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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1996
w96 1/1 págs. 24-28

Jehová nunca nos abandonó

RELATADO POR NASHO DORI

Nací en 1907 en la aldea de Mbreshtan, al sur de Albania, no muy lejos de Grecia. A los cinco años ingresé en una escuela griega, pero mi formación se vio truncada cuando los italianos ocuparon Albania durante la I Guerra Mundial. Reanudé los estudios en la posguerra, si bien en lengua albana.

MIS padres seguían las tradiciones de la Iglesia Ortodoxa Albana, aunque no con mucho fervor. Como mi tío abuelo era sacerdote en Mbreshtan, yo ayudaba en la iglesia, lo que me permitió conocerla desde dentro. Los ritos me parecían vacíos, y la hipocresía, inquietante.

Como era costumbre, mis padres eligieron con quién me casaría. La joven se llamaba Argjiro y era de Grabova, una aldea vecina. Contrajimos nupcias en 1928, cuando ella tenía 18 años.

Aprendo la verdad de la Biblia

Por aquel entonces vino a visitarnos un primo que vivía en Estados Unidos. Cuando le hice partícipe de mi insatisfacción con la Iglesia Ortodoxa, comentó: “En América, cerca de casa, hay una agrupación que estudia la Biblia y que carece de iglesia”. La idea de estudiar las Escrituras fuera de los círculos eclesiásticos me cautivó, así que le pedí que me mandara publicaciones bíblicas.

Aquella conversación cayó en el olvido hasta que un año después recibí un paquete de Milwaukee (Wisconsin). Contenía el libro El Arpa de Dios en albanés y La Atalaya en griego. Cuando hojeé el libro y vi que mencionaba la Iglesia verdadera, me dije: ‘No quiero saber nada de iglesias’, y, molesto, no lo leí entero.

En 1929 me incorporé al ejército y fui destinado a Tirana, la capital de Albania, donde conocí a Stathi Muçi, que leía las Escrituras en griego. Al preguntarle: “¿Vas a alguna iglesia?”, repuso: “No. Me salí de ella. Pertenezco a los Estudiantes Internacionales de la Biblia”. Un domingo, acompañado de otro soldado, fui a una reunión. Allí aprendí que la Iglesia verdadera no es un edificio ni una religión, sino el conjunto de siervos ungidos de Cristo. Entonces comprendí de qué hablaba El Arpa de Dios.

Entre los que difundían las verdades bíblicas estaban Nasho Idrizi y Spiro Vruho, que las habían aprendido en Estados Unidos a mediados de los años veinte y habían regresado a Albania. En Tirana me reuní con el grupito de Estudiantes de la Biblia. Pronto comprendí que había hallado la organización de Jehová, así que me bauticé el 4 de agosto de 1930 en un río de las cercanías.

Después volví a Mbreshtan para trabajar en mi oficio de zapatero y, lo que es más importante, enseñar las verdades bíblicas que había aprendido. Decía a la gente: “Jesucristo no es como los iconos de la iglesia. ¡Está vivo!”.

Predicamos pese al antagonismo

En 1925 tomó las riendas del poder Ahmed Bey Zogú, que en 1928 se proclamó rey con el nombre de Zogú I y cuyo reinado se prolongó hasta 1939. El ministro de Derechos Humanos de su gobierno aprobó nuestra obra cristiana. Aun así, tuvimos dificultades, pues Musa Juka, ministro del Interior y fiel aliado del Pontífice romano, dio reconocimiento legal solo a tres confesiones: la musulmana, la ortodoxa y la católica. Por ende, la policía trató de incautarse de nuestros libros y detener la predicación, pero fracasó.

En los años treinta visité a menudo Berat, importante ciudad albanesa desde donde Mihal Sveci dirigía la obra. Se organizaron recorridos de predicación por todo el país. En cierta ocasión me enviaron dos semanas a Shkodër, población en la que distribuí muchas publicaciones. En 1935 fletamos un autobús para predicar en la localidad de Këlcyrë. Luego hubo un viaje más extenso por las poblaciones de Përmet, Leskovik, Ersekë, Korcë, Pogradec y Elbasan. Acabamos en Tirana, justo a tiempo para celebrar la Conmemoración de la muerte de Cristo.

Fortalecidos con el alimento espiritual que recibíamos, nunca nos sentimos abandonados. Entre 1930 y 1939 me llegó periódicamente La Atalaya en griego. Me propuse leer las Escrituras como mínimo una hora diaria, y lo logré durante sesenta años, hasta que me falló la vista. Como no tuvimos la Biblia entera en albano sino hasta fecha reciente, me alegro de haber aprendido griego de niño. Otros Testigos albaneses también aprendieron esta lengua para leer la Biblia completa.

En 1938 se bautizó Argjiro. Para 1939 ya habían nacido siete de nuestros diez hijos. Lamentablemente, tres de los siete primeros murieron a edad temprana.

Sinsabores durante la II Guerra Mundial

En abril de 1939, con la II Guerra Mundial en ciernes, las tropas fascistas de Italia atacaron Albania. La obra de los testigos de Jehová fue prohibida poco después, pero un grupito, alrededor de cincuenta publicadores del Reino, siguió predicando. Durante la guerra, las autoridades requisaron y destruyeron unos quince mil libros y folletos nuestros.

El hermano Jani Komino tenía un gran almacén anejo a su casa. Cuando los soldados italianos se enteraron de que nuestros libros se editaban en Estados Unidos, gritaron furiosos: “¡Ustedes son unos propagandistas! ¡Estados Unidos es enemigo de Italia!”. Las fuerzas de ocupación arrestaron a Thomai y Vasili Cama, dos celosos hermanos jóvenes, así como al hermano Komino, pues descubrieron que este guardaba en su almacén los libros que distribuían los hermanos. Poco después me citaron para interrogarme.

—¿Conoce a estos hombres? —me preguntaron.

—Sí —respondí.

—¿Colabora con ellos?

—Sí —contesté—. Somos testigos de Jehová. No estamos en contra de los gobiernos. Somos neutrales.

—¿Ha estado usted distribuyendo estas publicaciones?

Cuando respondí afirmativamente, me esposaron, y el 6 de julio de 1940 me metieron en la cárcel. Allí me reuní con otros cinco de la aldea: Josef Kaci, Llukan Barko, Jani Komino y los hermanos Cama. Durante la reclusión conocimos a otros tres Testigos: Gori Naçi, Nikodhim Shyti y Leonidas Pope. Los nueve estuvimos hacinados en una celda de 180 por 370 centímetros.

Al cabo de unos días nos encadenaron juntos y nos llevaron a la ciudad de Përmet. Tres meses después nos trasladaron a la prisión de Tirana, donde pasamos ocho meses más sin juicio.

Finalmente comparecimos ante un tribunal militar. Al hermano Shyti y a mí nos sentenciaron a veintisiete meses, al hermano Komino a veinticuatro y a los demás los liberaron diez meses después. Nos transfirieron a la cárcel de Gjirokastër, donde el hermano Gole Flloko contribuyó a que nos soltaran en 1943. Posteriormente me mudé con mi familia a la ciudad de Përmet, en cuya pequeña congregación pasé a servir de superintendente.

Pese a la proscripción de la obra y los estragos de la II Guerra Mundial en los países vecinos, seguimos haciendo todo lo posible por cumplir con la comisión de predicar el mensaje del Reino. (Mateo 24:14.) Aunque en 1944 estuvieron presos quince Testigos, en todos aquellos años difíciles nunca nos pareció que Jehová nos hubiera abandonado.

La prueba de la neutralidad

La guerra acabó en 1945, pero los problemas prosiguieron y, de hecho, se agravaron. En las elecciones celebradas el 2 de diciembre de 1946 era obligatorio votar. Se consideraba enemigo del Estado a quien se atrevía a abstenerse. Los hermanos de la congregación de Përmet me preguntaban: “¿Qué vamos a hacer?”.

—Si confían en Jehová —respondí—, no tienen que preguntarme. Ya saben que el pueblo de Jehová es neutral. No es parte del mundo. (Juan 17:16.)

El día de las elecciones se presentaron en casa delegados del gobierno. Al principio actuaron con calma. “¿Por qué no tomamos un café y charlamos un rato? ¿Saben qué día es hoy?”

—Sí. Hoy se celebran elecciones —respondí.

—Pues dense prisa o llegarán tarde —dijo un oficial.

—Es que no pienso ir. Votamos a favor de Jehová —repuse.

—Entonces voten por la oposición.

Les expliqué que los testigos de Jehová éramos totalmente neutrales. Al hacerse de dominio público nuestra postura, recibimos más presión. Nos ordenaron dejar de reunirnos, de modo que empezamos a hacerlo clandestinamente.

Regresamos a nuestra aldea natal

En 1947 volví con mi familia a Mbreshtan. Poco después, una fría tarde de diciembre, me citaron en la oficina de la Sigurimi (policía secreta). “¿Sabe por qué le hemos hecho venir?”, preguntó el oficial.

—Supongo que porque han oído acusaciones contra mí —respondí—. Pero como la Biblia dice que el mundo nos odiaría, no me extrañan nada las acusaciones. (Juan 15:18, 19.)

—No me salga ahora con la Biblia —replicó con brusquedad—. Le voy a dar una buena paliza.

Aunque el agente y sus hombres se marcharon, me ordenaron quedarme fuera, al frío. Al rato me llamaron de la oficina y me ordenaron dejar de celebrar reuniones en casa. “¿Cuántas personas viven en su aldea?”, preguntó.

—Ciento veinte —repuse.

—¿De qué religión son?

—Ortodoxos albanos.

—¿Y usted?

—Testigo de Jehová.

—¿Ciento veinte personas toman un camino y usted otro? —Me ordenaron prender velas en la iglesia. Como les dije que no lo haría, me apalearon. Acabaron soltándome como a la una de la madrugada.

Dejamos de recibir publicaciones

Al finalizar la II Guerra Mundial, volvimos a recibir La Atalaya por correo, pero con el tiempo cesó el reparto. Una noche la policía secreta me citó a las diez. “Ha llegado una revista en griego —me dijeron— y nos gustaría que nos explicase de qué trata.”

—No soy experto en griego —repliqué—. Mi vecino lo domina mejor que yo. Tal vez él pueda ayudarlos.

—No. Queremos que usted nos dé una explicación —dijo un policía sacando varias revistas La Atalaya en griego.

—¡Ah, sí! Son mías —exclamé—. Claro que puedo darles una explicación. Verán, estas revistas vienen de Brooklyn, de la sede mundial que tienen los testigos de Jehová en Nueva York. Yo soy Testigo. Pero parece que la dirección estaba mal. Tendría que haber recibido las revistas yo, y no ustedes.

No quisieron dármelas, y desde aquel momento hasta 1991, más de cuarenta años después, ya no recibimos publicaciones bíblicas en Albania. Durante todos esos años seguimos predicando con la Biblia como única ayuda. En 1949 se encarceló a unos veinte Testigos, algunos de los cuales recibieron condenas de cinco años.

Se recrudecen las dificultades

Aunque en los años cincuenta era obligatorio llevar documentos de apoyo al ejército, los testigos de Jehová no lo hacíamos. El hermano Komino y yo pasamos otros dos meses en prisión por esta causa.

Mientras el Estado toleró la existencia de algunas religiones, tuvimos cierta libertad. Sin embargo, en 1967 se prohibió toda religión, de forma que Albania se convirtió oficialmente en un país ateo. Los Testigos seguimos intentando celebrar reuniones, pero era muy difícil. Algunos cosimos un bolsillo especial en el forro de la chaqueta para ocultar una Biblia pequeña y nos íbamos al campo a leerla.

Cuando descubrieron a varios Testigos de Tirana leyéndola, condenaron a tres de ellos a cinco años de trabajos forzados en campos remotos, con las consiguientes privaciones para sus familias. A los que vivíamos en aldeas aisladas no nos enviaron lejos, pues no nos consideraban peligrosos. Pero como éramos neutrales, borraron nuestros nombres de las listas de racionamiento, lo que nos dificultó mucho la vida. Además, se me murieron otros dos hijos. Aun así, nunca nos pareció que Jehová nos hubiera abandonado.

En Albania imperaba un régimen de terror. Todo el mundo era vigilado y la policía secreta denunciaba a quien osaba disentir públicamente con el partido del gobierno. Por ello, procedíamos con mucha cautela al redactar informes de nuestra actividad. Podíamos celebrar reuniones de solo dos o tres personas para animarnos espiritualmente. Con todo, nunca dejamos de predicar.

Con objeto de sembrar la confusión entre los hermanos, la policía secreta propaló el rumor de que un importante Testigo de Tirana era espía, lo que consiguió que algunos desconfiaran y que nuestra unidad se viera un tanto afectada. Como no contábamos con publicaciones bíblicas recientes ni teníamos contacto con la organización visible de Jehová, algunos sucumbieron al temor.

Además, las autoridades divulgaron el infundio de que Spiro Vruho, anciano muy respetado en Albania, se había suicidado. “¿Ven? —dijeron— Hasta Vruho se ha rendido.” Posteriormente quedó claro que lo habían matado.

En 1975, Argjiro y yo permanecimos unos meses en Tirana con uno de nuestros hijos. Al llegar las elecciones, las autoridades de la ciudad nos presionaron con esta amenaza: “Si no votan, le quitaremos el trabajo a su hijo”.

—Mi hijo lleva veinticinco años en ese empleo —respondí—. En las fichas tienen muchos datos sobre él y su familia. Hace más de cuarenta años que no voto. Esa información suele figurar en las fichas. De no ser así, las suyas tienen anomalías. Y si consta en las fichas, ustedes no han sido fieles al partido al dejarle trabajar tantos años. —Al oír esto, las autoridades dijeron que no tocarían el asunto si volvíamos a Mbreshtan.

Cambios espectaculares

En 1983 nos mudamos de Mbreshtan a la ciudad de Laç. Poco después, en 1985, falleció el dictador, que había accedido al poder en las primeras elecciones obligatorias de 1946. Su estatua, que se erguía en la plaza mayor de Tirana, ha sido retirada, así como la de Stalin.

Durante las décadas de la proscripción se sometió a muchos Testigos a un trato brutal, y algunos hasta fueron ejecutados. Cierto señor dijo a varios Testigos en la calle: “Cuando estaban los comunistas, todos nos olvidamos de Dios. Solo los testigos de Jehová le fueron fieles a pesar de las pruebas y dificultades”.

Al irse dando más libertad, nueve publicadores informaron que habían participado en el ministerio cristiano en junio de 1991. En junio de 1992, un mes después de levantarse la proscripción, predicaron 56 personas. Unos meses antes habíamos tenido el placer de que hubiera 325 asistentes a la Conmemoración de la muerte de Cristo. El número de publicadores ha crecido desde entonces hasta superar la cifra de seiscientos, y un total de 3.491 personas concurrieron a la Conmemoración el 14 de abril de 1995. En los últimos años ha sido una delicia ver integrarse a tantos jóvenes en las congregaciones.

Durante todos estos años, Argjiro ha sido fiel, tanto a Jehová como a mí. Mientras estuve encarcelado o viajando en la predicación, se encargó con paciencia de cubrir las necesidades de la familia sin quejarse. En 1993 tuvimos la dicha de ver bautizarse a uno de nuestros hijos y a su esposa.

Únicamente a favor del Reino de Dios

Estoy contentísimo de que la organización de Jehová esté tan unida y tenga tanta prosperidad espiritual en Albania. Me siento como el anciano Simeón de Jerusalén, quien antes de morir tuvo el grandioso privilegio de ver al Mesías que Dios había prometido siglos antes. (Lucas 2:30, 31.) Cuando me preguntan qué tipo de gobierno prefiero, contesto: “Ni el comunismo ni el capitalismo. Lo importante no es si las tierras son del Estado o de la gente. Los gobiernos construyen carreteras, llevan la electricidad a aldeas remotas y mantienen un cierto orden. Pero el gobierno de Jehová, su Reino celestial, es la única solución para los problemas de Albania y del mundo entero”.

La predicación del Reino de Dios que llevan a cabo los siervos de Dios no es obra de ningún ser humano. Es obra de Dios. Nosotros somos solo sus siervos. Aunque en Albania pasamos por muchas dificultades y estuvimos mucho tiempo desconectados de la organización visible de Jehová, él nunca nos abandonó. Su espíritu siempre estuvo con nosotros. Guió todos nuestros pasos. Doy fe de que así ha sido toda mi vida.

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