Decisiones que han contribuido a una vida feliz
como lo relató Margarita Königer
A MI padre lo llamaron al ejército alemán en 1939, a principios de la II Guerra Mundial. Por seis largos años, pocas veces lo vi. Mientras tanto tuve muchas cosas en las cuales pensar.
Me preguntaba por qué la radio presentaba el matar como una victoria cuando en años anteriores un accidente mortal se consideraba un acontecimiento triste. Cuando queríamos escuchar ciertas emisoras bajábamos el volumen, pues el escucharlas era ilegal. Las casas bombardeadas y quemadas llegaron a ser una escena frecuente. Mi propio hermano murió en la guerra.
Yo asistía a los servicios de la Iglesia Católica en Munich, nuestra ciudad. Después de la misa, allí se oraba a favor de los hombres que estaban peleando y por el führer Adolfo Hitler. Recuerdo que en una ocasión mamá me envió a la escuela y me dio, para entregarla al cura de la parroquia, una carta en la cual ella solicitaba que se suspendieran las oraciones a favor de la guerra. No podía entender cómo estas oraciones podían agradar a Dios.
En 1945, cuando terminó la guerra, mi padre regresó de un campo de prisioneros. Gradualmente fueron disminuyendo las penalidades a medida que llegó a haber más alimento disponible, y comenzó la reconstrucción de Munich. Ahora, ya adolescente, me envolví profundamente en los deportes, el teatro, la ópera y otras actividades sociales.
Al graduarme de la escuela secundaria, como parte de un programa de intercambio de estudiantes recibí una beca para asistir a una universidad de los Estados Unidos. Allí todo el que conocí fue amigable conmigo, y pude ver que en todo sitio el deseo básico de la gente es la paz. Me preguntaba: ¿Por qué, entonces, parece que hay una fuerza que empuja a la gente a desconfiar de los demás y a odiarse unos a otros?
De regreso a casa, emprendí los estudios de química en la Universidad Técnica de Munich. Me envolví en la administración de los estudiantes, pero los métodos que se proponían me decepcionaron. ¿Cómo podría venir alguna vez la paz verdadera si la gente ponía sus intereses personales en primer lugar? Comencé a preguntarme si la Biblia tendría las respuestas. ¿Es la Biblia realmente la Palabra de Dios? Fui a una biblioteca grande de Munich para efectuar alguna investigación.
RESPUESTAS SATISFACIENTES
Había mucha crítica contradictoria acerca de la Biblia. Yo quería averiguar la verdad. Entonces, para aquel tiempo, dos testigos de Jehová visitaron mi hogar. Obtuvimos el libro ¿Qué ha hecho la religión para la humanidad? Mamá y yo emprendimos la lectura, por turnos, de este fascinante libro, que trata sobre la historia de la religión y los efectos de ésta en la humanidad. Al fin me pareció que estaba hallando las respuestas que había estado buscando a tientas.
Por ejemplo, tenía esta pregunta: ¿Qué es lo que parece estar empujando a los seres humanos a desconfiar de los demás y odiarse unos a otros? Con la ayuda de la Biblia, los Testigos me demostraron que en este asunto hay envueltas fuerzas espirituales inicuas... Satanás el Diablo y sus demonios. La Biblia los llama “gobernantes mundiales,” y, de hecho, dice que Satanás “está extraviando a toda la tierra habitada.” (Efe. 6:12; Rev. 12:9) A juzgar por las acciones impías y diabólicas de las naciones y la gente, ¡qué razonable y satisfaciente fue esta respuesta!
Me trajo gran gozo aprender acerca de lo que Dios provee para resolver los problemas terrestres. No, no se resolverán por medio de alguna ideología o administración humana propuesta por los educadores mundanos. Más bien, la Biblia muestra que un nuevo gobierno celestial se hará cargo de los asuntos terrestres. Este gobierno eliminará la inicua gobernación mundial de la actualidad. Jesucristo enseñó a sus seguidores a orar: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra.” (Mat. 6:10) Comencé a ver que este reino es un gobierno que realmente existe, y que solamente por medio de él se obtendrá verdadera paz por todo el mundo.
DECISIONES QUE CAMBIARON MI VIDA
A medida que fui aprendiendo acerca de estos propósitos de Dios, comencé a hablar a otros acerca de ellos. Con el tiempo, decidí que quería imitar a Jesús y a los cristianos primitivos y servir a Dios de toda alma. Pero había alguien con quien yo tenía muchos deseos de compartir este recién hallado propósito en la vida.
Esta persona era un compañero de estudios que trabajaba en el mismo laboratorio en que yo trabajaba. Nos proponíamos casarnos pronto. Pero él se puso muy triste ante mi decisión de servir a Dios. El ver cómo diferíamos en el punto de vista en cuanto a aquel asunto vital me causó mucha angustia. Finalmente la tensión condujo a un ultimátum: Tenía que decidir entre él o la fe que recientemente había hallado. Al poco tiempo me bauticé para simbolizar que me dedicaba a servir a Dios. Había tomado mi decisión.
Se aproximaba la Asamblea Internacional “Voluntad Divina” de los Testigos de Jehová, en la ciudad de Nueva York. Decidí asistir. Conseguí empleo en un transatlántico y llegué en junio de 1958, aproximadamente un mes antes de que comenzara la asamblea. En aquel verano comencé a anhelar el predicar como trabajadora de tiempo completo. Eso fue lo que hice al regresar a Munich; trabajaba por las mañanas en el despacho de un abogado especialista en patentes y dedicaba las tardes y noches a visitar a la gente y llevarle las buenas nuevas del Reino.
ASIGNACIONES ESPECIALES Y GALAAD
En 1959 me invitaron a servir en un lugar donde había necesidad especial de predicadores del Reino. Fui enviada con mi compañera, Gerda, a las pequeñas aldeas del bosque de Steiger, en Franconia. Allí comenzamos a anunciar la Palabra de Dios colina arriba y colina abajo por el territorio, a pie, en bicicleta, y, más adelante, en unas motocicletas pequeñas. La mayoría de la gente de esta zona eran católicos devotos. En varias ocasiones nos apedrearon, y solían tocar las campanas de la iglesia como alarma cuando nosotras dos llegábamos para predicar la Biblia. Aun así, con el tiempo, algunas personas de condición humilde llegaron a aceptar la verdad de la Palabra de Dios.
Gerda y yo nos sentíamos muy felices y nos parecía que éramos como los cristianos del primer siglo cuando éstos iban en busca de las “ovejas” del Señor. Con frecuencia, cuando regresábamos al hogar por la noche, nos causaba admiración el ver el cielo calmado y estrellado dentro del marco que formaban para él los altos árboles. O, en un día soleado, cuando descansábamos a la hora del almuerzo cerca de un riachuelo o en una pradera, ¡cuánto apreciábamos la promesa de Dios de una Tierra paradisíaca! Después de tres años, recibimos asignaciones que nos pusieron en lugares diferentes. Sin embargo, para mi madre Gerda es como otra hija todavía, y para mí es como una hermana.
Ahora han pasado unos 16 años desde que la que fue mi nueva compañera, Gisela, y yo, hemos estado juntas. En el otoño de 1962 recibimos una asignación para servir en París, Francia. En aquel tiempo había menos de 20.000 testigos de Jehová en Francia, en comparación con los más de 67.000 que hay ahora. Era conmovedor el hallar a personas interesadas en la verdad bíblica y enseñarles la Palabra de Dios. Me sentía feliz cada día por haber tomado la decisión de emprender la obra de predicar de tiempo completo.
En 1965, Gisela y yo recibimos una invitación para asistir a la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower para recibir entrenamiento misional. Esta escuela se encuentra en la central internacional de los testigos de Jehová en Nueva York, donde en aquel tiempo vivía y trabajaba una familia de más de 1.000 miembros. Ahora la familia consta de casi 2.000 personas. El pasar seis meses allí me pareció como una continua asamblea internacional, en la cual había instrucción bíblica y cooperación armoniosa. Cuando nuestra clase número 41 se graduó, derramamos lágrimas por tener que separarnos de nuestros amigos de aquel lugar.
Nuestra nueva asignación fue Madagascar, la gran isla en el océano Índico a las afueras de la costa de África. ¿Cómo sería la gente allí? ¿Lograríamos llegar a sus corazones con la verdad bíblica y cultivar amistades entre ellos?
LA VIDA EN MADAGASCAR
Cuando nuestro avión comenzó a descender sobre la ciudad capital, Tananarive, con emoción examinamos el paisaje de interminables colinas y valles cubiertos de terrazas de arroz. En el aeropuerto había unos 20 hermanos que habían venido para darnos la bienvenida. Nos hicieron sentir como en casa. Aquella noche, cuando regresamos de una reunión cristiana, las brillantes estrellas parecían diferentes. ¡Y la apariencia del cielo estrellado era diferente! Esto se debía a que ahora estábamos en el hemisferio meridional. Sin embargo, encontramos que nuestros hermanos y hermanas eran tan amorosos y bondadosos aquí como en todos los demás países.
Antes de dirigirnos hacia el sur para servir en la ciudad provincial de Fianarantsoa, tomamos un curso en el idioma malgache; estudiamos 11 horas al día por cuatro semanas. Las raíces de este idioma son tan diferentes de las de todo idioma europeo que nos preguntábamos si algún día la gente podría entender lo que decíamos. Sin embargo, hubiera sido imposible conseguir oyentes más pacientes y corteses. El visitar a la gente en sus hogares para explicarles la Biblia se recibe con gran aprecio y hospitalidad. Con frecuencia varios miembros de una misma familia se reúnen y escuchan atentamente.
Paulatinamente también comenzamos a adquirir sus costumbres. Por ejemplo, se supone que un extraño se siente cerca de la entrada, a menos que se le pida que entre al interior de la casa. En el ambiente amigable y pacífico, casi inconscientemente comenzamos a imitar la costumbre de saludar por medio de hacer una reverencia y extender la mano derecha mientras se mantiene la izquierda debajo de la muñeca de la mano derecha. Si uno no sabía cómo conducirse, todos se daban cuenta de que uno estaba aprendiendo, y una sonrisa amigable resultaba muy alentadora.
Descubrimos que la gente parecía muy culta. Hasta a las abuelitas que viven afuera en las aldeas les gusta leer la Biblia y la literatura bíblica. Para obtener libros, les encanta hacer trueques. Los niños corrían detrás de nosotros para cambiar arroz por las revistas La Atalaya y ¡Despertad!
Al principio nos sorprendió el que muchas personas de Fianarantsoa nos dijeran que eran noruegos. Sin embargo, esto significaba que estaban afiliados a la Iglesia Luterana Noruega. Otros eran católicos. Pero todos practicaban todavía la creencia principal de Madagascar, la adoración de antepasados. Cerca de muchas casas había sepulcros subterráneos cubiertos por una casita. Antes de que comprendiésemos aquello, de vez en cuando tocamos a la puerta de una tumba mientras participábamos en la predicación de casa en casa. Una costumbre religiosa era la de sacar los huesos de la sepultura después de unos cuantos años y envolverlos en una tela especial nueva, un acto que se celebraba con una gran fiesta.
A los líderes religiosos les enfadó el que nosotras ayudáramos a la gente a entender la diferencia que hay entre las enseñanzas de Jesucristo y las propias filosofías y prácticas de ellos. Un día, inesperadamente recibimos una orden de presentarnos en Tananarive y allí se nos dijo que los misioneros tendríamos que salir inmediatamente del país. Se nos entristeció muchísimo el corazón al pensar en tener que decir adiós a nuestros queridos hermanos y a las personas con las cuales teníamos estudios bíblicos.
Se nos llenaron de lágrimas los ojos cuando cruzamos en auto por última vez el paisaje rocoso. Los eucaliptos, las mimosas y los bambúes, las siembras de arroz y las casas de barro rojo dejaron un cuadro indeleble en nuestra mente. Después de más de cuatro años, esta isla había llegado a ser nuestro hogar. Nuestro avión despegó mientras hacíamos señales de despedida a nuestros hermanos de Madagascar y una vez más admirábamos la flamante puesta de Sol de la isla.
SERVICIO EN OTROS PAÍSES
Aterrizamos a medianoche en Nairobi, Kenia, en África Oriental. Había muchos hermanos allí para darnos la bienvenida. Esta vez recibimos un curso de cuatro semanas en el idioma swahíli. Después, se nos transportó por la autopista de fácil travesía a nuestra nueva asignación, Nakuru. Este es un pueblecito agrícola con casas al estilo europeo, anidado en las faldas del extinto volcán de Menengai. Este lugar no está lejos del lago Nakuru con sus bandadas de flamingos rosados. Aquí encontramos una excelente congregación de hermanos y hermanas.
Una gran empresa fue la construcción de un precioso Salón del Reino para nuestras reuniones. La gente de la ciudad se sorprendió al ver a hombres, mujeres y niños de todas las tribus y diferentes razas trabajar juntos... cargaban piedras, mezclaban cemento, cortaban madera, martillaban clavos y pintaban. Solo unos cuantos años antes, en el tiempo del movimiento MauMau, personas de aquellas tribus se habían matado unas a otras. Esta situación nos suministró muchas oportunidades para explicar cómo se había logrado aquella unidad pacífica.
Como era de esperarse, no todo el mundo se alegró a causa de las buenas nuevas del reino de Dios que nosotras estábamos predicando. Algunas personas, evidentemente líderes religiosos, presentaron en falsos colores nuestra actividad al gobierno de Kenia. Un día recibimos informe de que nuestra obra sería proscrita en Kenia, y nosotros los misioneros teníamos que abandonar el país. Muchedumbres de hermanos y hermanas vinieron al aeropuerto de Nairobi a despedirnos, y nos aseguraron que amaban a Jehová y tenían fe firme en él. Felizmente, desde entonces el gobierno de Kenia se ha dado cuenta de que los testigos de Jehová verdaderamente observan la ley, y ha quitado la proscripción.
La siguiente asignación que Gisela y yo recibimos fue Dahomey (llamada ahora Benin) en África Occidental. Los cocoteros que ondulaban a lo largo de extensos tramos de arena blanca, y el océano azul, junto con la colorida vestimenta tradicional de la gente de la localidad, nos causó una agradable primera impresión. Pero nuestra mayor impresión fue la del feliz grupo de hermanos que nos dio la bienvenida en el aeropuerto de la ciudad capital de Cotonú. El hermoso edificio de la sucursal incluía un hogar misional, un Salón del Reino y un jardín. Pero se nos invitó a trasladarnos a Paraku, una ciudad pequeña hacia el norte, a la cual se llega en un día por tren desde Cotonú.
El conductor del tren, un testigo de Jehová, se encargó de ayudarnos durante el viaje y hasta nos permitió viajar con él por corta distancia al frente en el tren. A medida que avanzamos hacia el norte, el paisaje se fue haciendo más seco, aunque había muchos árboles, como el teca, anacardo, karité y el baobab. Poco después de caer la noche llegamos a nuestro destino; el silbido y la bocina anunciaron nuestra llegada como el acontecimiento del día. ¿Cómo reconoceríamos a nuestros hermanos, cuando era tan grande la muchedumbre de personas que había en la estación? Pero, efectivamente, en la ventana del vagón aparecieron al momento unos rostros sonrientes que jamás habíamos visto. ¡Ellos nos habían localizado!
La pequeña congregación de Paraku se componía de representantes de diferentes tribus e idiomas. Las reuniones se celebraban en francés. Mientras estuvimos allí los hermanos construyeron un excelente Salón del Reino. Muchas personas con quienes estudiábamos la Biblia ayudaron a efectuar el trabajo. Entre estas había una señora de la tribu nómada de Peulh, de las regiones internas del África Occidental. Poco después ella llegó a ser publicadora de las “buenas nuevas,” y predicaba en los muchos idiomas que sabía.
Las tradiciones locales todavía tenían mucho agarro en Paraku. Cuando el rey murió, el pueblo cerró la plaza del mercado, el centro de actividad, por cuatro meses. Los seguidores del rey difunto y los del nuevo rey celebraron grandes concentraciones montados a caballo. Durante las noches se escuchaba el sonido de los tambores que acompañaban las ceremonias relacionadas con los acontecimientos.
La ideología antirreligiosa de Marx y Lenin finalmente dominó a la población. Progresivamente, se presionó a la gente, especialmente a los niños escolares, a repetir lemas tales como ‘Gloria al pueblo, todo el poder para el pueblo.’ Después que habíamos servido en Paraku por más de un año, las autoridades insistieron en que dejáramos la actividad de predicar de casa en casa. Hubo arrestos de hermanos, y, unos meses después, nosotras fuimos transferidas a Cotonú; los Testigos locales continuarían llevando a cabo la predicación de manera menos conspicua.
A medida que aumentaban las restricciones gubernamentales, los hermanos, a fin de prepararse, daban énfasis repetidamente a los puntos de La Atalaya que tenían que ver con la persecución. Con el tiempo, algunos recibieron golpizas malignas por no querer gritar los lemas de la revolución.
Un día, cuando Gisela y yo regresamos del pueblo, hallamos que el edificio de la sucursal en Cotonú estaba rodeado por miembros armados del comité revolucionario. Nos permitieron entrar en el hogar, donde nos mantuvieron con los demás. El día siguiente hombres uniformados y con ametralladoras registraron cuidadosamente nuestro hogar y equipaje. Dos de ellos se pusieron a considerar quiénes serían el Elías y el Eliseo cuyos nombres encontraron en una de mis libretas. ¡Finalmente les hicimos entender que aquéllos eran profetas de Dios que habían vivido más de 2.500 años atrás!
Nos llevaron a las oficinas centrales de la Seguridad Nacional, donde nos dijeron que el día siguiente nos sacarían del país. “Puesto que son cristianos, confiamos en ustedes,” dijo un oficial, “así que pueden quedarse en su hogar esta noche.” El día siguiente observamos como se llevaban hacia Nigeria a la mayoría de los misioneros. Aquella tarde un policía nos llevó a la frontera de Togo. Después que él partió, el chofer nos condujo hasta la sucursal de los testigos de Jehová en Lomé.
¡Qué consuelo fue estar con los hermanos de Togo! ¡Y cuánto disfrutamos de poder ir nuevamente de casa en casa con el mensaje del Reino! Después de disfrutar de algunas semanas en Togo, llegó el tiempo en que partiríamos hacia nuestra nueva asignación.
En mayo de 1976 fuimos transportadas por auto hasta el Alto Volta. Durante el viaje de dos días pasamos por campiñas preciosas, y al fin llegamos con éxito al hogar misional de Uagadugú. Al poco tiempo finalizamos un curso en el idioma moore, y comenzamos a predicar a la gente de esta región en francés y en este idioma local. El estar aquí ayudando a atender a la gran cantidad de gente que está interesada en la verdad de la Biblia me llena de contento.
UNA FAMILIA MUNDIAL DE AMIGOS
Nunca me he arrepentido de la decisión de usar mi vida en el servicio de Jehová. Puesto que tengo un título académico en química, pude haber seguido una carrera remuneradora en sentido material, pero para mí eso es como nada en comparación con el privilegio de haber ayudado a personas en Alemania, Francia, Madagascar, Kenia, Benin, y ahora aquí en el Alto Volta, a aprender la verdad acerca de Dios y sus maravillosos propósitos. No puedo imaginarme una vida que fuese más satisfaciente y remuneradora, más llena de sucesos emocionantes y nuevas experiencias.
Recientemente visité a mi querida madre, que ahora tiene unos 80 años, pero que todavía continúa firme en la fe y está ayudando a otras personas a aprender la verdad de Dios allá en Munich. A ella le alegra el que yo esté en el campo misional. El viaje que Gisela y yo hicimos de ida y vuelta desde el Alto Volta a Munich nos hizo pensar en las muchas bendiciones que tenemos.
En el aeropuerto de París nos encontramos con hermanos con quienes habíamos servido años atrás. Solamente nuestra necesidad de descanso pudo interrumpir nuestro deleitable intercambio de recuerdos y noticias. Entonces, durante una corta escala en Niamey, República de Níger, algunos hermanos africanos, a quienes habíamos conocido en Benin, vinieron a reunirse con nosotras en el aeropuerto. La animación que desplegamos en nuestros saludos y nuestra conversación hizo que un oficial del aeropuerto preguntara qué clase de grupo era aquél, donde veía a negros y blancos disfrutando de asociación tan franca.
Finalmente, nuestro avión se detuvo cerca del edificio del aeropuerto de Uagadugú. Los rostros sonrientes de nuestros amigos que nos saludaban desde la terraza de observación reflejaban nuestro propio sentimiento de gozo por estar con ellos aquí de nuevo. Sinceramente, hay un gozo profundo y satisfaciente en ser parte de una familia mundial de verdaderos hermanos y hermanas. ¡Que usted también pueda hacer decisiones en su vida que le traigan bendiciones tan alentadoras!