Nuestra lucha por el derecho de predicar
Relatado por Grace Marsh
Hace unos años, la profesora Newton, que para entonces enseñaba en el Huntingdon College, de Montgomery (Alabama, E.U.A.), me entrevistó para que relatara algunos sucesos ocurridos más de cincuenta años atrás. En 1946 el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictó su veredicto sobre un caso relacionado con mi labor de ministra de los testigos de Jehová. Las preguntas de la profesora me trajeron muchos recuerdos. Permítame remontarme a mi infancia.
NACÍ en Randolph (Alabama) en 1906, y la mía fue la cuarta generación de Estudiantes de la Biblia —como se conocía entonces a los testigos de Jehová— en mi familia. Mi bisabuelo, Lewis Waldrop, y mi abuelo, Sim Waldrop, se bautizaron a finales del siglo pasado.
Sim Waldrop tenía un hijo llamado Joseph, que años después llegó a ser mi padre. En cierta ocasión, Joseph dio a una muchacha de nombre Belle un folleto que desmentía la doctrina del infierno, y a esta le gustó tanto lo que decía que se lo dio a su padre, a quien también le llamó la atención. Más adelante, Joseph se casó con Belle y tuvieron seis hijos. Yo fui la segunda.
Todas las noches, mi padre reunía a la familia junto a la chimenea y leía en voz alta la Biblia y la revista La Atalaya. Cuando terminaba, todos nos arrodillábamos mientras él decía una oración sincera. Semanalmente recorríamos varios kilómetros en una carreta tirada por caballos hasta la casa del abuelo Sim para congregarnos con otros Estudiantes de la Biblia.
En la escuela, los compañeros se burlaban de nosotros y nos apodaban russelistas, aunque para mí eso no era un insulto, como ellos pretendían, pues tenía en alta estima a Charles Taze Russell, el primer presidente de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract. ¡Qué emoción me dio verle personalmente en una asamblea que se celebró en Birmingham (Alabama) en 1914! Todavía puedo visualizarlo de pie en la plataforma, explicando la presentación cinematográfica titulada “Foto-Drama de la Creación”.
En 1920 nuestra familia se trasladó a Robertsdale, una pequeña población al este de Mobile (Alabama). Al cabo de cinco años me casé con Herbert Marsh, y nos mudamos a Chicago (Illinois, E.U.A.), donde poco después nació nuestro hijo, Joseph Harold. Aunque, lamentablemente, me alejé de la religión de mi infancia, seguía teniéndola en el corazón.
Me pongo de parte de la verdad bíblica
Un día, en 1930, vi al dueño de la casa echar bruscamente escaleras abajo a un Estudiante de la Biblia. Aquello me hizo reaccionar. Furiosa, le reproché lo que había hecho. Él dijo que si invitaba a aquel hombre a entrar en nuestro apartamento, mi esposo y yo tendríamos que mudarnos a otro lugar. Ni que decir tiene que de inmediato convidé al Estudiante de la Biblia a una taza de té.
Mi marido y yo asistimos a una reunión de los Estudiantes de la Biblia el siguiente domingo. Nos dio mucha alegría ver allí a Joseph F. Rutherford, quien había llegado a ser presidente de la Sociedad Watch Tower tras la muerte de Russell, y se encontraba de visita en Chicago. Aquello me impulsó a reanudar el ministerio cristiano. Poco después nos mudamos de nuevo a Robertsdale (Alabama).
En una asamblea que se celebró en 1937 en Columbus (Ohio, E.U.A.), tomé la decisión de ser precursora, denominación que reciben los ministros de tiempo completo de los testigos de Jehová. Con el tiempo, mi marido se bautizó, y poco después fue nombrado superintendente presidente de la Congregación Robertsdale. Nuestro hijo, Harold, me acompañaba en el ministerio de casa en casa.
En 1941 me invitaron a servir de precursora especial en Brookhaven (Misisipí, E.U.A.) junto a Violet Babin, una hermana cristiana de Nueva Orleans. Aceptamos la asignación y nos fuimos a Brookhaven con nuestros hijos y un remolque a fin de establecernos allí. Nuestros maridos se reunirían con nosotras poco después.
Al principio tuvimos éxito en el ministerio. Tanto a la hija de Violet como a mi hijo, Harold, les iba bien en la escuela. No obstante, después que los japoneses bombardearon Pearl Harbor en diciembre de 1941 y Estados Unidos les declaró la guerra, la respuesta a nuestra obra cambió radicalmente. Reinaba un exagerado espíritu de patriotismo y se temía una conspiración. Debido a nuestra neutralidad política, la gente sospechaba de nosotras y hasta nos acusaba de ser espías alemanas.
A Harold lo expulsaron de la escuela por negarse a participar en la ceremonia de la bandera. El maestro me dijo que era un muchacho inteligente y de buenos modales, pero que, según el director, daba mal ejemplo porque no saludaba la bandera. Al superintendente de las escuelas del distrito le disgustó tanto la actitud del director y la decisión del consejo escolar, que dimitió de su cargo y se ofreció a pagar los estudios de Harold en una escuela privada.
Todos los días recibíamos amenazas de turbas violentas. En cierta ocasión, unos policías nos sacaron a empujones del portal de una señora, estamparon nuestros gramófonos contra un árbol, rompieron los discos de conferencias bíblicas, hicieron pedazos nuestras Biblias y publicaciones y, finalmente, prendieron fuego a todo lo que habían confiscado. Nos ordenaron que abandonásemos la ciudad antes de que anocheciera o, de lo contrario, una turba nos echaría. Enseguida escribimos cartas a las autoridades municipales pidiendo protección, y las entregamos en mano, pero nos negaron su ayuda. Incluso telefoneé a la Oficina Federal de Investigación (FBI) de Jackson (Misisipí) solicitando su colaboración. También ellos nos aconsejaron que nos fuéramos de la ciudad.
Aquella noche casi un centenar de hombres airados rodearon nuestro remolque. Éramos dos mujeres solas con nuestros hijos. Cerramos con llave las puertas, apagamos las luces y oramos con fervor a Jehová. Finalmente, la multitud se dispersó sin hacernos daño.
En vista de la situación, Herbert decidió venir a Brookhaven de inmediato. Llevamos a Harold con sus abuelos, en Robertsdale, pues allí el director de la escuela nos garantizó que recibiría educación. Cuando regresamos a Brookhaven, encontramos el remolque destrozado y una orden de arresto clavada a una de las paredes interiores. A pesar de toda aquella oposición, nos mantuvimos firmes y proseguimos con nuestro ministerio.
Arrestados y maltratados
En febrero de 1942, Herbert y yo fuimos arrestados mientras conducíamos un estudio bíblico en un hogar modesto. El amo de casa se enfadó tanto al ver el trato que recibimos, que tomó su arma de la pared y amenazó con disparar al policía. Se nos acusó de allanamiento de morada; al día siguiente, en el juicio, nos declararon culpables.
Estuvimos once días encerrados en una celda fría y asquerosa. Un pastor bautista nos visitó y nos prometió que si abandonábamos la ciudad, utilizaría su influencia para que nos pusieran en libertad. Aquello nos pareció irónico, pues precisamente había sido su influencia la que nos llevó a prisión.
Un rincón de la celda había sido utilizado de retrete; había chinches por todas partes; la comida nos la servían en recipientes de hojalata mugrientos. Debido a las condiciones, contraje pulmonía. Después de llamar a un médico, nos pusieron en libertad. Aquella noche apareció una turba ante nuestro remolque, así que regresamos a Robertsdale a la espera del juicio.
El juicio
El día del juicio acudieron a Brookhaven bautistas de todo el estado para apoyar al pastor que provocó nuestro arresto. Aquello me motivó a escribir una carta a mi cuñado Oscar Skooglund, diácono bautista muy acérrimo. Fue una carta de tono exaltado y redactada con poco tacto. No obstante, se ve que tanto el trato que recibí como el contenido de la carta tuvieron una influencia beneficiosa en él, pues poco después llegó a ser un ferviente testigo de Jehová.
Nuestros abogados, G. C. Clark y Victor Blackwell, también testigos de Jehová, estaban convencidos de que no recibiríamos un juicio imparcial en Brookhaven. De modo que decidieron protestar de continuo hasta lograr que el tribunal desestimara el caso. Cada vez que el fiscal abría la boca, uno de ellos protestaba. Objetaron por lo menos cincuenta veces. Finalmente, el juez desestimó todos los cargos.
Una nueva asignación
Tras descansar un tiempo y recuperar la salud, reanudé el precursorado con mi hijo Harold. En 1943 recibimos una asignación más próxima a casa: Whistler y Chickasaw, dos pequeñas comunidades cerca de Mobile (Alabama). Pensé que aquel territorio sería menos peligroso, pues el Tribunal Supremo de Estados Unidos acababa de pronunciar varios fallos a favor de los testigos de Jehová, y la opinión pública sobre nuestra obra había empezado a mejorar.
Pronto tuvimos un grupo de estudiantes de la Biblia en Whistler, y nos hacía falta contar con nuestro propio lugar de reunión. Todo el que podía clavar un clavo trabajó en la construcción de nuestro pequeño Salón del Reino, y para la primera reunión tuvimos dieciséis de asistencia. Sin embargo, Chickasaw era muy diferente, pues aunque parecía un pueblo como otro cualquiera, con su sector de oficinas, correo y centro comercial, pertenecía a una compañía naviera, la Gulf Shipbuilding Corporation.
Un día de diciembre de 1943, Aileen Stephens, también precursora, y yo nos encontrábamos en Chickasaw ofreciendo los últimos números de nuestras revistas bíblicas a los transeúntes, cuando el diputado Chatham nos dijo que no podíamos predicar allí porque aquello era propiedad privada. Le explicamos que no efectuábamos ningún tipo de venta ambulante, sino una obra de naturaleza religiosa que estaba protegida por la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos.
Más detenciones y encarcelamientos
A la semana siguiente Aileen y yo nos reunimos con E. B. Peebles, vicepresidente de la Gulf Shipbuilding, y le explicamos la importancia de nuestra labor religiosa. Él nos advirtió que en Chickasaw no se permitiría la actividad de los testigos de Jehová. Le dijimos que las personas nos habían recibido con gusto en sus hogares. ¿Podía él negarles el derecho de estudiar la Biblia? Se puso hostil y nos amenazó con mandarnos a la cárcel por invasión de propiedad privada.
Volví a Chickasaw en varias ocasiones, y en todas me arrestaron, aunque siempre me ponían en libertad bajo fianza. Como la fianza llegó a ser exorbitante, cada vez pasaba más tiempo en prisión, hasta que podíamos recaudar el dinero necesario. Las condiciones carcelarias eran insalubres: no había retrete, los colchones estaban inmundos y no había sábanas para cubrirse, solo una manta sucia. Como consecuencia, resurgieron mis problemas de salud.
El 27 de enero de 1944 hubo un juicio conjunto para decidir los casos de seis Testigos arrestados el 24 de diciembre de 1943, y mi testimonio se tomó como representativo de todos los acusados. Si bien quedó patente que existía una franca discriminación contra los testigos de Jehová, me declararon culpable. No obstante, apelamos de la decisión.
El 15 de enero de 1945, el Tribunal de Apelaciones anunció el veredicto: culpable de invadir la propiedad privada. Además, el Tribunal Supremo de Alabama se negó a dar audiencia al caso. Así que el 3 de mayo de 1945, Hayden Covington, un abogado valiente y dinámico, también testigo de Jehová, apeló al Tribunal Supremo de Estados Unidos.
Mientras Aileen y yo esperábamos noticias del Tribunal Supremo, decidimos invertir los papeles presentando al alguacil una demanda civil por daños y perjuicios contra quienes nos habían acusado, a saber, E. B. Peebles y sus colaboradores. Estos trataron de cambiar sus cargos contra nosotras para que en lugar de invasión de propiedad privada constara obstrucción del tránsito. No obstante, estando yo en prisión, logré sacar clandestinamente un documento firmado por el diputado Chatham, en el que se nos acusaba de invadir la propiedad privada. Cuando se presentó esta prueba en el juicio, el alguacil Holcombe se puso en pie de un salto y casi se tragó el cigarro. Aquel juicio, celebrado en febrero de 1945, acabó sin que el jurado pudiera llegar a un veredicto.
La decisión del Tribunal Supremo
El Tribunal Supremo de Estados Unidos se interesó en mi caso porque la invasión de propiedad privada abría un nuevo campo en la cuestión de la libertad religiosa. Covington demostró que la reglamentación de Chickasaw violaba las libertades no solo de las personas demandadas, sino de la comunidad entera.
El 7 de enero de 1946, el Tribunal Supremo de Estados Unidos revocó el fallo del tribunal inferior y dictó un veredicto histórico a nuestro favor, que leyó el juez Black. En parte decía: “Dada la tentativa del estado [de Alabama] de imponer una condena penal a la apelante [Grace Marsh] por distribuir publicaciones religiosas en un pueblo que pertenece a una compañía, la demanda entablada [contra ella] no es válida”.
Continúa la lucha
Herbert y yo finalmente nos afincamos en Fairhope (Alabama), donde seguimos promoviendo los intereses del Reino a lo largo de los años. Aunque Herbert falleció en 1981, me quedan recuerdos muy gratos de los años que compartimos. Mi hijo, Harold, dejó de servir a Jehová ya de mayor y murió poco después, en 1984. Aquel fue uno de los mayores sufrimientos de mi vida.
No obstante, estoy agradecida de que Harold y su esposa, Elsie, me hayan dado tres nietas encantadoras y que ahora también tenga bisnietos que son Testigos bautizados. Tres de mis hermanas —Margaret, Ellen Jo y Crystal— todavía viven y continúan siendo siervas fieles de Jehová. Crystal se casó con Lyman Swingle, miembro del Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová. Viven en Brooklyn (Nueva York, E.U.A.), en la sede mundial de los testigos de Jehová. A pesar de los graves problemas de salud que ha tenido en los últimos años, Crystal sigue siendo un magnífico ejemplo para mí y una gran fuente de estímulo.
En mis más de 90 años de vida, he aprendido a no temer nunca al hombre, pues Jehová es más fuerte que cualquier alguacil, cualquier juez, cualquier ser humano. Cuando reflexiono en estos sucesos del pasado, valoro mucho el privilegio de haber tomado parte en “defender y establecer legalmente las buenas nuevas” (Filipenses 1:7).
[Recuadro de la página 22]
Amparados en la Constitución
En 1995, Merlin Owen Newton escribió el libro Armed With the Constitution (Amparados en la Constitución), que documenta el papel que desempeñaron los testigos de Jehová en aclarar la aplicación de la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos. Para entonces, la señora Newton era profesora adjunta de Historia y Ciencias Políticas en el Huntingdon College, de Montgomery (Alabama, E.U.A.). Su libro, fruto de una laboriosa investigación y documentación, reseña dos causas del estado de Alabama que terminaron en el Tribunal Supremo de Estados Unidos.
Una de ellas estaba relacionada con Grace Marsh, cuyo relato autobiográfico aparece en el artículo adjunto. La otra causa, Jones v. City of Opelika (Jones contra la ciudad de Opelika), tenía que ver con el derecho de difundir creencias religiosas mediante la distribución de publicaciones. Rosco y Thelma Jones eran un matrimonio de raza negra que servían de ministros de tiempo completo de los testigos de Jehová.
Al redactar su libro, la profesora Newton utilizó periódicos y revistas jurídicas de la época, cartas y memorias de Testigos, entrevistas personales con Testigos e información publicada por ellos mismos, así como estudios de gran erudición sobre las actividades de este grupo religioso. Las reflexiones personales y los fascinantes detalles aportados por los acusados, abogados y jueces en Armed With the Constitution han dado vida a una parte de la historia jurídica de los testigos de Jehová.
[Ilustración de la página 20]
Con mi abuelo Sim Waldrop
[Ilustración de la página 23]
Grace Marsh en la actualidad