“Dios no es parcial”
“JEHOVÁ su Dios es el Dios de dioses y el Señor de señores, el Dios grande, poderoso e inspirador de temor, que no trata a nadie con parcialidad.” (Deu. 10:17) Estas palabras tranquilizadoras, dichas por el profeta Moisés, han sido confirmadas repetidas veces por el registro de los tratos de Dios con el género humano.
Debido a la imparcialidad de Dios la oportunidad de llegar a ser sus siervos aprobados, con vida eterna en mira, no se ha restringido a solo unas cuantas personas. La “voluntad [de Dios] es que hombres de toda clase sean salvos y lleguen a un conocimiento exacto de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se dio a sí mismo como rescate correspondiente por todos.” (1 Tim. 2:4-6) Puesto que todas las criaturas humanas, en virtud del sacrificio de rescate, son propiedad de Dios y Cristo, ninguna está excluida de aprovecharse de la oportunidad de obtener salvación. Cosas como raza, posición social, aptitudes, apariencia exterior y otras semejantes sencillamente no afectan el asunto.
Considere el caso de la nación de Israel. Es verdad que Jehová Dios trató exclusivamente con los israelitas como el pueblo de su nombre por un tiempo. Pero note que el que Dios los escogiera como su pueblo reconocido no dependió de la grandeza o cantidad de ellos. Moisés les dijo: “No fue por ser ustedes el más populoso de todos los pueblos que Jehová les mostró afecto de modo que los escogiera, porque eran el más pequeño de todos los pueblos.” (Deu. 7:7) “Continúas viviendo, porque [Dios] amó a tus antepasados de modo que escogió a su descendencia después de ellos y te sacó de Egipto.”—Deu. 4:37.
¿Por qué podemos decir que esta selección de los israelitas no resultó en trato parcial? Porque, al contrario, ellos tenían que rendir cuentas más serias ante Jehová Dios que los pueblos que no lo conocían. Por lo tanto, el hecho de que no obedecieron su ley les acarreó una maldición especial. Esto se ve claramente por lo que dice Deuteronomio 27:26: “Maldito es el que no pone en vigor las palabras de esta ley, haciéndolas.”
A las otras naciones se les permitió que prosiguieran en sus propios caminos y, a pesar de esto, se les permitió que se beneficiaran de las copiosas provisiones de Dios. Aunque Jehová puede retener el sol y la lluvia, solo rara vez ha usado ese poder contra las criaturas humanas, y cuando lo ha usado ha sido para efectuar algún propósito en particular. (Éxo. 10:23; Amós 4:7) Por lo general, lo que las naciones han experimentado ha sido como lo que el apóstol Pablo le describió a la gente de Listra: “En las generaciones pasadas [Dios] permitió a todas las naciones seguir adelante en sus caminos, aunque, verdaderamente, no se dejó a sí mismo sin testimonio por cuanto hizo bien, dándoles lluvias desde el cielo y épocas fructíferas, llenando sus corazones por completo de alimento y de alegría.” (Hech. 14:16, 17) Junto con esto, Jehová Dios ha estado haciendo que los asuntos se desenvuelvan de una manera que resulte en que Él bendiga a todo el género humano por medio del Mesías y sus asociados, es decir, por medio de la ‘descendencia de Abrahán.’—Gén. 22:18.
Durante el tiempo en que Jehová Dios estuvo usando a los israelitas, individuos de otras naciones todavía pudieron recibir su atención favorable. La oración del rey Salomón en la dedicación del templo en el monte Moría confirma esto. Él rogó a Jehová: “Al extranjero, que no es parte de tu pueblo Israel y que realmente venga de una tierra distante a causa de tu nombre (porque ciertamente oirán de tu gran nombre y de tu mano fuerte y de tu brazo extendido), y realmente venga y ore hacia esta casa, dígnate escuchar tú mismo desde los cielos, el lugar establecido de tu morada, y tienes que hacer conforme a todo aquello por lo cual el extranjero clame a ti; a fin de que todos los pueblos de la tierra lleguen a conocer tu nombre para que te teman lo mismo que lo hace tu pueblo Israel.”—1 Rey. 8:41-43.
NO ISRAELITAS BENDECIDOS
La Biblia registra varios casos en que personas no israelitas que ejercieron fe hasta recibieron bendiciones especiales de Jehová Dios.
Hubo una viuda, en Sarepta, que le mostró consideración a Elías el profeta de Jehová. En consecuencia, milagrosamente se impidió que su pequeño abastecimiento de harina y aceite se le agotara durante un tiempo de hambre. Un milagro más grandioso que aquél fue el de la resurrección del único hijo de ella.—1 Rey. 17:8-24; Luc. 4:25, 26.
La prostituta Rahab, de Jericó, abandonó su ocupación degradante, ejerció fe en Jehová y obró en armonía con la manera en que Jehová estaba empleando a Israel. Por lo tanto, ella y sus parientes no perecieron junto con los demás habitantes de Jericó. Además, sin que ella misma lo supiera, tuvo el privilegio de ser introducida en el linaje que llevó al Mesías cuando ella entró en un matrimonio honorable con Salmón.—Rut 4:20-22; Mat. 1:5, 6; Heb. 11:30, 31; Sant. 2:25.
De modo similar, Rut la moabita consiguió la aprobación de Dios. Escogió a Jehová como su Dios y voluntariamente dejó su país para ir a vivir entre los israelitas, un pueblo que reconocía a Jehová como el Dios verdadero. El Altísimo, a su vez, le permitió llegar a ser un eslabón en el más importante linaje, el que llevaba al Mesías.—Mat. 1:5.
Con la venida del Mesías, Jesús, los israelitas, con el pacto de Dios con su antepasado Abrahán como fundamento, recibieron la oportunidad inicial de llegar a ser discípulos leales de aquél. Después, en 36 E.C., al primer grupo de no judíos incircuncisos se les extendió el mismo privilegio. Dirigiéndose a este grupo, el apóstol Pedro dijo: “Con certeza percibo que Dios no es parcial, sino que en toda nación el que le teme y obra justicia le es acepto.”—Hech. 10:34, 35.
IMITE LA IMPARCIALIDAD DE DIOS
Puesto que Dios es imparcial, todos los que desean su aprobación deberían querer ser como él. Esto significa evitar todo despliegue de favoritismo debido a antecedentes educativos superiores, posición financiera, prominencia o cosas semejantes de una persona. No juzgamos a ningún hombre por normas humanas carnales o imperfectas. Lo que en realidad vale no es la apariencia exterior, sino lo que es el individuo en el corazón.
La imparcialidad de Dios impone a sus siervos la responsabilidad de ayudar a sus congéneres a alcanzar un conocimiento exacto de la verdad. Nadie debe considerar a alguien como indigno de que se le ayude de esta manera. A la gente se le puede ayudar a cambiar su modo de ser si eso realmente es lo que quiere hacer. El apóstol Pablo escribió a los corintios: “Ni fornicadores, ni idólatras, ni adúlteros, ni hombres que se tienen para propósitos contranaturales, ni hombres que se acuestan con hombres, ni ladrones, ni avarientos, ni borrachos, ni injuriadores, ni los que practican extorsión heredarán el reino de Dios. Y sin embargo eso es lo que algunos de ustedes eran. Mas ustedes han sido lavados.” (1 Cor. 6:9-11) En armonía con ello, si los individuos ponen su vida en armonía con la voluntad de Dios, pueden llegar a ser sus siervos limpios, aprobados.
El que apreciemos la imparcialidad de Dios también hará que veamos del modo apropiado la manera en que otros piensen de nosotros. Nuestro interés principal no estará en agradar a hombres, que pudieran dejarse impresionar por manifestaciones exteriores, sino a Jehová Dios, que ve lo que es el corazón. Seguiremos la admonición bíblica que dice: “Cualquier cosa que estén haciendo, trabajen en ello de toda alma como para Jehová, y no para los hombres, porque ustedes saben que es de Jehová que recibirán el debido galardón de la herencia. Sirvan como esclavos al Amo, Cristo. Ciertamente el que está haciendo injusticia recibirá de vuelta lo que hizo injustamente, y no hay parcialidad.”—Col. 3:23-25.
Verdaderamente la imparcialidad de Dios ha resultado en maravillosos beneficios para el género humano. Se ha colocado la base para que todos, no solo unos cuantos, opten por llegar a disfrutar de Su aprobación, con la expectativa de vivir eternamente. La comprensión de ese hecho debe incitarnos a ayudar a tantas personas como sea posible a obtener un conocimiento exacto de la verdad. Debe impelernos a apartarnos del favoritismo y evitar el preocuparnos indebidamente acerca de lo que los hombres piensen de nosotros. Al hacer todo como para Jehová, imitando su imparcialidad, podemos estar seguros de que recibiremos abundante recompensa.