pablo, Minnesota. Fue uno de 144 personas que bauticé personalmente en agua ese día. De modo que cuando llegó a ser presidente de la Sociedad, me dio mucho gusto.
PRISIÓN
En 1918 me enfrenté a alguna verdadera dificultad. El Ministerio de Justicia se abalanzó sobre nosotros y apresuró a ocho de nosotros a la cárcel de la calle Raymond en Brooklyn. Pagamos la fianza y esperamos nuestro juicio. La acusación contra nosotros era violación del Acta de Espionaje del 15 de junio de 1917. Debido a nuestra obra educativa bíblica se nos acusó de conspirar para estorbar a los Estados Unidos en alistar un ejército.
Durante el juicio el gobierno dijo que si una persona se paraba en la esquina de la calle y repetía el padrenuestro con la intención de desanimar a los hombres de ingresar en el ejército, podría ser enviada a la penitenciaría. De modo que usted puede ver cuán fácil fue para ellos interpretar la intención. Pensaron que podían saber lo que otra persona estaba pensando, y por eso obraron contra nosotros sobre esa base aunque testificamos que jamás en ninguna ocasión conspiramos para hacer alguna cosa que afectara el reclutamiento y nunca estimulamos a nadie a resistirla. De nada sirvió. Ciertos caudillos religiosos de la cristiandad y sus aliados políticos estaban determinados a acabar con nosotros. El fiscal, con consentimiento del juez Howe, tuvo como mira el fallo de culpabilidad, insistiendo en que nuestro motivo era inaplicable y que la intención debería ser deducida de nuestros actos. Fui hallado culpable únicamente sobre la base de que refrendé un cheque, el propósito del cual no pudo ser determinado, y que firmé una declaración de hecho que leyó el hermano Rutherford en una reunión de la junta. Aun entonces no pudieron probar que era mi firma. La injusticia de esto nos ayudó más tarde en nuestra apelación.
Fuimos sentenciados injustamente a ochenta años en la penitenciaría. Todas las sentencias eran sobre cuatro cargos, veinte años por cada uno, que correrían concurrentemente. Eso quería decir que yo estaría en la penitenciaria de Atlanta por veinte años. El juez predispuesto nos negó fianza mientras nuestro caso era apelado. Por eso, tuvimos que ir a la prisión. Nueve meses después, por orden del juez Luis D. Brandeis del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, nuestros abogados apelaron nuevamente al Tribunal de Circuito de Apelaciones de Nueva York para fianza. Esta se concedió el 21 de marzo de 1919, y luego el 14 de mayo de 1919, el tribunal revocó el fallo del tribunal inferior. En su dictamen el juez Ward dijo: “Los acusados en este caso no recibieron el juicio sobrio e imparcial al cual tenían derecho y por esa razón el fallo fue revocado.” El esfuerzo de nuestros enemigos por forjar agravio en forma de ley no tuvo éxito en encarcelarnos por veinte años ni en destruir la obra del Señor.
Cuando entramos en la penitenciaria de Atlanta el alcaide suplente nos dijo: “Caballeros, van a estar en esta prisión por largo tiempo. Vamos a tener que darles algo de trabajo que hacer. Ahora bien, ¿qué pueden hacer?”
Yo le dije: “Nunca he hecho otra cosa en mi vida salvo predicar. ¿Tiene usted algo semejante a eso aquí?”
“¡No, señor!” dijo. “Por eso está usted aquí, y se lo advierto ahora que no va a predicar nada aquí.”
Bueno, después de un tiempo iniciaron una clase de escuela dominical y agruparon a diferentes reclusos. Me dieron una clase de presos judíos, unos quince, y el hermano Rutherford tenía una clase. Cada uno tenía una. La clase estaba siguiendo las lecciones dominicales del Quarterly. Nuestras lecciones comenzaron con Abrahán, las promesas hechas a él y a Isaac y a Jacob, hasta el fin. Eso fue excelente para mí. Un día encontré al alcaide suplente en el campo y me dijo: “Macmillan, esas lecciones que usted está teniendo allí son maravillosas. Yo asisto a todas y creo que con el tiempo usted llevará a todos esos judíos a la Tierra de Promisión.”
“Bueno,” dije, “cuando vine aquí usted me dijo que no debería predicar nada.”
“Oh, olvídese de eso,” dijo.
Luego vino la influenza y se descontinuó nuestra escuela dominical. Pero antes de salir de la prisión, el hermano Rutherford habló a la clase por unos tres cuartos de hora. Hubo varios de los oficiales de la prisión allí, y a muchos de los hombres les rodaron lágrimas por las mejillas. Quedaron muy impresionados. Dejamos un grupo allí que permaneció fiel.
Otro incidente de interés que tuvo lugar en la prisión fue concerniente a la reelección de los oficiales de la Sociedad. Cuando llegó el día, el hermano Rutherford expresó preocupación de que personas descontentas en la organización que habían ayudado a nuestros enemigos religiosos y políticos a meternos en la prisión tratarían de apoderarse de la Sociedad y destruirla. Le dije que, puesto que no podíamos estar allí para influir en la elección mediante nuestra presencia, ésta sería una oportunidad para que el Señor mostrara a quién quería tener como presidente de la Sociedad.
A la mañana siguiente tocó en la pared de la celda y dijo: “Saque la mano.” Cuando lo hice, me entregó un telegrama que decía que había sido reelecto presidente. Más tarde ese día me dijo: “Quiero decirle algo. Usted hizo una observación ayer que me ha hecho pensar sobre el haber sido puestos en el lugar del hermano Russell y que habríamos influido en la elección si hubiésemos estado en Pittsburgo y el Señor no hubiera tenido la oportunidad de mostrar a quién quería. Pues, hermano, si salgo de aquí, por la gracia de Dios aplastaré todo este asunto de adoración de criaturas. Lo que es más tomaré la daga de la verdad, y haré trizas los intestinos de la Babilonia antigua. Nos metieron aquí, pero saldremos.” Desde el tiempo de su liberación hasta su muerte, llevó a cabo esta promesa desenmascarando la iniquidad de Babilonia la Grande, el imperio mundial de la religión falsa.
La experiencia de la prisión y el tiempo dificultoso que tuvimos con ciertas personas egoístas que se habían apartado de la organización y habían causado dificultad para nosotros no debilitaron mi fe. Mi fe se estaba haciendo más firme todo el tiempo porque sabía de la Biblia que los seguidores de Cristo tendrían dificultad. Sabía que el Diablo trataba de estorbar la obra del Señor, pero no pudo detenerla. De modo que las pruebas que nos sobrevinieron y el odio que nos mostraron las personas que en otro tiempo fueron hermanos nuestros no me perturbaron. Esto había de esperarse. No debilitó mi fe en la verdad ni en la organización de Jehová.
VIAJES
Ha sido mi privilegio efectuar muchos viajes para la Sociedad a fin de animar a los hermanos y estimular interés en las verdades de la Palabra de Dios. El 12 de agosto de 1920 fui con el hermano Rutherford y otros de la Sociedad a Europa a bordo del “S.S. Imperator.” Fue el sábado por la tarde el 21 de agosto cuando llegamos a Inglaterra. Hicimos una gira por Inglaterra, dando conferencias en varios salones que estuvieron atestados. Cinco años después, en 1925, me uní a él en Europa en otro viaje, en cuyo tiempo visité a los hermanos de Polonia.
Debido a nuestro interés en llevar las buenas nuevas del reino de Dios a los judíos, tuve el placer de hacer un viaje especial a lo que entonces se llamaba Palestina, saliendo en el “President Arthur” el 12 de marzo de 1925. Allí pude hablar sobre los propósitos de Dios y visitar lugares donde Jesús había predicado.
Con el transcurso de los años viajé mucho en los Estados Unidos para la Sociedad. Por un tiempo tuve un circuito de veintiuna prisiones que visitar durante la II Guerra Mundial. Viajando casi 21.000 kilómetros en el circuito, las visitaba cada seis meses para estimular a nuestros hermanos que estaban encarcelados debido a rehusar violar su neutralidad cristiana. Era una tarea estrenua, pero los gozos que me producía compensaron por mucho las incomodidades por las que pasé.
DESDE LA II GUERRA MUNDIAL
Durante los últimos veinte años he tenido el placer de trabajar con el tercer presidente de la Sociedad, el hermano Knorr. Por desgracia, mi edad ha reducido la cantidad de trabajo que puedo hacer. Antes de comenzar a visitar las prisiones participé por varios años en la obra de precursor, llegando a ser precursor especial en 1941. Después de que el hermano Knorr llegó a ser presidente en 1942, comencé a visitar las prisiones, y luego, en 1947, fui hecho siervo de distrito. Regresé a Betel en 1948 y comencé a radiodifundir por la WBBR, la estación de radio de la Sociedad, en diciembre de ese año. Tenía un programa diario en el cual discutía una porción de la Biblia con una jovencita, que desempeñaba el papel de mi sobrina. Consideramos toda la Biblia discutiendo cada versículo.
Ha sido una verdadera prueba para mí en años recientes el no poder estar tan activo en la obra del Señor como estuve, aunque todavía asisto con regularidad a las reuniones. Tengo una lucha constante contra el desaliento. Debido a mis problemas físicos a veces parece que el Diablo está tratando de probarme como a Job. Pero yo sé que tengo que adherirme tenazmente a mi integridad como lo hizo Job hasta el fin. Ha sido duro para mí ver que los otros que estuvieron conmigo en la penitenciaría de Atlanta recibieron su galardón celestial mientras que yo he sido dejado. Yo soy el último de ese grupo.
A los ochenta y nueve años puedo reflexionar sobre mi vida y decir que no escogería una ocupación diferente si pudiera vivirla otra vez. En cambio, trabajaría más duro y más diligentemente.
Con el transcurso de los años he tenido muchas pruebas y he tenido que hacer varios ajustes en mi entendimiento de la Palabra de Dios, pero no vi razón alguna para permitir que tales cosas perturbaran mi fe. Tales ajustes son necesarios en el crecimiento espiritual del cristiano a medida que Dios permite que más luz brille sobre su Palabra con el transcurso del tiempo. Cualesquier cambios en puntos de vista que se hicieron no modificaron verdades fundamentales como el rescate, la resurrección de los muertos y la promesa de vida eterna de Dios. No modificaron la seguridad de las promesas de Dios que se registran claramente en su Palabra. De modo que mi fe es tan fuerte hoy como lo ha sido siempre.
Aunque mi deseo constantemente ha sido el de estar en el servicio de Dios, ha habido ocasiones dificultosas en las que he necesitado estímulo. Un texto que me ha dado tal estímulo es el que fue escrito por nuestro amado hermano Pablo en Filipenses 4:6, 7: “No se inquieten por cosa alguna, sino que en todo por oración y ruego junto con acción de gracias dense a conocer sus peticiones a Dios; y la paz de Dios que supera todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales por medio de Cristo Jesús.” He tenido la experiencia de que solo podemos tener paz cuando confiamos en Dios y en su Palabra.
Cuando considero la gran obra que está haciendo hoy en día el pueblo de Dios, encuentro nuevo significado en el Salmo 110:3, que dice: “Tú tienes tu compañía de hombres jóvenes exactamente como gotas de rocío.” El pueblo de Dios es semejante a gotas de rocío refrescantes que alimentan dulcemente una tierra seca al enseñar las verdades de Dios con visitas frecuentes. Los evangelizadores que he conocido, por otra parte, eran como lluvia torrencial en tierra seca que rápidamente se escurre, dejando la tierra seca otra vez. Inundarían a una comunidad y luego se irían.
La maravillosa expansión que he visto en la organización de Jehová y la predicación mundial de las buenas nuevas del Reino que veo que se está llevando a cabo hoy en día traen mis propios años de predicación a un maravilloso clímax. Ha sido un privilegio trabajar con los tres presidentes de la Sociedad y participar en esta expansión. Verdaderamente puedo apreciar ahora la observación del hermano Russell en su última conversación conmigo cuando dijo: ‘Hermano, ésta no es obra del hombre. Esta es de Dios.’ El hacer la voluntad de Dios durante los pasados sesenta y seis años verdaderamente ha sido mi deleite más vehemente.
(El hermano A. H. Macmillan terminó su carrera terrenal fielmente el 26 de agosto de 1966.)
[Ilustración de la página 57]
A. H. MACMILLAN