Jacob—apacible y pacífico varón de Dios
¿SE SIENTE usted provocado a veces a hacerse justicia por sí mismo debido a alguna injusticia? ¿Se siente incitado a veces a usar la fuerza para obtener lo que le corresponde? Aunque ésta es la costumbre de las naciones del mundo, no puede ser la costumbre de los verdaderos siervos de Jehová Dios. En cambio, deben prestar atención al consejo: “No se venguen a ustedes mismos, amados, sino den lugar a la ira; porque está escrito: ‘Mía es la venganza, yo recompensaré, dice Jehová.’” Sí, bajo tales condiciones el proceder sabio es que recordemos las palabras de Jesús: “Felices son los de genio apacible.” “Felices son los pacíficos.”—Rom. 12:19; Mat. 5:5, 9.
Un fiel siervo de Dios cuyo proceder demostró la sabiduría de la apacibilidad de genio y de ser pacífico fue Jacob. Exhibió estas cualidades al tratar con su padre, su hermano mellizo, su suegro, sus hijos y extranjeros. Vez tras vez escogió no luchar por sus derechos, prefiriendo la paz a los frutos de la contienda. Fue abundantemente bendecido, tanto espiritual como materialmente, estableciendo un ejemplo para nosotros.
Dios, en respuesta a las oraciones del padre de Jacob, hizo que Rebeca, la esposa de Isaac, concibiese mellizos después de una esterilidad de aproximadamente veinte años. Antes de nacer los dos Jehová predijo que el mayor serviría al menor. Al nacer los mellizos al mayor se le llamó Esaú, que significa “Velludo,” debido a su piel velluda. Al menor se le llamó Jacob, que significa “Suplantador; Que se ase del talón,” debido a que al nacer él se asió del talón de su hermano.—Gén. 25:21-26.
Jacob, en contraste con Esaú que amaba la vida al aire libre y era un cazador astuto, era un hombre honrado, inofensivo e inocente que prefería vivir en tiendas. Jacob apreciaba las cosas espirituales; su Dios Jehová estaba cerca y le era real a él, tal como se puede apreciar por su voto y oraciones. Puso gran confianza en la promesa de Dios que su padre había heredado de Abrahán. Sin duda alguna Jacob observó que Esaú no apreciaba mucho este tesoro, de otro modo difícilmente se hubiese atrevido a sugerir que Esaú lo entregase por un mero plato de guisado. Si Esaú hubiese apreciado verdaderamente su primogenitura, entonces, aunque hubiera estado desfalleciendo de hambre, hubiese despreciado la oferta de Jacob. Pero no, Esaú era un hombre materialista de mentalidad carnal. Jacob no le hizo injusticia alguna al negociar con él por la primogenitura.—Gén. 25:27-34.
Aunque Esaú había sellado el negocio con un juramento, se preparó para recibir la bendición que acompañaba a la primogenitura de manos de su padre. Jacob aparentemente estaba renuente a hacer valer su razón arguyendo con Esaú o con su padre Isaac. Fue necesario que Rebeca persuadiera a Jacob a dar los pasos necesarios—lo cual hizo personificando a Esaú—con el fin de obtener para sí mismo la bendición que acompañaba a la primogenitura a la cual él ahora tenía el derecho. Además, ¿no indicó Dios que Jacob recibiría la primogenitura al predecir que el mayor serviría al menor?—Gén. 27:1-40.
No obstante, la mayoría de los comentaristas bíblicos censuran a Jacob. Hablan de su “trampería y engaño,” y de su “arrebato fraudulento de la primogenitura de Esaú,” y cosas por el estilo. Pero toda esta crítica adversa de Jacob es improcedente. Más bien, Esaú es a quien debe censurarse por desear recibir la bendición de la primogenitura después de haberla vendido. Ciertamente Isaac no se opuso a Jacob debido a esto, pues poco después, al enviar a Jacob a los parientes de su madre para que se consiguiera una esposa, nuevamente bendijo a Jacob. Y la Palabra de Dios, en lugar de censurar a Jacob, censura a Esaú: “Esaú menospreció la primogenitura.” “Amé a Jacob, pero aborrecí a Esaú.” “Nadie que no aprecie las cosas sagradas, como Esaú, quien a cambio de una comida regaló sus derechos como primogénito.”—Gén. 28:1-4; 25:34; Rom. 9:13; Heb. 12:16.
JACOB LOGRA TENER UNA FAMILIA GRANDE
Para este entonces Jacob era un hombre de más de setenta años de edad y su destino, Padán-aram, estaba a unos ochocientos kilómetros de distancia. En el camino Jehová, se le apareció en un sueño, le repitió la promesa abrahámica y le aseguró a Jacob que le acompañaría y que tendría un regreso seguro. Al despertar, Jacob adoró a Jehová e hizo un voto de dar a Jehová la décima parte de todo lo que adquiriera a su regreso a salvo.—Gén. 28:13-22.
Cuando llegó al lugar de su tío Labán, Jacob conoció a su hermosa prima Raquel y se enamoró de ella. Consintió en trabajar siete años por Raquel, siete años que le parecieron solamente unos pocos días debido al amor y aprecio que le tenía a Raquel. Pero al final de los siete años Labán, al amparo de la noche, dio a Jacob sin que éste se diera cuenta a su hija mayor y menos atractiva, Lea. Jacob pudiera haberse alzado en armas contra tan palpable fraude, pero no lo hizo. En cambio, accedió a servir otros siete años, siéndole dada Raquel la semana siguiente. Jacob, al preferir de este modo la paz a la contienda, no fue por ello perjudicado. Si hubiera defendido su puesto e insistido en tener solamente a Raquel hubiera tenido solo dos hijos en lugar de doce y una hija. Y téngase en cuenta que Lea dio a luz a Leví y también a Judá, las cabezas de familia de las dos tribus más honradas de Israel.—Gén. 29:1-35.
Después que Jacob hubo servido a Labán catorce años y después del nacimiento de su undécimo hijo, José, pidió a Labán que lo enviase de vuelta a su propio país. Pero Labán objetó porque había estado prosperando desde que Jacob vino a él. Jacob concordó en permanecer a condición de que recibiera todas las ovejas salpicadas y manchadas, los carneros jóvenes marrones y oscuros y las cabras manchadas y salpicadas. Jacob ahora comenzó a cuidar sus propios intereses, aunque sin descuidar los rebaños de Labán; Jehová también lo hizo prosperar mucho. Ahora Labán y sus hijos empezaron a envidiar a Jacob. Al observar esto, Jacob escogió el momento oportuno para partir hacia su propio país.—Gén. 30:25–31:18.
Al descubrir que Jacob lo había dejado, Labán lo persiguió y, al cabo de siete días, alcanzó a Jacob. Pero no antes de que Jehová se hubiese aparecido a Labán y le hubiera amonestado contra hablar mal a Jacob. Cuando Labán encontró a Jacob comenzó a disputar con Jacob, pero Jacob defendió su posición. Señaló a su registro fiel de veinte años de trabajo arduo y cuán injustamente lo había tratado Labán, cambiando su salario diez veces. Egoísta, deshonesta e hipócritamente, Labán alegó que todo lo que Jacob tenía realmente le pertenecía a Labán, descontando así los veinte años de trabajo pesado de Jacob. Al fin, sin embargo, hizo un pacto con Jacob para relaciones pacíficas entre las dos casas. Para conmemorarlo erigieron un monumento de piedras al cual llamaron “Montón de testimonio” y “La Atalaya.” Luego Labán regresó y Jacob siguió adelante.—Gén. 31:19-55.
Enfrentado ahora con la perspectiva de encontrarse con Esaú, Jacob envió mensajeros adelantados para abogar por la reconciliación. Cuando éstos regresaron con las nuevas de que su hermano vengativo venía hacia él con cuatrocientos hombres, Jacob encarecidamente suplicó a Jehová por ayuda. Al mismo tiempo despacho a Esaú un obsequio sumamente generoso que consistía de ovejas, cabras, camellos, ganado vacuno, asnos, en total más de quinientos animales.
Después de despachar este obsequio Jacob se encontró con un extraño que comenzó a luchar con él y que resultó ser un ángel de Dios. Jacob luchó con éste toda la noche, y a la mañana le dejó ir solo con la condición de que bendijera a Jacob. El ángel entonces bendijo a Jacob y le dijo que su nombre ya no sería Jacob sino Israel, porque había contendido con éxito con Dios.—Gén. 32:22-31.
Temiendo lo peor, Jacob había dividido su campamento en dos partes de modo que si una parte fuese atacada la otra podría escapar. Sin embargo, cuando Esaú se encontró con Jacob le abrazó y besó y ambos prorrumpieron en lágrimas. Aunque Esaú le aseguró a Jacob que él mismo tenía muchos bienes, Jacob insistió en que aceptara su obsequio, lo cual hizo. Las oraciones de Jacob y sus hechos en armonía con sus oraciones resultaron fructíferos.—Gén. 33:1-16.
DE REGRESO EN LA TIERRA DE CANAÁN
Con el tiempo Jacob se asentó en Canaán cerca de Siquem. Un día su hija Dina, sin cuidar de sus asociaciones, visitó a las hijas paganas del país. La vio uno de los jefes del país y la violó. Jacob evidentemente se disponía a seguir un curso similar al que tomaron su padre y abuelo en circunstancias algo similares, el de la paz. Pero no así sus hijos. Cruelmente tomaron una venganza sangrienta sobre la ciudad íntegra para vindicar la humillación de su hermana. Esto hizo que Jacob se quejara: “Ustedes me han acarreado dificultad haciendo de mí un hedor a los habitantes del país, . . . mientras que soy pocos en número, y ellos ciertamente se reunirán contra mí y me asaltarán y debo ser aniquilado, yo y mi casa.” Sin duda para evitar que esto sucediera, Jehová instruyó a Jacob a que abandonase aquella zona y se fuera a Betel. Además Dios hizo que le sobreviniera temor a la gente del país de modo que no persiguieron a Jacob ni a su casa.—Gén. 33:18 a 35:7.
Durante el viaje que siguió, Jehová nuevamente se apareció a Jacob y le declaró nuevamente la promesa preciosa; la esposa de Jacob murió al dar a luz a su segundo hijo Benjamín; Rubén, el primogénito de Jacob obró pérfidamente para con su padre al tener relaciones con Bilha, una de las concubinas de su padre; y, poco después que Jacob llego a Hebrón, donde vivía su anciano padre Isaac, su padre murió a la edad de 180 años.—Gén. 35:9-29.
Nuevamente Jacob y su casa se establecieron en Canaán. Habiendo perdido a Raquel, su esposa favorita, era solo natural que Jacob confiriese un afecto especial hacia el primer hijo de ella, José. Esto, junto con el relato que les hizo José de ciertos sueños que predecían su exaltación, tanto ofendió a sus hermanos que se determinaron a deshacerse de él, pero Judá los persuadió a no hacer eso sino a venderlo como esclavo. Luego ellos le dieron a entender a su padre que José había sido muerto por bestias salvajes. El hambre hizo que Jacob enviara a sus hijos, con excepción de Benjamín, el menor, a Egipto por provisiones, donde, sin saberlo Jacob, José era ahora primer ministro. Cuando Jacob se enteró de esto tanto se llenó de alegría que no se le ocurrió demandar una explicación de sus hijos. Aceptó la invitación de José de ir a Egipto, y por el camino Jehová le aseguró que esto era su voluntad y que Jacob llegaría a ser una gran nación.—Gén. 46:1-4.
JACOB EN EGIPTO
Jacob tenía ahora 130 años de edad y, como le dijo a Faraón, eran pocos y angustiosos, pocos comparados con los de su padre y abuelo, pues ambos superaron en edad a Jacob por unos treinta años. El gozo, sin embargo, había de coronar su edad avanzada. Él y su casa se establecieron en la región de Egipto mejor adaptada para sus rebaños. Y no solo vio nuevamente a José, sino que también vio a Efraín y Manasés los hijos de José y los bendijo y profirió una profecía concerniente a ellos que posteriormente se cumplió.—Gén. 47:3-12; 48:8-16.
Imagínese ahora al anciano Jacob, de 147 años de edad, rodeado por sus doce hijos al pronunciar su testamento y declarar la profecía divina. Es al mismo tiempo un día de juicio, por así decirlo. Comienza por condenar vehementemente a su primogénito por haber profanado el lecho de su padre. Luego, reprende severamente a sus hijos Simeón y Leví por haber vengado sangrientamente a su hermana Dina. Habiéndose eliminado los primeros tres hijos por su propio curso de acción, Jacob dio la principal bendición a Judá: “El cetro no se apartará de Judá, ni el báculo de comandante de entre sus pies, hasta que venga Shiloh, y a él le pertenecerá la obediencia de la gente.” (¿No había demostrado Judá que era el más confiable y maduro de todos los hijos de Jacob, mediante su defensa tanto de José como de Benjamín? ¡Ciertamente que sí!) Luego vinieron las profecías referentes a los ocho hijos restantes de Jacob y las instrucciones referentes a la sepultura de sus restos. “De este modo Jacob terminó de dar órdenes a sus hijos . . . y expiró.”—Gén. 49:1-33.
Ciertamente Jacob fue un hombre de Dios, de genio apacible y pacífico. Vivió cerca de Dios e hizo uso frecuente de la oración, y Dios le honró apareciéndosele repetidas veces. Debido a que Jacob no fue presuroso para luchar por sus derechos Dios maniobró los asuntos de modo que Jacob recibiera lo que le correspondía. Fue particularmente bendecido al recibir la promesa abrahámica y al llegar a ser el padre de la nación de Israel. Sobre todo, tuvo la aprobación de Jehová y recibió uno de los honores más altos que pudiera recibir un mortal: su nombre fue asociado con el del único Dios verdadero Jehová, pues vez tras vez leemos en la Biblia que se denomina a Jehová “el Dios de Jacob.”—2 Sam. 23:1; Sal. 81:1, 4.
Jacob es honrado también por el hecho de que sirvió para prefigurar a la congregación cristiana de 144,000 miembros. Tal como Abrahán prefiguró a Jehová Dios e Isaac prefiguró a Jesucristo, de igual modo Jacob prefiguró a la novia de Cristo. (Mat. 8:11) Es a éstos en especial a quienes aplican las palabras de Jesús: “Felices son los de genio apacible, puesto que ellos heredarán la Tierra. Felices son los pacíficos, puesto que serán llamados ‘hijos de Dios’.” (Mat. 5:5, 9) Al resto de éstos sobre la Tierra en tiempos modernos también se le llama Jacob en Jeremías 30:7-11, donde se predicen las angustiosas experiencias que tuvieron durante la I Guerra Mundial y poco después de ella.
Jacob es un excelente ejemplo para todos los siervos de Dios hoy día. Ellos, igual que él, deben tener un aprecio profundo de las cosas espirituales y ser de genio apacible y pacíficos. También deben imitar la buena voluntad de Jacob en cuanto a soportar penalidades por amor a las ovejas encomendadas a su cuidado. (Gén. 31:36-42) Ciertamente, “todas las cosas que fueron escritas de antemano fueron escritas para nuestra instrucción.”—Rom. 15:4.