La “buena salud” y la sensatez cristiana
A LOS cristianos de la antigua ciudad de Filipos, el apóstol Pablo escribió: “Llegue a ser conocido de todos los hombres lo razonables que son ustedes.” Con estas palabras él instó a ellos, y a todos los cristianos desde ese tiempo en adelante, a que manifestaran un espíritu de moderación y equilibrio inteligente.—Filipenses 4:5.
Tenemos que ser razonables en lo que tiene que ver con la salud. Por ejemplo, no podemos excedernos o tomar medidas extremas en relación con lo que comemos, y deberíamos hacer una cantidad adecuada de ejercicio y descansar adecuadamente. De igual manera, nuestra actitud para con tratamientos debería basarse en la razón y mostrar que tenemos cuidado de no vernos emocionalmente envueltos en alguna manía relacionada con la salud. También es preciso que seamos razonables para establecer un equilibrio entre la salud espiritual y la salud física; necesitamos ‘asegurarnos de las cosas más importantes’ a fin de que el reino de Dios no quede relegado a una posición secundaria debido a preocupaciones relacionadas con la salud.—Filipenses 1:10.
Sea selectivo en cuanto a tratamientos
Al decidir en cuanto a asuntos relacionados con la medicina o la salud, es bueno tomar en cuenta que aun en éstos puede influir lo que es popular o lo que está de moda. Tal vez usted pueda acordarse de tratamientos que en un tiempo fueron populares, pero que ahora se consideran desde un punto de vista bastante diferente. ¿Recuerda usted que en un tiempo los médicos usaban los rayos X para el acné, extraían las amígdalas a los niños por razones insignificantes o prescribían las nuevas drogas de sulfa o la penicilina para casi cualquier infección? Las cosas han cambiado. Aunque dichos tratamientos tal vez sean apropiados en ciertos casos, la experiencia y la investigación han revelado que éstos producen ciertos efectos secundarios indeseables o han indicado que deberían utilizarse de manera bastante selectiva.
Si la opinión popular ha podido influir en médicos que han sido instruidos conforme al “método científico” y a quienes se les ha enseñado a ser cautelosos en cuanto a nuevas drogas o nuevos tratamientos, cuánto más fácil sería que la persona común perdiera el equilibrio ante las manías relacionadas con la salud. Y esto ha sucedido a millones de personas. En muchos casos han adoptado cierto tratamiento de limitado valor terapéutico del cual personas que no están capacitadas han hecho muy mal uso. Otras “curas” que se hicieron populares eran totalmente ineficaces en realidad, puesto que se trataban de fraudes.a Las promovieron personas que con gusto quitaban el dinero a la gente enferma. Además, y esto es motivo de gran preocupación para los cristianos, algunos de los tratamientos populares aparentemente han tenido que ver con ‘los poderes misteriosos’ o el espiritismo, que la Biblia condena.—Isaías 1:13; Deuteronomio 18:10-12.
‘Pero,’ preguntan algunas personas, ‘¿cómo puedo saber si cierto tratamiento es fraudulento?’ Puede que sea difícil saberlo, pues muchos de los tratamientos que se utilizaron en tiempos pasados y que hoy casi todos reconocen como inútiles llevaban nombres que sonaban científicos. Y la literatura que se distribuyó acerca de ellos ofrecía explicaciones que algunas personas hallaron plausibles. ¿Dónde, entonces, podemos hallar ayuda?b
Cómo ser razonable
El discípulo Santiago escribió que “la sabiduría de arriba es ... razonable.” (Santiago 3:17) Aunque el cristiano no sea experto en asuntos de la salud, el esforzarse por ser razonable puede ayudarle a evaluar métodos de diagnósticos (o pruebas) y terapias.
Claro, tenemos que reconocer que hay diferentes maneras de tratar diversos problemas de salud; un cristiano activo no puede hacerse experto en todas ellas. Pero cuando necesite algún tratamiento y se le haga alguna recomendación, él pudiera preguntarse: ‘¿Parece razonable la forma de terapia que se ha sugerido, está en armonía con lo que se conoce acerca del cuerpo y la enfermedad? O, ¿parecen extrañas, hasta espectaculares las afirmaciones al respecto? ¿Son personas mal informadas o personas que se benefician financieramente las que están influyendo en mí para que acepte este tratamiento? Si tengo dudas al respecto, ¿debería esperar hasta que se conozcan datos adicionales?’
Estas preguntas tal vez parezcan elementales, pero el hecho de que algunos tratamientos raros se hicieron populares en el pasado muestra que es importante considerarlas. Esto también pudiera ilustrarse por la experiencia que alguien tuvo recientemente: Cierta mujer que había recibido educación normal y estaba empleada en una oficina, consultó con cierto médico que hizo hincapié en cierto tratamiento basado en un régimen riguroso. Ella luego dijo a sus amistades que se le habían mostrado “botellas que contenían tumores que pacientes habían eliminado,” incluso un “tumor cerebral.” La razón podría impulsar a uno a pensar: ¿Podría alguien de conocimiento promedio reconocer un tumor genuino, y cómo podría identificar dicho tumor, fuera cual fuera el método por el cual hubiera sido “eliminado”? Además, puesto que el cerebro es un órgano que está encerrado, ¿cómo podría alguien “eliminar” un tumor del cerebro a través de la vía intestinal o de cualquier otra manera?
También, muchos de los tratamientos o pruebas que en el pasado resultaron inútiles fueron promovidos mediante afirmaciones que se hicieron acerca de “sustancias milagrosas,” “fuerzas corporales” extraordinarias o métodos raros que el practicante de la terapia utilizó para ‘medir’ ciertos factores, tal vez mediante el uso de un péndulo o por medio de examinar cierta parte del cuerpo que no parecía estar relacionada con lo que se estaba diagnosticando. El atractivo del tratamiento era lo emocional, lo misterioso o hasta las fuerzas espiritistas, no lo razonable.—Compare con Levítico 19:26.
¿Qué hay de los testimonios?
Nos ayudan también las siguientes palabras: “Cualquiera que es inexperto pone fe en toda palabra, pero el sagaz considera sus pasos.”—Proverbios 14:15.
Este es un buen consejo, pues la mayor parte de nosotros hemos oído hablar de tratamientos recomendados mediante testimonios tales como: ‘Los médicos dijeron al Sr. Rodríguez que le quedaban cuatro meses de vida, pero él tomó —— y ahora está bien.’ No se sabe si el “Sr. Rodríguez” realmente haya tenido la enfermedad o no, pero usted tal vez sepa que en el pasado muchos fraudes relacionados con la salud fueron recomendados por medio de testimonios. Esto ciertamente no significa que tengamos que ser criticones si alguien que conocemos relata una experiencia personal. No obstante, al tomar decisiones de gran importancia que tengan que ver con la salud deberíamos hacer más que ‘poner fe en toda palabra de testimonios.’
Por ejemplo, supongamos que el “Sr. Rodríguez” tuvo cierta enfermedad y que sí mejoró, ¿a qué se debió su mejora? El “efecto del placebo” ejerce una fuerte influencia en los tratamientos de la salud, incluso en la medicina convencional. Se ha revelado mediante estudios que aproximadamente el 30 ó 40 por ciento de los pacientes mejoran después de recibir tratamientos con píldoras inertes o inyecciones de agua. La revista Science Digest (de septiembre de 1981) informa: “La fe, la esperanza, la confianza, todas ellas componentes importantes del efecto del placebo, pueden en ciertos casos sanar heridas, alterar la química del cuerpo, aun cambiar el curso de las enfermedades más implacables.” Por lo tanto, al decidir cuánta ‘fe poner en toda palabra,’ recuerde el “efecto del placebo” y pregunte: ¿Se ha establecido la eficacia del tratamiento mismo por medio de investigaciones sólidas y pruebas extensas?
Aun si cierto informe va más allá de ser un mero testimonio, es bueno considerar si la terapia es aceptable desde el punto de vista moral o religioso. La revista The Journal of the American Medical Association informó acerca de cierta mujer de 28 años de edad que contrajo lupus eritematosos, grave enfermedad relacionada con la inmunidad que se puede identificar por medio de varias pruebas clínicas. La mujer rehusó usar medicamentos y consultó con un hechicero que “le quitó la maldición que alguien había pronunciado contra ella.” Regresó libre de los síntomas, de modo que aparentemente se había curado. El informe de JAMA preguntó cómo habría sido posible que un hechicero asiático ‘quitara un espíritu malo’ y la curara. El tratamiento aparentemente fue eficaz, pero los cristianos lo evitarían al igual que cualesquier tratamientos que les pareciera que están relacionados con alguna forma de espiritismo.—Compare con Mateo 7:22, 23.
Busque la ayuda de personas capacitadas
Es obvio que en muchos casos necesitamos el consejo de un experto acerca de tratamientos y asuntos relacionados con la salud. ¿En quién podemos confiar? Las Escrituras presentan la siguiente observación sabia: “¿Has contemplado a un hombre hábil en su trabajo? Delante de reyes es donde él se apostará.”—Proverbios 22:29.
El hombre que estudia cierto asunto y se hace hábil en éste llega a ser reconocido como persona capacitada, aun como experto en su campo. Esto también es el caso en el campo de la salud. Por eso al evaluar la recomendación de un médico o consejero de salud, usted pudiera preguntarse: ¿Cuáles son sus credenciales? La respuesta tal vez no dependa únicamente de sus títulos ni de las abreviaturas que sigan a su nombre. Muchas personas se han dado títulos a fin de parecer importantes. (Compare con Mateo 23:6, 7.) Algunas personas a quienes les gusta que se les llame “doctor” tal vez hagan diagnósticos o den tratamientos (gratis o por pagac) aunque tan solo hayan leído unos cuantos libros o asistido a ciertas “clases” por unas cuantas horas.
También sería bueno considerar lo siguiente: ¿Qué grado y qué calidad de preparación ha recibido dicha persona? ¿Se ha ganado el respeto de personas experimentadas, a quienes otros consideran capacitadas? El discípulo Lucas evidentemente había cursado estudios y adquirido suficiente experiencia, de modo que cuando el apóstol Pablo se refirió a él como “Lucas el médico amado” fue porque eran respetadas sus aptitudes.—Colosenses 4:14.
Claro, aun algunas personas con buena preparación en asuntos de salud han dado mal consejo o han suministrado tratamiento malo. ¿Por qué? A veces se ha debido a que no se han interesado sinceramente en sus pacientes. Tal vez hayan desarrollado cierta teoría peculiar en cuanto a la salud. O, quizás no se hayan mantenido al día en cuanto a los asuntos médicos y por lo tanto les falta el conocimiento especializado que se necesita. En este respecto también, la Biblia puede sernos útil.
Dice: “Resultan frustrados los planes donde no hay habla confidencial, pero en la multitud de consejeros hay logro.” (Proverbios 15:22) Esto recalca la importancia de conseguir la opinión de una segunda o tercera persona. Muchos llegan a tener confianza en su médico y por lo tanto no necesitan conseguir otra opinión sobre toda recomendación que él haga. Pero es razonable conseguir una segunda opinión en casos de gravedad o cuando uno no se siente tranquilo con el consejo que haya recibido. No obstante, asegúrese de que la persona cuya opinión usted consiga pueda darle un consejo libre de prejuicios. Aun si ésta tal vez trate el problema de manera diferente, el consejo que dé debería ser el de un experto. De esta manera la “multitud de consejeros” le ayudará a usted a lograr mejor salud.
El equilibrio entre la salud espiritual y la salud física
Al considerar estos asuntos en cuanto a la salud y el tratamiento de las enfermedades, los cristianos dedicados deberían tener presente lo siguiente: ¡Por importante que sea la salud física, la salud espiritual es de mucha más importancia!
Jesús aconsejó: “Dejen de inquietarse respecto a su alma en cuanto a qué comerán o respecto a su cuerpo en cuanto a qué se pondrán.” Sí, necesitamos tener cuidado de no inquietarnos demasiado en cuanto a alimentar, vestir o aun suministrar tratamiento médico a nuestro cuerpo. ¡Qué triste sería si el cristiano llegara a preocuparse tanto por su salud física que descuidara su salud espiritual! Podría caer en la trampa en que cayó el hombre rico de la ilustración de Jesús, a quien Dios dijo: “Esta noche exigen de ti tu alma. ¿Quién, pues, ha de tener las cosas [incluso la salud] que almacenaste?” Jesús agregó: “Así pasa con el hombre que atesora para sí pero no es rico para con Dios.”—Lucas 12:20-22.
Cierto, queremos cuidar de nuestra salud a fin de poder usar nuestra vida en el servicio de Dios. Pero informes de varias regiones indican que algunos cristianos han llegado a estar absortos en la salud física. Por ejemplo, cierto Testigo de uno de los estados del centro de los Estados Unidos escribió: “Muchas personas parecen estar excesivamente preocupadas por la salud. No piensan nada más que en eso [como se refleja en su conversación].” La persona que escribió la carta explicó que muchos aparentemente habían llegado a preocuparse demasiado en cuanto a esto después que personas no profesionales, quienes creen que pueden leer si alguien tiene cáncer y que recetan dietas y suplementos para la alimentación, les dijeron que tenían cáncer. El Testigo oyó a un visitante de California decir: “Nosotros [que tenemos estos hábitos de salud] no nos asociamos con los de nuestra congregación que optan por permanecer ignorantes y que consultan con sus médicos.”
Eso es dañino desde varios puntos de vista. Las reuniones y asambleas cristianas no son ocasiones para envolverse en conversaciones en cuanto a la salud, ni para tratar de diagnosticar a otras personas o promover tratamientos. Más bien, el propósito de dichas reuniones es proporcionar afectuosa asociación espiritual. Los ancianos deben vigilar que el Salón del Reino no llegue a ser un centro para hacer propaganda de varios tratamientos de salud o de diferentes puntos de vista al respecto, sino que permanezca un lugar de unidad y adoración verdadera.—Compare con Juan 2:16, 17.
Es imposible tener salud perfecta en el presente sistema de cosas. Tal salud no será posible sino hasta que llegue el nuevo sistema de cosas. Entonces “ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo.’” Y esto se deberá a que se les habrá perdonado a los seres humanos su error y pecado. (Isaías 33:24) Por eso no nos preocupemos más allá de lo razonable en cuanto al estado actual de nuestra salud, como si estuviéramos yendo en pos de la perfección física ahora. Más bien, seamos sensatos y razonables por medio de concentrar nuestra atención en nuestra salud espiritual.
Jesús indicó en qué debíamos centrar nuestra atención: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.” (Mateo 24:14) No debemos dejarnos desviar de esta asignación divina; asuntos relacionados con la salud no deben desviarnos de apoyar el Reino de todo corazón. El ‘buscar primeramente el Reino’ es el proceder sensato y razonable. Nos proporcionará la “paz de Dios” y así hasta puede mejorar nuestra salud en la actualidad. Pero, lo que es de mayor importancia, resultará en que adquiramos el tesoro de la aprobación de Dios, junto con las maravillosas perspectivas que se realizarán únicamente cuando se aplique a la humanidad el sacrificio redentor de Cristo.—Filipenses 3:8-11; 4:6, 7; Mateo 6:33.
[Notas a pie de página]
a En cierto museo de St. Louis, Missouri, hay una exhibición de tales fraudes en la medicina. Entre otras cosas se encuentran máquinas radiónicas, luces de color para “curar” a los pacientes mientras éstos se acuestan con la cabeza hacia el norte, aparatos que supuestamente transmiten “energía cósmica” y otros que tienen que ver con diagnósticos o pruebas basados en misteriosas “fuerzas del cuerpo.”
b De vez en cuando, sucede que personas preguntan a la Sociedad Watchtower si cierta forma de diagnóstico o tratamiento es fraudulento o tiene que ver con el espiritismo. No estamos en posición de hacer investigaciones y juzgar los numerosos “tratamientos” que se utilizan por toda la Tierra. Pero esperamos que el consejo que se presenta en estos dos artículos ayude a los lectores a aplicar principios bíblicos y a ser razonables al decidir en cuanto a medidas relacionadas con la salud.
c En muchos países es delito practicar la medicina sin licencia.—Mateo 22:21.
[Ilustración en la página 26]
MICRODINAMETRO: Se afirma que ‘puede diagnosticar casi cualquier enfermedad que se conoce’
[Ilustración en la página 27]
El “abate” suizo Mermet usó un péndulo para diagnosticar las enfermedades y localizar a personas desaparecidas
[Recuadro en la página 28]
¿Vivir hasta los 100 años?
Como parte de una investigación que efectuó el Comité para Una Vida Más Larga, se entrevistó a 1.000 personas que habían vivido hasta los 100 años de edad. ¿Qué tenían en común muchas de éstas? Un periódico lo resumió como sigue:
“Nunca vaya de juerga. Levántese temprano. Lleve una vida espiritual. Manténgase ocupado. Sea independiente.”
Otras cosas que se mencionaron en común fueron las siguientes: Por lo general, estas personas se acostaban temprano. Pocas de ellas eran gordas. La mayor parte de ellas se mantenían activas, y no eran soñadoras.
[Recuadro en la página 29]
Preocupación difundida de la salud
En un libro que recientemente fue un éxito de librería, el Dr. Lewis Thomas, presidente del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York, hizo la siguiente observación:
“Como pueblo, hemos llegado a estar obsesionados con la Salud. Hay en todo esto algo básico y radicalmente malsano. Parece que en nuestro caso no es tanto cuestión de buscar una forma de vida más exuberante como de evitar el fracaso y aplazar la muerte. Hemos perdido toda confianza en el cuerpo humano. El nuevo consenso es que hemos sido mal diseñados, que somos intrínsecamente falibles, vulnerables a una hueste de influencias hostiles que están dentro de nosotros y en derredor nuestro, y que solo estamos precariamente vivos. Vivimos en peligro de deshacernos en cualquier momento ...
“El problema es que nos estamos dejando engañar por la propaganda ... En la vida real, somos un pueblo razonablemente saludable. Lejos de haber sido hechos de manera inepta, somos organismos asombrosamente fuertes, durables, llenos de salud, preparados para casi toda contingencia. Si seguimos escuchando todo lo que se dice, el nuevo peligro en lo que tiene que ver con nuestro bienestar es que llegaremos a ser una nación llena de hipocondríacos saludables, que viven cautelosamente y están a punto de morirse por la preocupación.
“Además, ya no tenemos tiempo para esto, ni podemos darnos el lujo de desviar así nuestra atención de los demás problemas que tenemos, que son mucho más urgentes. De hecho, debería inquietarnos el que nuestra preocupación por la salud personal tal vez sea un síntoma de que estamos eludiendo nuestras responsabilidades, ... mientras que allí afuera, la sociedad entera se está deshaciendo.”—The Medusa and the Snail (1979), págs. 36-40.