La homosexualidad... ¿remunera como modo de vivir?
“La condición homosexual rara vez es cosa de selección, si es que acaso puede serlo.” Esa es una declaración oficial de la Iglesia Católica Romana en las Islas Británicas.
Ante opiniones como ésa, muchos pierden la esperanza. Les parece que, si están envueltos en el modo de vivir homosexual, se les hace absolutamente imposible efectuar una transformación. Pero eso no es cierto. A los ojos del cristiano, nada es imposible con la ayuda de Dios. Como lo expresó el apóstol Pablo: “Para todas las cosas tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder.”—Fili. 4:13.
Considere la experiencia personal de un hombre de las Islas Británicas que contribuyó el siguiente artículo, y entonces llegue a su propia conclusión.
SIEMPRE me ha agradado estar en la compañía del sexo opuesto, y cuando era adolescente tuve una buena cantidad de amigas. No obstante, aun en mi juventud me sentía atraído hacia los miembros de mi propio sexo, pero me rebelaba contra toda idea de adoptar el modo de vivir de los homosexuales. No me llamaba la atención, especialmente cuando tomaba en consideración las consecuencias de lo que pudiera significar aquello durante toda una vida.
En los años cincuenta el movimiento de ‘Liberación homosexual’ era desconocido. Sin embargo, al entrar los años sesenta un nuevo espíritu empezó a desarrollarse y no había tantas personas que se opusieran a la homosexualidad. De todos modos, la práctica era más aceptable en una ciudad grande como Londres. Así y todo, me retuve de ella y rechacé muchas oportunidades de participar en la homosexualidad que se me presentaron.
Homosexual, pero no hipócrita
Era idealista, como lo son tantos jóvenes. Tenía visiones de un mundo bueno con moralidad y normas elevadas. Fue solo cuando empecé a abrirme paso en el mundo que me vi cara a cara con la realidad de lo que el mundo era. Descubrí que el mundo es corrupto, y que muchas veces hasta las personas que dicen ser honradas y normales obran muy inmoralmente de diferentes maneras.
Puesto que mis ideales juveniles obviamente no iban a dar resultado, recuerdo que pensé: “¿Qué importa? ¿Qué gano por abstenerme? Más vale que deje de vacilar y viva como homosexual y saque de ello el mejor partido posible.” Una vez que tomé esta decisión, emprendí un curso de vida que continuaría por muchos años.
Al principio sentí algún alivio al poder admitir con franqueza: “¡Pues bien, soy homosexual, y eso es todo!” Aunque algunos consideraran inmoral mi modo de vivir, a mí no me parecía que yo fuera peor que otros que participaban en diferentes formas de corrupción. De hecho, me parecía que en ciertos modos yo era mejor que ellos, porque por lo menos no era un hipócrita que tratara de vivir detrás de alguna clase de fachada. Una vez que emprendí el modo homosexual de vivir, no me importó quién lo supiera. Abundaban las oportunidades de entregarme a aquella vida y nadie se oponía.
Puesto que las relaciones sexuales casuales y las aventuras que terminan fácilmente parecían ser la norma en los círculos “homosexuales,” en poco tiempo me di cuenta de que me sería más ventajoso cultivar relaciones con hombres que pudieran elevarme en la escala social. Muchos homosexuales hacen eso y, si son suficientemente atractivos, no les faltan proposiciones de hombres influyentes y ricos. Como resultado, tenía muchos amigos varones que me sacaban a pasear y me hacían pasar un buen rato.
Viví en la opulencia
Por fin logré conseguirme un amigo muy rico. Me compró ropa elegante y me introdujo en la vida de la alta sociedad donde el dinero no era lo importante. Este hombre tenía un apartamento en una vecindad selecta de Londres y otro en el sur de Francia. Me llevaba al extranjero a pasar vacaciones extravagantes, y el codearme con personas ricas y famosas me parecía excitante. Puesto que era joven en aquel tiempo, todo era nuevo y emocionante para mí.
En Londres hay muchos clubes donde los homosexuales pueden conocerse. De hecho, me sorprendió ver a cuántas personas de los ‘círculos más altos’ pude conocer... entre ellos banqueros, abogados y políticos. ¡Que aliciente fueron todas estas experiencias para que yo siguiera siendo homosexual!
En cuanto a religión, nunca había tomado la religión en serio. No era ateo de ninguna manera, pues razonaba que tenía que haber algún poder supremo, pero nunca me molestaba en pensar mucho en ello. Descubrí que era un tema del cual los homosexuales rara vez tratan.
Durante los años en que fui homosexual, recibí varias insinuaciones inmorales de sacerdotes y clérigos. Por eso, en cuanto a lo que estaba relacionado con la religión, no tenía razón para tomarla en serio. El cristianismo que yo veía no difería del mundo en el cual vivía.
La vida de homosexual “independiente”
Pero el resplandor de la vida homosexual no dura. El mismísimo hecho de que exige juventud y encanto interminables ha llevado a muchos a la desesperación y hasta al suicidio, como bien lo sé yo. El tener que cumplir con ciertas normas y siempre presentarse como una atracción encantadora puede tener sus desventajas. En mi caso sabía que cuando el encanto se agotara, o mi buena apariencia empezara a desaparecer, aquello sería el fin para mí, me echarían a un lado, como les había sucedido a tantos otros. De modo que opté por la independencia y decidí dejar a mi amigo rico.
Habiendo gustado de una vida de lujo, no se me hizo fácil ajustarme a un modo de vivir común. Se me hacía difícil conservar cuanto empleo comenzaba, y empecé a vagar con mala gente. Por fin me entregué a la prostitución homosexual a fin de sostenerme.
Esto presentaba un verdadero riesgo de contraer alguna enfermedad venérea, pues es bien sabido que debido a la promiscuidad sexual de los homosexuales hay una muy elevada cantidad de casos de estas enfermedades entre ellos. Mi propio médico era homosexual (por eso mismo lo había escogido), de modo que yo sabía que no tendría problema alguno en conseguir tratamiento para estas enfermedades. Así y todo, aquél no era un modo de vivir que yo recomendaría a persona alguna, puesto que representaba muchos otros peligros además de las enfermedades venéreas.
Una vida estable de “casado”
Fue en esta época desdichada de mi vida cuando llegué a conocer al hombre con quien viví por los siguientes 10 años. Desde el mismo principio, mi nuevo socio y yo nos llevamos muy bien. Le tomé mucho cariño y nos pusimos a establecer un hogar juntos de manera muy parecida a como lo haría un matrimonio normal. Considerábamos nuestra relación como algo muy singular y especial. El vivir así no nos comunicaba el sentimiento de que fuéramos extraños o anormales.
Como pareja de compañeros vivíamos muy felices. Había entre nosotros una relación intensa, profunda y amorosa. De hecho, nos parecía que el amor que teníamos era más profundo que el que observábamos entre muchas parejas que compartían relaciones heterosexuales. Aunque se nos presentaron muchas oportunidades de irnos con otras personas, y alicientes para hacerlo, siempre permanecimos juntos. Aquellos 10 años que él y yo pasamos juntos estuvieron entre los más felices de mi vida hasta entonces.
El desafío de la verdad
Entonces, un día conseguí una publicación de la Watch Tower. Tan pronto como empecé a leerla, desde la mismísima primera oración, no hubo duda en mi mente de que me hallaba ante la verdad. A medida que seguí leyendo, no hallé nada que criticar en lo que la publicación decía. No tuve dificultad en entender. Yo nunca había estudiado la Biblia, pero esto simplemente parecía ser la verdad, y recuerdo que pensé: “¡Esto tiene que ser la verdad!”
Se me abrieron los ojos a posibilidades que no había sabido que existieran. El enterarme de la esperanza que la Biblia ofrece a la humanidad arrojó una luz enteramente nueva sobre todo. Yo tenía mucho tiempo libre en el cual pensar. Al recordarlo ahora, supongo que lo que sentía era un anhelo de cosas espirituales, aunque no reconocía que fuera tal cosa. Siempre me había parecido que tenía que haber un mejor modo de vivir, no solo para mí, sino para todo el mundo. La oportunidad de escoger un modo de vivir que verdaderamente tuviera propósito y fuera satisfaciente, con la vida eterna como meta, tenía sentido para mí.
No tardé mucho en reconocer que me hallaba en la encrucijada de mi vida. Al intensificarse el aprecio que le tenía a la verdad de la Biblia durante mis estudios, me di cuenta de que tendría que cambiar de modo de vivir, pero ¿podría enfrentarme al desafío?
La mayor decisión de mi vida
Para este tiempo yo sabía todo lo que la Biblia decía acerca de la homosexualidad. Aunque nunca antes me había encarado a lo que la Biblia declara, sabía por instinto que lo que la Biblia decía era correcto. Mi vida ciertamente no era una vida natural. Pero necesitaba un motivo sumamente fuerte que me moviera a cambiar de modo de vivir. Fue mi amor creciente a Jehová Dios lo que me dio el deseo de cambiar.
Mi primera reacción fue empeñarme en lograr que mi compañero aprendiera los caminos de Dios. Yo quería que él también cambiara de patrón de vida. Los miembros de la congregación de testigos de Jehová de nuestra localidad frecuentemente nos invitaban a comer con ellos y a reuniones sociales. Nos mostraron gran comprensión. Mi compañero tuvo ante sí toda razón para ver que no se le excluía. En realidad, a él se le animó tanto como a mí. Pero, triste como sea decirlo, él no aceptó la verdad como yo había esperado que lo hiciera.
Por fin dividimos nuestro apartamento, y cada uno tuvo su propia habitación. Pero poco después tuvimos que admitir que el único remedio era una separación total. ¿Cómo podría lograr yo aquello? Recuerdo que pensé: “Bueno, Jehová me lo hará posible.” Cifré mi confianza en él.
Llegó el momento en que decidimos separarnos. Fue como si me hubiera cortado un lado entero de mi carácter, y lo hubiera dejado sobre el suelo.
Consolidando mi fe
Usted, igual que yo, ha oído decir: “El que es homosexual siempre lo será.” Pero no fue así en mi caso. Desistí, de una vez por todas. Con todo, todavía tengo que trabajar para efectuar cambios en mi patrón de vida. ¡Cuánto me ha tranquilizado el tener presente que la comprensión que Jehová tiene de mis problemas abarca todo detalle! He llegado a comprender que él es el único que conoce las circunstancias y antecedentes de cada persona y que él toma en cuenta el daño que cada uno ha recibido de su ambiente y de otras maneras cuando suministra dirección amorosa por medio de su espíritu santo.
Muchas veces me pareció que tendría que ceder a las presiones. Sin embargo, sabía que la verdad me había beneficiado de muchísimas otras maneras. Después de todo, el deseo sexual no es todo lo que hay en la vida de uno. La vida encierra mucho más que eso, y descubrí que, por tener la verdad de la Palabra de Dios, otros caminos se abrieron ante mí, lo cual me ayudó a realizar el deseo de ver cambios en mí mismo. No obstante, el resolver problemas requiere tiempo. La homosexualidad no es excepción a esto.
Cuando el apóstol Pablo escribió su carta a los corintiosa se refirió a la homosexualidad como un pecado craso, pero no subrayó esa práctica de modo especial como el único pecado craso, o como peor que los demás que mencionó allí. Lo alistó junto con otros graves defectos humanos, y ciertamente si fallamos respecto a cualquiera de éstos entramos en una condición desaprobada ante Dios. Pero he descubierto que, cuando tratamos de vencer nuestras debilidades, Jehová nos fortalece. Sería incorrecto el que uno esperara recibir una curación instantánea. Pero con la ayuda del espíritu de Jehová en cuanto a ejercer dominio de mí mismo, he aprendido que es posible seguir trabajando en el camino de la verdad y manifestar perseverancia cristiana.—Rom. 5:1-5.
El saber que, en su grandeza, Jehová me ha permitido servirle me ha dado consciencia de mi pequeñez, y a pesar de mis imperfecciones él sigue fortaleciéndome.
Muchos de mis hermanos cristianos han sido muy animadores y bondadosos. Verdaderamente agradezco las oportunidades amorosas y la guía que Jehová me ha dado por medio de su Palabra, su espíritu y su congregación cristiana. Tengo el deseo sincero de conformarme a la personalidad cristiana dadora de vida y de vivir para producir más alabanza al nombre de Dios.—Efe. 4:22-24.
[Nota a pie de página]